Entre suelas y tacones. El taller de Mario y el arte de reparar
Por Sonia Elisabeth Rubino
Después de un tiempo mi computadora abrió sus ojos y las palabras comenzaron a volar, uniéndose entre sí para formar una nueva historia.
Debo reconocer que nunca se terminan, siempre que busco encuentro otra razón para volver a sentarme frente a frente con mis amigas, las teclas con las que se ha creado un lazo, un lenguaje, un equipo entre el personaje, las palabras y quien escribe y apuesta una vez más a la maravillosa tarea de contar.
Mario Colín nos abre la puerta de su taller de calzados y junto a él desandamos el sendero de una vida dedicada a su actividad.
¿Cuántos años hace que te dedicas a la tarea de reparar calzados?
'Aprendí el oficio a los 12 años con una persona que me enseñó todo lo que sé.
Allá en la avenida Alsina, al lado de la antigua tienda Chacabuco, Raúl Monzo nos daba trabajo a un grupo de pibes jóvenes que a la vez que trabajamos, nos nutrimos de cada herramienta para salir preparados y por nuestra cuenta.'
¿Siempre allí?
'En un momento había dejado de trabajar de zapatero, me fui a trabajar a otro lado pero volví al primer amor y ya hace 45 años que estoy en mi propio taller.'
¿Es lo que te gusta o no hubo elección?
'Me encanta hacer lo que hago, me siento cómodo, me siento feliz y con esto sustento a mi familia, se criaron mis hijos y me ayudó a tratar con la gente.'
¿Era trabajar o estudiar?
'Nosotros venimos de una familia humilde y numerosa y todavía sigo siendo humilde. Vengo de un hogar de gente que venía muy golpeada pero con mis hermanos empezamos a trabajar desde chicos y eso ayudó a seguir en el ruedo, no caernos del sistema, tener nuestra casa y gracias a Dios puedo decir que hoy estoy bien.'
¿Te gusta el trato con tus clientes?
'Hay mucha gente que viene con una historia, para saber si se puede reparar un calzado o cómo podemos solucionar una mochila rota. Yo les explico que se puede hacer. Por ahí hace falta una suela, o si a la zapatilla hay que hacerle todo el frente o la base nueva. Ahora es distinto, antes se usaba mucho la suela y el clavado, hoy en día se usa mucho la goma y el pegado. Lo importante es hacer las cosas bien para que el cliente quede conforme y vuelva.'
¿Estás solo acá o tenés algún ayudante?
'No, estoy solo, no tengo empleado. Tiempo atrás venían mis hijos, pero no quisieron seguir. No, no les gustó.
En cambio para mí es una terapia, charlo con la gente o a veces les digo un chiste .
Hay de todo, hoy la situación hace que la gente venga mal y entonces trato de animarla, trato de hacer algo para animarla., Por ejemplo te traen el zapato y terminan contando algo que no tiene nada que ver con el tema pero sale de ellos mismos, es una descarga para ellos y yo le pongo el oído, es como una terapia que hacemos.'
¿Sos optimista?
'Si, soy muy optimista y trato de transmitirlo.'
¿Qué te traen para reparar?
'Hago arreglos de calzado, cartera, bolso o mochila, camperas'
¿Muchas horas acá adentro?
'Al principio, cuando tenía chicos chiquitos estaba muchas horas. Cuando ellos estaban estudiando venía a las 8 de la mañana y me iba a casa a las 9 o a las 10 de la noche. Me quedaba de corrido pero es un sacrificio que vale la pena.'
Ahora tengo a los chicos criados y disfruto de mis seis hermosos nietos.'
¿Sentís que les dejás algo de tus vivencias?
'Nosotros somos el espejo, ellos copian lo que ven, crecieron en la cultura del trabajo y hagan lo que hagan, fueron criados con el pan ganado dignamente.'
¿Te sigue la clientela?
'Gracias a Dios me sigue y también se va renovando. Tengo gente que desde que abrí acá están firmes. En estos últimos años y como ya me jubilé no estoy trabajando mucho, estoy trabajando una horita a la mañana y otra hora a la tarde. Lo tengo como una terapia porque charlo con la gente. Hago lo que quiero pero siempre cumpliendo con los clientes, estoy agradecido a eso. A la vida, agradecido por la profesión que se disfruta. Y también por la enseñanza que me dio mi antiguo patrón, Raúl Monzo.
Él fue mi mentor, un abanderado de la actividad en ese momento.'
¿Había pocos zapateros en Chacabuco?
'Había zapateros, pero para mí fue un profesor. Todos los chicos que trabajamos con él, a veces éramos entre 5 y 8 salimos con una formación, porque lo hacía de manera didáctica. La zapatería era muy grande y a la par de hacer nuestro trabajo íbamos aprendiendo para luego volar cada uno por su lado. Aprendimos el oficio de zapatero y hoy en día se está perdiendo.'
¿Se arregla menos y se compra más?
'Yo soy honesto y les digo si vale la pena arreglar o no. Ahora me traen muchas zapatillas, no es fácil tirar y comprar. A veces el cliente es tan humilde y se nota la necesidad, por eso no les cobro, algún día Dios me lo va a pagar.
También tengo muchos clientes que me han dejado acá los zapatos, porque se olvidan o no tienen toda la plata para pagar el arreglo y se lo doy en dos o tres veces que es lo que necesito para afrontar el costo del material.'
¿Qué haces con lo que nadie viene a buscar?
'A veces llevo a una institución, o regalo y la otra opción es vender a alguien que lo quiere comprar Yo puse en ese cartelito que el trabajo debe de ser retirado dentro de los próximos 30 días y tengo zapatos que hace mucho que están ahí. Por ahí los pasan a buscar. Pasa mucho en los cambios de estación. Se deja un par de botas todo el verano y cuando empieza el frío se acuerdan. Lo mismo pasa con las sandalias'
¿Se necesitan herramientas?
'Yo me fui modernizando. Tengo una máquina que se llama 'Patente Elástic', una máquina alemana que tiene más de 100 años y también la horma que es nueva, más moderna de las que veíamos hace unos años atrás.'
¿Alguna anécdota?
'Sí, hace unos años atrás, sí, me equivoqué en una entrega, un error mío, darle un par de zapatillas a otro cliente. Le di las zapatillas equivocadas. No se dio cuenta ,no nos dimos cuenta ninguno de los dos.'
¿Cómo saliste de la confusión?
'Averigüe dónde vivía la clienta a la que di la zapatilla equivocada y ella aún las tenía en la bolsa, ni las había mirado y terminó todo con una broma porque eran más chiquitas, nunca las hubiera podido usar.'
Y las palabras fluyen pero también me hablan los muros donde Mario cuelga mochilas, carteras y otros objetos que ya listos para salir esperan ser buscados por sus dueños.
Dueños para mí anónimos, que también tienen una historia y parte de ella está en alguno de esos objetos que nunca se fue a retirar.
Porque mientras junta el dinero se pasa el tiempo, porque se olvidó que una vez dejó esos zapatos que lo llevaron a una primera cita, a la despedida de un amigo, a una fiesta inolvidable.
No hay aquí sólo mochilas, botas, carteras y zapatillas.
Hay un cofre que encierra el pasado, que cuenta cuentos, también silencios y cada vez que se abre la puerta se asoman para ver si los vienen a buscar.
No son sólo accesorios o calzados. Son amigos que nos acompañan en las buenas y en las malas, capaces de guardar hasta el último secreto.
Esas botas tal vez gastadas por el día a día, que cumplen con su tarea y disfrutan el brillo de un buen lustre para volver a comenzar como nuevas cada mañana.
Ese tacón roto que nos deja un sabor amargo por el mal momento y sin embargo al repararlo es como una bandita al mal trago, y a seguir taconeando por las veredas traviesas.
Y a los que aún esperan juego con mi fantasía y los imagino por las noches, cuando las luces se apagan y reina el silencio, susurrando relatos, evocando épocas, y con la complicidad de la oscuridad , dejar caer una lágrima por ese pasado que ya fue y se los llevó con él. Nunca volverán a caminar por las calles o correr por un helado.
Seguramente casi todos son retirados y volverán a ser parte del atuendo.
Encontrarse de nuevo con ese ser que los vio un día en la vidriera relucientes y flamantes y fue amor a primera vista.
Porque ese es su destino. Estar siempre en forma para llevar a su dueño nada más ni nada menos que a transitar por la vida.
¡Y también en eso Mario tiene mucho que ver!
¡Gracias Mario!
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