Cuánto dura la esperanza

Por Martina Dentella
Llega un mensaje al grupo familiar, mi hermana envía la captura de un mensaje de su amiga de la que siempre habla. 'Chicas estoy un poco triste pero mando por acá, yo tengo mi laburo pero gano dos pesos, y nada, mi viejo me sostiene a mis hermanos y a mí jaja. Nada, acaban de echar a mi viejo de su laburo. Si saben de alguna empresa que busque gente, se agradece'. Después comenta que aunque sus padres estén separados hace tiempo, por ahora van a volver a vivir todos juntos, en un dos ambientes.
Marta Dillon, periodista y escritora argentina de 59 años, con reconocimiento internacional escribió ayer en Twitter: 'Necesito trabajo de periodista, tengo amplia experiencia, aunque hay quienes dicen que soy especialista en 'esos temas' (léase maricas, desviades y transfeministas), soy dúctil, buena cronista y también columnista. Si comparten me ayudan'.
Algunas horas después, otro mensaje vía Whatsapp me sorprende: '¿Necesitás niñera? A una amiga la echaron del trabajo por reducción de personal y está buscando desesperada'.
Si el enojo de que la inflación termine de consumir los pesos con los que se corre siempre detrás encolumnó a la mitad del país, la angustia y el miedo por perder la fuente de trabajo empieza a paralizar. Aunque los esperanzados, los crédulos, los agobiados, elijan dar más tregua, empieza a romperse el hechizo que en letra chica rezaba que Milei no haría lo que decía que iba a hacer. Porque está claro que busca acelerar todos los procesos que arrastran a grandes mayorías al abismo.
Para el gran entramado de la clase media -sobre todo para los jóvenes- buscar mejorar las condiciones laborales saltando de un trabajo a otro, tiene sentido. También lo tiene trabajar en negro, cobrar poco y mal, ser cuentapropista sin tiempo libre, tener un contrato precario con monotributo, que el Estado solo te quite, y no formar grupo de contención y pelea que habilita un sindicato.
Lo que no tiene ningún sentido es empezar a convivir con los caídos. Con el aturdimiento -insisto- paralizante de la pérdida de trabajo y el terror de que puede tocarnos. Porque son generaciones a las que no les tocó convivir con ese fantasma, u otras que no lo ven hace rato.
Y mientras tanto ya no se habla de BRICS, de gasoductos ni de aspiraciones colectivas de vincularnos de otra forma con el mundo. Mientras nuestros amigos, hermanos y vecinos se quedan sin trabajo, el Gobierno convoca a las grandes multinacionales a habitar el suelo Argentino para explotarlo y depredar los recursos naturales durante treinta años. Sin dejar nada a cambio. Ni un dólar. Esas empresas extranjeras serán las únicas beneficiadas del plan Milei.
El resto, más tarde o más temprano, va a sufrir los coletazos de la catástrofe. Será rehén de un experimento político económico desquiciado, que pone a los hombres y mujeres trabajadores en última instancia, que se aleja de la idea de que es necesario intervenir cuando las mayorías pasan hambre, y que las comunidades tienen derecho a ser dignas y felices. Entonces cabe preguntarse ¿Cuál es el umbral de tolerancia? ¿Cuántos caídos son suficientes? ¿Cuánto dura la esperanza de las mayorías cuando empiezan a vivir sin pan y sin trabajo?
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