Veintitrés años y el fin de un ciclo

Se cumplen veintitrés años del último estallido que erosionó la confianza en las instituciones políticas y sociales. Las asambleas transversales de cada barrio creaban un lugar común, un sentido de pertenencia, la posibilidad de pensar que contra todos los males se podía soñar una salida comunitaria. El periodista y docente Manuel Barrientos escribió con su par, Warter Isaía, 2001: Relatos de la crisis que cambió a la Argentina. En diálogo con este medio ensaya de qué manera se puede pensar ese tiempo desde el presente y de qué manera incidían e inciden los discursos mediáticos.
Por Martina Dentella
'Si uno intenta recordar qué se reclamaba ese 19 y 20 de diciembre, qué se reclamaba en las asambleas populares en la comuna de Buenos Aires, en seguida piensa en una agenda de gran creatividad y potencia popular', asegura Manuel Barrientos. Esa agenda estaba atravesada por ideas como el rechazo al FMI, poner un freno a las políticas neoliberales, a la represión policial, una agenda que se abre en ese tiempo y veinte años después empieza a ser puesta en cuestionamiento. 'Cada uno de sus puntos hoy entran en tensión y si uno lo piensa significa un retroceso hacia otros momentos de la historia argentina, en los que se pensaba nuestro país en un rol de sumisión a las potencias centrales, un rol secundario, a Argentina le tocaba ser exportador de materias primas' dice y asegura que 'si en algún momento de la historia eso estuvo en cuestionamiento, hoy estamos avanzando rápidamente a una etapa de reprimarización'.
-¿De qué manera pensás el 2001 desde este presente?
-Es difícil y desafiante pensar el 2001 desde este presente. Cuando hicimos las entrevistas para el libro había dos o tres cuestiones que se habían consolidado. Una era la idea de que se había significado el fin de la dictadura, de ese largo ciclo que podía arrancar en el 74, o quizás antes. Se recomenzaba una nueva era en la historia Argentina, también estaba la idea de una agenda, que después el kirchnerismo tomó. Y que más allá del período de gobierno de Mauricio Macri, esa agenda había dominado la Argentina hasta el 2023. Pensar el 2001 desde el presente tal vez signifique pensar en el cierre de ese ciclo, y que estamos en el inicio de una nueva etapa. Que vivimos durante esas dos décadas como en una suerte de isla dentro de una historia Argentina regida por el conservadurismo.
-¿Qué organizaciones, figuras, actores eran emergentes y cómo convergieron esas re-institucionalizaciones a lo largo de los años?
-El 2001 junto con esa agenda nueva, potente, popular, se presenta como un punto de cristalización de muchas búsquedas que se habían empezado a emerger en los años noventa. No solo los movimientos piqueteros, sino un montón de experiencias vinculadas al pensamiento y la cultura popular, comunitaria, las fábricas recuperadas. Eran actores emergentes. Si uno piensa quiénes estaban en las calles, puede encontrar militantes de HIJOS, una agrupación que surgió en 1995, a las Madres de Plaza de Mayo que se habían enfrentado a la dictadura, pero también al sindicato de mensajeros y cadetes que estaban en motos, a los grupos piqueteros, muchos movimientos sociales que peleaban contra el neoliberalismo. También hubo formas de propuestas muy creativas.
Con la llegada del kirchnerismo, se les planteó una disyuntiva muy fuerte a cada uno de estos procesos colectivos, muchos decidieron ser parte del Gobierno y asumieron discursos más institucionales, y de modo paradójico los potenció. Tener acceso a ciertos recursos estatales, no solo económicos, sino también ser promovidos desde el Estado y no ser censurados y reprimidos. Pero al mismo tiempo fueron perdiendo esa potencia y creatividad que brinda el no ser parte de estructuras burocráticas y estatales.
Me parece que una de las cosas más importantes para pensar a futuro, cuando se abra un nuevo momento de gobiernos populares, es cómo tiene que ser esa relación entre el Estado, los partidos políticos y todas las expresiones colectivas populares. Primó, sobre todo en los últimos años del kirchnerismo, una fuerte lógica de verticalización. Y el Estado tiene que potenciar lo que su cede en los territorios, sin exprimir ni limar esa potencia de lo que ocurre allí.
-¿Hay indicios de esta época que te hagan pensar en un estallido o en formas de rebelión social?
-Hay una cuestión a tener en cuenta: estamos en el primer año del Gobierno de Javier Milei. Si uno pensaba en el 90, 91, por dónde iba a ir la cosa o por dónde iba a producirse un estallido, también era difícil pensarlo. Y los sectores piqueteros, los grupos de arte callejeros, o HIJOS, empiezan a tener potencia a mediados de los años noventa. Más allá de eso, hay cuestiones muy interesantes para seguir y hay que estar atentos. Ciertas expresiones culturales vinculadas al TRAP, sobre todo en los barrios, ya hay gérmenes de protesta popular muy fuerte. Después, es probable que algunos sectores que hayan sido seducidos por el discurso de la Libertad Avanza, como trabajadores de plataformas, sean quienes contengan el germen de la rebelión social en esta etapa. Aún es temprano aunque nos cueste pensar en esas semillas o formas de rebelión social. Sin embargo hay que ahondar en las propias contradicciones del modelo y las promesas que hizo La Libertad Avanza en campaña y desde el Gobierno.
-En el 2001 los discursos mediáticos fueron muy importantes (pienso en el titular La crisis causó dos nuevas muertes), y en estos veinte años los formatos y medios de comunicación son bien distintos, ¿de qué manera incidían en ese momento y ahora?
-Hay que pensar el sistema de medios en dos planos. Si uno piensa en la agenda del 2001, qué se hablaba en las asambleas populares de fines de diciembre de 2001, uno de los puntos de cuestionamiento muy fuertes era la protesta contra las empresas de medio. Me acuerdo de haber estado en una asamblea en Parque Centenario y una de las propuestas era ir a distintas emisoras radiales o canales de televisión a cuestionar las formas de representación de la realidad argentina. Incluso había pintadas conocidas. También hay que decir que el 2001 fue un punto de reconocimiento, al menos dentro de ciertos sectores sociales, de los medios comunitarios, que las venían peleando desde finales de los ochenta. Por ejemplo, FM La Tribu tuvo un rol muy importante en la protesta y la represión que se dieron el 19 y 20 de diciembre en el centro porteño y en Plaza de Mayo. La camioneta de la radio no solo fue un espacio de difusión de lo que ocurría sino también un espacio de protección de aquellos militantes reprimidos.
Hoy en algún punto se puede pensar que hay similitudes fuertes en relación a lo que ocurrió por ejemplo durante la última dictadura o en los noventa, con un entramado muy fuerte entre el periodismo y servicios de inteligencia y fuerzas de seguridad, fabricando noticias y propagandas. Es harto evidente cómo está funcionando esa correa de transmisión. De todas maneras hay que pensar que así como muchas veces desde las agendas mediáticas se puede incidir en qué temas y cómo pensar estas cuestiones en la opinión pública, en determinados momentos se producen fisuras entre esa agenda mediática-política y la agenda social. Algo de ese se empieza a percibir, y es probable que si el rumbo del gobierno es ese, se acelere el distanciamiento.
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