El silencio como prueba: cuando la negativa habla más que las palabras

Por Dra. Susana Manzi
Callar no siempre protege: a veces, es la forma más elocuente de confesar.
Un fallo judicial en Cipolletti reafirma que el derecho a la identidad no admite evasivas. Ante la negativa reiterada de un hombre a realizarse la prueba de ADN, la jueza consideró su silencio como un indicio grave y concluyente. La sentencia no solo reconoció una paternidad: recordó que en derecho, callar también puede ser una forma de responder.
Un reciente fallo de Cipolletti vuelve a recordarnos que el silencio también comunica. Un hombre se negó reiteradamente a realizarse la prueba de ADN para confirmar su paternidad, y la jueza Gabriela Lapuente entendió que esa negativa era, en sí misma, una forma de confesión. La justicia determinó que no hacía falta otra prueba: la falta de colaboración fue un indicio grave que permitió reconocer la filiación y restituir el derecho a la identidad de una mujer que solo buscaba saber quién era su padre.
El caso trasciende el expediente. Nos interpela como sociedad, porque en tiempos donde sobran las palabras pero escasean las responsabilidades, callar también es una manera de decir. En comunicación —como en el derecho— no existen los vacíos: todo silencio tiene un peso, todo gesto omite o revela. El demandado, al negarse a someterse al ADN, habló desde su silencio. Y la justicia, con sensibilidad y firmeza, supo escuchar lo que no se dijo.
El derecho a la identidad es uno de los pilares más profundos de la condición humana. Es saber quiénes somos, de dónde venimos, y qué historia nos pertenece. Negarlo es una forma de invisibilización, una violencia silenciosa que borra el rostro y la memoria del otro. Por eso, este fallo no solo restituye un apellido: repara una herida moral, devuelve pertenencia, y recuerda que la verdad biológica también es un derecho espiritual y social.
Desde una mirada jurídico-ética, la sentencia reafirma un principio esencial: el derecho no se agota en la forma, sino que busca la verdad y la justicia material. Cuando alguien elige el silencio para eludir una obligación moral y legal, no hace más que confirmar aquello que pretende negar. Porque el silencio, en ciertos contextos, se convierte en una declaración contundente: la de quien, al callar, se delata.
El derecho, en su sentido más humano, debe seguir siendo esa voz que escucha incluso los silencios. En un tiempo donde la mentira se disfraza de prudencia y la evasión de estrategia, este fallo nos devuelve una enseñanza clara: el silencio puede ser una forma de comunicación, pero nunca de impunidad.
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