Economías de cuarto impacto

Por Marcelo Chata García
Se conoce como economías de triple impacto aquellas empresas o proyectos que favorecen el crecimiento de la productividad, la inclusión social y el cuidado ambiental. Desde hace tiempo nos hemos sumado a quienes fomentan un cuarto vértice, la salud mental. Hace unos días, abordando algunos conceptos generales de psicología en la cátedra de Organización Industrial, un estudiante preguntó si actualmente eran más común los problemas relacionados con la salud mental. Es, evidentemente, un tema que preocupa y atraviesa a la sociedad contemporánea, Chacabuco, por suerte, cuenta con algunas empresas que toman la vanguardia para introducirlo entre sus estrategias de gestión.
Desde la perspectiva de la salud laboral, las normativas sobre higiene y seguridad han hecho tradicionalmente hincapié en los riesgos físicos, químicos y biológicos donde es mucho más fácil deslindar las responsabilidades de la empresa. La influencia de las condiciones laborales sobre los trastornos psíquicos es más difícil de precisar, aun cuando la legislación reconoce una lista de patologías y se han podido incorporar riesgos psicosociales como la carga mental, los ritmos de trabajo, la violencia laboral o el acoso.
Sin embargo, una estrategia de cuarto impacto no puede limitarse a prevenir conflictos legales, su horizonte está en promocionar el bienestar integral de las personas que habitan la organización. Esta mirada sistémica supone abordar la vida del trabajador dentro y fuera de la empresa, con la carga emocional que trae de su familia, del día a día, de sus expectativas y sus padecimientos. Eso trae nuevos desafíos al abrirse a nuevas demandas y responsabilidades para las que aún no hay técnicas ni protocolos para la toma de decisiones empresarias.
En el mundo académico, la investigación psicológica aplicada a la empresa está abocada en cómo hacer a las gerencias más eficientes, en técnicas para analizar gran cantidad de datos y tomar decisiones que se ajusten a la ecuación costo/beneficio. Así, la economía del comportamiento ha identificado unos 180 sesgos cognitivos (desviaciones a la respuesta eficiente) y evalúa distintas formas de corregirlos mediante Inteligencia Artificial. Por otro lado, los abordajes de la psicología clínica pueden quedar rezagados a partir del desplazamiento que se hace de las humanidades como área de estudio. O sea, se consiguen más recursos para investigar la eficiencia que la salud psíquica, como si la salud no mejorara la eficiencia.
Hay estadísticas que muestran aumentos en los padecimientos psíquicos. Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la UCA, en 2023, el 26,7% de la población presentó síntomas de ansiedad y depresión, marcando el valor más alto en 20 años. El Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA) de la UBA reportó que el 9,4% de los argentinos presenta riesgo de padecer un trastorno mental, siendo más prevalente entre jóvenes y personas de sectores socioeconómicos bajos; y el 45% tiene dificultades para dormir, lo que se asocia con problemas de stress y ansiedad. Estos datos coinciden con las tendencias observadas a nivel mundial por la Organización Mundial de la Salud.
Existen tres tensiones estructurales que enmarcan esos diagnósticos. En primer lugar, el cambio climático no sólo somete a las familias a eventos que arrasan con sus bienes, formas de vida, afectos y expectativas, incluso para quienes no han sido afectados –aún- por alguna catástrofe significa una incertidumbre silenciosa sobre su futuro y el de sus seres queridos. En segundo lugar, el cambio tecnológico puede traernos muchos beneficios, pero su dinámica está fuera del control de la población que no puede anticipar cómo afectará sus estrategias de inserción laboral. Además, surgen adicciones y patologías ligadas a esas nuevas tecnologías. Por último, la polarización política de la sociedad desintegra lazos sociales, genera un clima violento y dificulta la confianza en el otro para una salida colectiva.
En semejante panorama, que haya empresas interesadas en acompañar y escuchar a sus equipos de trabajo abre una oportunidad para mejorar la calidad de vida. Y la formación profesional debe ponerse a la altura de ese desafío.
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