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El fin del neoliberalismo

11/11/2025
El fin del neoliberalismo

Contratapa / Por Marcelo Chata García 

El triunfo libertario en Argentina sorprendió al mundo.  Más sorprendió la victoria de un socialista a la alcaldía de New York.  Probablemente nuestros ciudadanos no se han vuelto devotos de la Sociedad Mont Pelerín, ni los neoyorquinos se levantan cantando La Internacional.  Javier Milei y Zohran Mamdani son emergentes de un malestar social que también se expresa en otros países.  La salida por la extrema derecha bajo el lema 'que el ajuste lo pague la casta' -aunque haya quedado vacío de contenido-, o por la izquierda bajo el lema 'que los ricos paguen impuestos' -hay que ver si lo hacen posible-, sella el fin del neoliberalismo y el desafío de conseguir consensos para resolver este nuevo estadío de la lucha de clases.

En octubre de 1929, en Manhattan, en la New York donde ganó Mamdani, se produjo el crack de la bolsa de Wall Street y el comienzo de una crisis financiera conocida como la Gran Depresión.  A partir de aquel Jueves Negro, el sentido común liberal comenzará a ser puesto en dudas.  De esa crisis surgirá una nueva forma de comprender la economía a partir de los aportes de John Maynard Keynes y Michal Kalecki.  Sin embargo, hubo que esperar a que el horror de la Segunda Guerra y el miedo a la expansión bolchevique permitieran un contrato social en el occidente capitalista que dio origen al Estado de bienestar.  El sector público se hizo responsable de los derechos civiles, culturales y económicos, intervino en sectores estratégicos, en investigación, en la planificación del desarrollo y reconoció los sindicatos.  Eso redundó en mejores salarios, aumento del consumo, demanda laboral, crecimiento de los sectores medios y de los estándares de vida de gran parte de la población.

Sin embargo, a finales de los '70 ese contrato social comenzó a ser horadado desde muchos frentes: la crisis del petróleo incrementó la inflación, la automatización debilitó el poder sindical, los paraísos fiscales desterritorializaron los capitales y los Estados comenzaron a tener problemas para garantizar la mediación en los conflictos sociales.  Fue entonces el momento del neoliberalismo y su voluntad de desmantelar el entramado regulatorio del Estado de bienestar para darle más espacio al mercado como organizador de la sociedad.

La disolución del bloque soviético a principios de los '90 significó la globalización del neoliberalismo, que se resume en los principios propuestos por John Williamson para el Consenso de Washington.  Allí se recomendaba reducir al Estado a un rol subsidiario, eliminar impuestos a las ganancias y al patrimonio y ampliar la base impositiva con impuestos al consumo -sumamente regresivos-, desregular al trabajo y al sistema financiero.  Tan hegemónica y global fue la imposición del neoliberalismo, que Francis Fukuyama vio en ello el Fin de la Historia, lo que implicaba considerar que la humanidad había llegado al máximo del grado civilizatorio a partir de la economía de mercado y la democracia liberal.

Los efectos de esas políticas comenzaron a sentirse en las últimas décadas en EE. UU. y los países que siguieron sus recetas: los sectores más altos aumentaron su concentración de riqueza, mientras que el resto de la población quedó rezagada.  No sólo consiguieron bajas impositivas, sino evitar los impuestos y utilizar su poder de mercado para acrecentar ganancias.  Los sectores medios y los trabajadores vieron mermar sus oportunidades, sufren el peso del aporte impositivo y tienen un Estado cada vez más desfinanciado y con peores servicios.

Por otro lado, el crecimiento científico, tecnológico e industrial se trasladó a China cuyo comunismo de mercado mostró la importancia de la planificación estatal.  Otros países, como Rusia o India, giraron hacia el nacionalismo conservador para mejorar las condiciones generadas durante la apertura neoliberal.  Los países europeos con mejores estándares de vida son aquellos que no desmantelaron su Estado de Bienestar, como los escandinavos.

No hay mucha seguridad que la salida por la extrema derecha (darle más poder a los superricos), o la salida por izquierda (quitarles poder y distribuir), llegue a un equilibrio duradero, pues el punto de acuerdo dependerá de si las instituciones pueden vehiculizar la lucha de clases en la racionalidad de una sociedad más justa.  Por ahora el malestar mueve el péndulo político y entre ilusiones y desilusiones, las tensiones aumentan.

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