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Feliz día del hincha de Boca

11/12/2023
Feliz día del hincha de Boca

Por Manuel Barrientos

 

El 12 del 12 es el Día del Hincha de Boca Juniors. El corazón de Camilo bombea sangre azul y amarilla desde su infancia. Para ser más exactos, desde que su tío Pedro le regaló la camiseta y los botines cuando cumplió seis años.

Paradojas de la vida, el amor por el fútbol -y por el cine y por el humor irónico y por tantas otras cosas- las heredó de otro tío, Agustín, fanático de River. A veces las cosas salen distintas a lo pensado, y este fue el caso. Camilo y su tío Agustín eran vecinos: sus casas estaban una enfrente de la otra. Y empezaron a amasar una rivalidad a base de cargadas cruzadas. 

Allá por 1997, Agustín invitó una vez al sobrino a ver el superclásico en su casa. Camilo le gritó tres goles en menos de treinta minutos, hasta que las gallinas dieron vuelta el resultado y el pequeño personaje escapó de forma mágica y misteriosa, saltando ventanas y medianeras. 

Camilo guarda un recuerdo de fines de la década del ochenta, que también incluye el cruce de una medianera que, por aquellos años, no era más que una franja de un metro y medio de ladrillos apilados.

Boca le acababa de ganar a River por uno a cero en el campeonato y venía de obtener la Supercopa. Tenía mucho para festejar y tomarse revancha ante los pasados triunfos riverplatenses.

Compró unas latas de pintura azul y amarilla. Cruzó la calle, se metió en el terreno abandonado que usaban de potrero. Saltó el tapialito en aquella tarde desierta y cayó en el patio del tío Agustín y la tía Alicia. Abrió las puertas del armario que estaba debajo de la parrilla y sacó el enano de jardín que juntaba polvo desde hacía varios meses.

El tío odiaba los enanos de jardín, pero un cliente del Banco Nación estaba empecinado en regalarle esas piezas de yeso. En realidad, uno de los compañeros de trabajo decidió tomarse revancha de las bromas del tío y le dijo al cliente que tenía la fábrica de yeso que Agustín siempre había querido tener un enano de jardín para exhibir en el frente de su casa. Y el señor, a los pocos días, se apareció con el enano. El tío no pudo más que aceptar el regalo, ante las risas silenciadas de todos los compañeros del banco.

Se lo llevó a la casa y lo dejó unas semanas en el frente, para no desairar al cliente. Pero ni bien pasó un tiempo prudencial, lo escondió en el patio del fondo, debajo de la parrilla, donde la pequeña estatua permaneció hasta aquella tarde de 1989.

Camilo tenía unos doce años y el enano de jardín era más pesado de lo que había estimado, pero se dejaba transportar. Lo alzó, lo dejó sobre la cornisa del tapial y lo arrojó del otro lado, tratando de que cayera en el pasto. Cuando se trepó, vió al enano de espaldas contra el piso, entre los yuyos, con la sonrisa incólume. Vigiló que no hubiera nadie en la calle y cruzó con rapidez. Fue directo hasta el fondo de su casa.

Pintó el gorro de azul, también los pantaloncitos y los zapatos. Las medias, de amarillo, como la franja que le cruzaba el pecho.Lo escondió detrás de un árbol, esperando que la pintura se secara.

Había estudiado los movimientos del tío. A las ocho de la mañana partía en bicicleta para el banco. A las 13, iba a almorzar a la casa de la Nona, que estaba a pocos metros; y a las 13.30 volvía a su trabajo. A las 15 cerraban las puertas, hacían el arqueo de caja y el repaso de todas las operaciones del día. El tío se retiraba a las 17.30, tomaba unos mates con la Nona y emprendía el regreso.

Tenía los minutos contados. Camilo salió de la escuela a las cinco de la tarde y se fue corriendo esas ocho cuadras que distaban de su casa. Cruzó la calle con el enano en andas. Dejó la estatua de yeso, sonriente y auriazul, en el frente de la casa.

Ahí llega el tío, como todos los días, aunque esta vez se frena unos metros antes y mira sorprendido. No termina de entender lo que tiene delante de sus ojos. Salta de la bici y murmura algo por lo bajo. Dirige su vista hacia la vereda de enfrente: una cabeza infantil se esconde detrás de un cantero. El tío ahora entiende todo y sonríe, con la satisfacción del legado entregado. Y comienza a pensar qué hará cuando llegue la hora de la revancha.

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