El valor de aprender a esperar

SALUD / (*)Por Mariano Rato
Vivimos tiempos donde todo parece necesitar pasar ya.
Las respuestas deben ser inmediatas, los cambios rápidos, los resultados visibles. Hay poca paciencia para lo que tarda, para lo que duele sin resolverse, para lo que no está claro. Y sin embargo, gran parte de la vida se construye justo ahí: en el medio de lo que todavía no pasa.
La espera es una experiencia universal. Todos esperamos algo: una noticia, un llamado, una mejora, un alivio, un cambio. Pero lejos de ser un momento pasivo, la espera puede ser una de las tareas más difíciles. Es un espacio en el que el tiempo se vuelve pesado, donde la incertidumbre se hace presente y donde el malestar suele tocar la puerta.
Desde una perspectiva evolutiva, no estamos diseñados para esperar demasiado. Nuestros ancestros necesitaban actuar con rapidez para sobrevivir. Comer, defenderse, escapar. No había margen para detenerse a ver qué pasaba. Ese cerebro de reacción rápida, que nos salvó tantas veces como especie, sigue siendo el que llevamos hoy. Solo que ahora, el peligro no siempre está afuera… muchas veces, está adentro: en la forma en que pensamos, en la ansiedad que nos domina, en la angustia que nos genera no tener todo bajo control.
Y es ahí donde aparece el problema.
No saber esperar no es solo impaciencia: es sufrimiento.
En contextos de ansiedad, esperar puede vivirse como una amenaza. En la depresión, como una pérdida de sentido. En los consumos problemáticos, muchas veces, lo que no se tolera es justamente la espera: la espera a que el dolor pase, la espera a que algo se acomode, la espera a que uno mismo se vuelva a encontrar.
La cultura actual no ayuda demasiado.
Todo está pensado para la gratificación inmediata: un clic, una compra, un like, una pastilla, un escape.
Pero lo importante —las relaciones sanas, los cambios verdaderos, la recuperación de una adicción, el proceso de sanar— no responde al calendario del apuro.
Necesita tiempo. Necesita espera. Y sobre todo, necesita aprender a habitar ese tiempo sin destruirlo.
Desde el trabajo clínico, especialmente en los tratamientos por consumo, lo vemos a diario: sostener la abstinencia, por ejemplo, no es solo dejar de consumir. Es esperar activamente. Es atravesar el malestar sin taparlo. Es confiar en que el alivio llegará, aunque no sea ahora.
Es como si el mayor desafío no fuera resistirse al impulso, sino habitar el vacío que ese impulso antes llenaba.
Y esto no es exclusivo de quienes enfrentan una adicción. Todos, en distintos momentos, necesitamos desarrollar esa capacidad. Esperar sin anestesia.
No para resignarnos, sino para permitir que las cosas maduren, que el cuerpo afloje, que el pensamiento se acomode, que el corazón entienda.
Porque a veces, el problema no es que algo no llegue, sino que no sabemos sostenernos hasta que llegue.
Aprender a esperar, en definitiva, no es rendirse.
Es confiar.
Es regularnos sin aturdirnos.
Es cuidar lo que vendrá, incluso cuando todavía no está.
Y es, quizás, uno de los aprendizajes más difíciles y más necesarios de estos tiempos.
*Director de 'Programa RATO' (www.programarato.com.ar)
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