Jueves . 14 Agosto . 2025

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DEJAR DE LEER

14/08/2025
DEJAR DE LEER

Por Juliana Chacon

 

Hay un mandato casi silencioso: todo libro que se empieza debe leerse hasta el final. Pero a veces el pacto de lectura no sucede, no nos conmueven ni la historia, ni el modo en que es contada, su voz, su ritmo, su musicalidad. Insistimos fastidiados página a página, las vamos pasando como si pesaran toneladas, en un ejercicio mecánico y poco comprometido, sin aire, agotados, idos en nuestros pensamientos. Tarde o temprano, porque llega otro libro, por falta de tiempo, porque acusamos presbicia o miopías agravadas (para las que los anteojos recetados no son suficientes), los abandonamos, con culpa, con hostilidad, sospechando que quienes nos los recomendaron mentían.

'Y las cosas que lee, una novela mal escrita, para colmo

de mi padre resolví apartarme de los negocios, cediéndolos

una edición infecta, uno se pregunta cómo puede interesarle

a otra casa extractora de Jerez tan acreditada como la mía;

algo así. Pensar que se ha pasado horas enteras devorando

realicé los créditos que pude, arrendé los predios, traspasé

esta sopa fría y desabrida, tantas otras lecturas increíbles,

las bodegas y sus existencias, y me fui a vivir a Madrid…'

Oliveira, el protagonista de Rayuela, hojea la novela que está leyendo la Maga. Y, mientras lee, desprecia sus elecciones literarias. Cortázar superpone las líneas de la novela que lee la Maga, que hojea Oliveira, con la suya propia. Y este gesto, en el que Rayuela se vuelve materia de análisis y materia analizada, puesta en crisis del acto mismo de leer, desconcierta a quienes llegamos al capítulo por primera vez. Pensamos que es un error de edición (corrección nefasta que hace de este capítulo la edición de Alfaguara) o que leímos mal y volvemos a leer para certificar que dos historias suceden en paralelo. La historia de lo que se lee y la historia de quien lee, divaga y piensa en otra cosa. De esto Cortázar hizo el magnífico cuento 'Continuidad de los parques', en el que el narrador comienza diciendo: 'Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes…'. El abandono de la lectura, el esfuerzo por recuperar en la memoria lo leído, sentencia la peor de las condenas: la muerte del lector. Claro está, todo libro debe leerse hasta el final. 

La cuestión es justamente leer hasta el final. Oliveira no lee hasta el final la novela que está leyendo la Maga, tampoco lo hace el personaje de 'Continuidad de los parques', lo hace sí hasta su propio fin.

Confieso aunque esto pueda condenarme: yo empiezo y abandono libros todo el tiempo. Leo apenas unas páginas y quedan ahí. Porque no son capaces de atraparme. No al menos en un momento determinado. Puede suceder que no me atrapen nunca o que inesperadamente un tiempo más tarde vuelva a ellos y los devore de un tirón. Algo así me sucedió con Yoga de Carrere. Lo agarré con el entusiasmo, casi la devoción que militamos quienes leemos. El brillo de sus tapas, las solapas, el olor a libro nuevo. Somos, es verdad, fetichistas también. Otra confesión. Busqué el momento preciso para empezar a leerlo, casi como si fuera una cita. La cosa es que, pasadas unas cincuenta páginas, lo abandoné. Un bodrio, pensé. Tanto que lo alababan. La frustración de los lectores no dura mucho. Siempre hay otro libro con el que seguir, otro abandonado al que volver, como se vuelve a intentar una y otra vez cualquier cosa que pretendemos nos salga bien.

A Yoga volví al año siguiente. Probablemente frustrada por algún otro libro o porque ya no tenía nada nuevo que leer. Y, mágicamente, no pude soltarlo. 'Paul consideraba que un libro era algo orgánico, que se toma o que se deja, no algo que se formatea. Estaba convencido que a menudo lo que se consideran defectos, cuando se los somete a examen, revelan ser, con la perspectiva, lo que hace que un libro sea el más singular e inimitable…' leí. Sin poder soltarlo avancé sin pesadez, sin hastío, con fruición, con ansiedad, con deslumbramiento, con perturbación, con sinsentido, con desapego del paso de las horas, sobre sus más de trescientas páginas.

Lo mismo me sucedió con Libertad de Jonathan Frazen, con El mundo según Garph de John Irving, sólo por nombrar unos pocos. La fortuna es volver a ellos y descubrir que no era el momento de leerlos, que la vida no nos había cambiado suficientemente para embarcarnos en sus hojas, que a veces los lectores no estamos dispuestos a una historia y sí a otra y que, quizás, en algún otro momento aquel libro nos resulte el mejor que leímos hasta entonces.

 

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