Viernes . 30 Mayo . 2025

Escucha en Vivo:

Dialéctica de la democracia

07/12/2023
Dialéctica de la democracia

Por Marcelo Chata García 

Desde 1916, la democracia de masas introdujo una lógica diferente en el funcionamiento del Estado argentino, tal como había ocurrido y sigue ocurriendo en otras naciones capitalistas. Para comprender el significado del cambio se hace preciso recuperar una distinción –hoy deliberadamente esfumada- entre 'clases dominantes', aquellos sectores que manejan los resortes económicos, y 'clases dirigentes', quienes tienen las riendas del poder político.

Mientras la elección de representantes se arbitraba en los círculos cerrados de las familias patricias, el Estado sólo debía dirimir los intereses entre las diferentes facciones del gran capital: terratenientes, financistas, comerciantes y representantes de los capitales extranjeros. Con la democracia de masas, el poder de los representantes –presidentes, diputados, gobernadores- depende también de las conveniencias de otros sectores: trabajadores, profesionales, pequeños y medianos industriales, comerciantes y chacareros, etc. Por lo tanto, el poder se vuelve más complejo pues para gobernar los partidos políticos deben consensuar intereses de, sino todos, la mayoría de los sectores, obligando a que cada uno, dentro de una alianza de clases, ceda algo. Ese algo, para los conservadores hoy victoriosos que añoran los tiempos de la democracia restringida, es ceder libertad de acción, someter sus -¿absolutamente legítimos?- intereses a restricciones que vienen de los intereses de los sectores subalternos.

De allí su miedo a la 'dictadura de las mayorías', a los instintos 'demagógicos' de quienes accedían al poder del Estado y la convicción 'libertadora' que los conservadores encontraron en los golpes de Estado y las dictaduras militares.

Las democracias del siglo XXI han logrado correr del foco a las clases dominantes. Las tensiones sociales ya no se leen como producto de disputas entre capital y trabajo o entre sectores populares y oligarquías. Ahora se leen como reclamos entre la ciudadanía y el Estado. Justo en el momento en que los Estados nacionales pierden capacidad de acción frente al capitalismo globalizado, las cadenas de valor internacional, la volatilidad de las finanzas y la desterritorialización de la economía del conocimiento. Algo que explica la continua desilusión de los electores, su fluctuación de un grupo político a otro y las sucesivas frustraciones de los distintos proyectos políticos.

A 40 años de recuperar la democracia es válido preguntarse si el triunfo de los grupos que apoyaron las dictaduras militares expone su debilidad y fracaso. Quizá pueda verse en ello la fortaleza de una democracia capaz de absorber en sí incluso a su contrario. Pues de alguna forma muestra a los sectores conservadores que, con el candidato adecuado y la estrategia política correcta -por más consideraciones críticas que yo pueda tener sobre ambos- son capaces de conseguir el voto de las mayorías.

Podrían haberlo hecho en 1930, 1955, 1962, 1966 y 1976, e incluso sostenerse en el poder si hubieran construido un proyecto político que incluyera, junto a sus intereses, los intereses de la población. Nos hubiéramos ahorrado mucha sangre e infortunios económicos. Todavía le queda a esta arremetida de los conservadores mostrar si son capaces de integrar los intereses de los distintos grupos sociales en su gobierno. De lo contrario, la democracia permite la participación cotidiana y el recambio mediantes vías institucionalizadas y no violentas al concluir un periodo. Y eso es lo que nos queda por festejar.

feature-top