'El frío que cura: hormesis, Wim Hof y el arte de hacerle frente al dolor'

CONTRATAPA / Por Mariano Rato
Vivimos en una cultura que busca anestesiar el dolor a toda costa. Una cultura que nos invita a evitar cualquier disconfort físico o emocional. Pero, ¿qué pasa si el camino a una vida más sana no está en evitar el dolor, sino en atravesarlo de forma inteligente?
En los últimos años, muchas personas —sobre todo quienes luchan con consumos problemáticos— están buscando nuevas herramientas más allá de las terapias tradicionales. Es ahí donde surge un concepto cada vez más discutido: la hormesis. Esta palabra extraña nombra algo profundamente humano: la idea de que ciertos niveles controlados de estrés pueden hacernos más fuertes.
La exposición al frío, por ejemplo, es una de las técnicas más estudiadas dentro de la hormesis. Se trata de enfrentar ese disconfort tan evitado —duchas heladas, baños de inmersión, respirar con el cuerpo temblando— y, lejos de dañarnos, nuestro cuerpo responde con una explosión de vitalidad: sube la dopamina, se activa la grasa parda, mejora la inmunidad, se restablece el equilibrio interno. La clave está en la gradualidad y el compromiso.
Uno de los mayores exponentes de esta práctica es Wim Hof, conocido como 'el hombre de hielo'. Su historia parece de otro planeta: desde niño tuvo experiencias espirituales, vivió en condiciones extremas, meditó en la nieve y llegó a desarrollar un método basado en tres pilares: respiración consciente, exposición controlada al frío y una actitud mental comprometida. Hof dice algo fundamental: la disciplina lo liberó. Y en tiempos donde se cree que la libertad es hacer lo que uno tiene ganas, resulta revolucionario pensar que a veces lo que nos libera es sostener algo incluso cuando no tenemos ganas.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con las adicciones?
Mucho. Porque las personas que consumen sustancias buscan una salida al dolor, a la angustia, a los traumas del pasado. Pero lo hacen a través de un atajo químico. Lo que plantea la hormesis, en cambio, es una salida que implica transitar el disconfort, no evitarlo. El cuerpo, al pasar por pequeñas dosis de incomodidad, aprende que puede volver a sentir, que puede regularse sin sustancias. Y esto no es una metáfora: los estudios muestran que el frío libera dopamina de forma más duradera que las drogas. Pero con una gran diferencia: no genera el precio altísimo que paga el cuerpo con el consumo.
Anna Lembke, psiquiatra experta en adicciones, habla de este equilibrio entre placer y dolor. Dice que cuando usamos drogas, aumentamos la vulnerabilidad al dolor y perdemos la capacidad de disfrutar. Es como si la balanza se rompiera. Y muchos pacientes lo dicen: 'dejé de consumir y no siento nada… ¿esto es la vida?'. Ese vacío muchas veces no es más que un desequilibrio transitorio de los sistemas dopaminérgicos. En otras palabras, el cerebro está reconfigurándose. Y ese proceso duele. Por eso, en lugar de volver a consumir, es crucial enseñarle al cuerpo a soportar el dolor sin anestesiarlo.
Y ahí entra la hormesis, el frío, la respiración. Porque también hay dopamina en la anticipación. En esa 'película mental' que alguien se arma cuando planea una recaída. El pico de placer está ahí, antes del consumo. Por eso muchos siguen consumiendo incluso cuando ya no les genera nada. Lo hacen por la promesa. La hormesis propone otro camino: enseñarle al cuerpo que también puede anticipar un placer que no dañe.
Y esto nos lleva a una pregunta profunda: ¿qué hacemos con los traumas?
Muchos consumos nacen ahí, en historias silenciadas, en dolores antiguos no dichos. Como decía Sartre: 'somos lo que hacemos con lo que hicieron con nosotros'. No elegimos lo que nos pasó, pero sí podemos elegir qué hacer con eso. Wim Hof lo hizo: convirtió una historia de soledad, de espiritualidad incomprendida, en un método que hoy practican miles de personas. Y lo hizo con el cuerpo como protagonista.
No se trata de que todos empecemos a meternos en piletas heladas, pero sí de recuperar el cuerpo como vía de transformación. Porque el cuerpo no miente. Porque el dolor, si se dosifica con cuidado, puede enseñarnos más que cualquier anestesia.
La vida no es evitar el dolor. Es aprender a atravesarlo sin romperse, y a veces, incluso, salir fortalecido.
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