Jueves . 11 Diciembre . 2025

Escucha en Vivo:

Cuando entregamos nuestra salud a un algoritmo: la peligrosa costumbre que crece sin control. Doctora Susana Manzi

10/12/2025
Cuando entregamos nuestra salud a un algoritmo: la peligrosa costumbre que crece sin control.  Doctora Susana Manzi

La moda de consultar a la IA antes que al médico está convirtiendo la salud en un experimento masivo sin control. Millones están entregando estudios, diagnósticos y años de historia clínica a sistemas que pueden errar, alarmar o almacenar de por vida información que ninguna ley protege. Hemos puesto lo más íntimo en manos de algoritmos que no examinan cuerpos, no conocen contextos y no tienen responsabilidad profesional. El resultado: una dependencia riesgosa que avanza más rápido que nuestra capacidad de entender sus consecuencias.

La escena es hoy parte del paisaje: un análisis alterado, un estudio que asusta, un informe médico incomprensible… y, antes de llamar al médico, la consulta va directo a un chatbot. Lo que hace pocos años era impensable —confiar en un algoritmo para interpretar lo más íntimo de la salud humana— hoy es una práctica instalada. Y lo que es peor: naturalizada.

Porque la verdadera transformación no es tecnológica: es cultural.

Estamos delegando nuestra angustia, nuestra incertidumbre y, cada vez más, nuestra salud en sistemas que simulan saber, pero no saben. Sistemas que responden con solvencia verbal, pero sin responsabilidad profesional; que ofrecen diagnósticos probables, pero sin el cuerpo, la mirada ni el juicio clínico que construye un médico de verdad.

El problema no es que la IA explique. El problema es que convence.

Y en ese poder de convicción reside su peligro.

En la práctica, el chatbot puede hacer dos cosas:

– Minimizar un riesgo real.

– Exagerar uno inexistente.

En ambos casos, el daño está servido.

Porque una herramienta que no distingue entre un cuerpo humano y una estadística puede transformar un síntoma leve en un tumor imaginario o un signo de alarma en un comentario trivial. Y lo hace con el mismo tono de autoridad.

La línea entre ayuda y desinformación nunca fue tan delgada.

Mientras millones de usuarios suben estudios, informes quirúrgicos y años enteros de historial clínico, un dato demoledor se repite en boca de los expertos: la mayoría de las leyes de privacidad no protegen lo que cada persona le entrega voluntariamente a un chatbot.

Esto significa una sola cosa:

una vez que subimos nuestros datos médicos, dejan de ser realmente nuestros.

La información más sensible de una vida —enfermedades, tratamientos, medicación, cirugías— queda alojada en sistemas privados, sujetos a políticas cambiantes, vulnerabilidades inevitables y un mercado que siempre ve valor donde hay datos.

El futuro no está escrito, pero las amenazas ya están claras:

– Reidentificación de datos supuestamente anónimos.

– Filtraciones.

– Correlaciones que revelan identidad sin necesidad del nombre.

– Hipótesis diagnósticas almacenadas para siempre.

Todo esto en un mundo donde la discriminación laboral y social por motivos de salud existe, aunque la ley diga lo contrario.

¿Por qué lo hacemos?

Porque el sistema de salud es lento, y la IA es inmediata.

Porque la consulta médica demora, y el chatbot responde ya.

Porque la incertidumbre angustia, y la tecnología calma.

Pero convertir la urgencia en hábito es un error que puede salir caro.

La inteligencia artificial es extraordinaria para muchas cosas, pero hay un terreno donde no puede —ni debe— reemplazar a nadie: el diagnóstico médico. Y sin embargo, cada día la estamos empujando un poco más hacia ese lugar.

La pregunta que debemos hacernos.

No es: ¿funciona la IA?

La pregunta es esta:

¿cuánto estamos dispuestos a sacrificar —de precisión, de privacidad, de salud futura— por una respuesta más rápida?

Porque la IA no es peligrosa por lo que sabe.

Es peligrosa por lo que ignoramos acerca de ella.

Y, sobre todo, por lo que estamos entregando a cambio.

Una advertencia necesaria

La IA puede ser una aliada poderosa: traduce estudios, orienta, calma, prepara mejor al paciente para la consulta.

Pero jamás debe ser el primer médico, ni mucho menos el último.

La tecnología avanza. La salud no puede retroceder.

Convertir a los chatbots en oráculos médicos es una renuncia silenciosa a la prudencia, a la privacidad y al sentido común.

Porque la medicina se ejerce con ciencia, sí.

Pero también con experiencia, con responsabilidad y, sobre todo, con humanidad.

Y eso —lo humano— ningún algoritmo puede reemplazarlo.

feature-top