Hablar de la muerte para aprender a vivir
Por Mariano Rato
El Día de los Muertos se celebra en muchas culturas como un homenaje colectivo a quienes ya no están, un encuentro simbólico entre los que seguimos acá y los que se fueron primero. En algunos países es una fiesta, en otros un ritual, en otros una ceremonia de memoria. Pero en nuestra sociedad, hablar de la muerte sigue siendo algo incómodo. La evitamos, la esquivamos, la disfrazamos de silencio. Y sin embargo todos, tarde o temprano, nos encontramos con ella a través de alguien que amamos o a través de nuestros propios miedos. La muerte está ahí, aunque casi no hablemos de ella. Tampoco lo hace demasiado la ciencia: se enseña a salvar vidas, se describen enfermedades, pero casi no se aborda lo que pasa en ese instante límite en el que la vida parece apagarse… y a veces vuelve.
Hace casi cincuenta años, un joven psiquiatra llamado Raymond Moody decidió prestar atención a quienes habían estado en ese borde. No buscaba teorías metafísicas, sino escuchar. Entrevistó a personas que habían sido reanimadas después de un paro cardíaco o que habían estado muy cerca de morir. Lo que encontró fue tan repetido y tan coincidente que no pudo pasarlo por alto. En 1975 publicó Vida después de la vida, un libro que marcó un antes y un después en la forma de pensar estos relatos. Sin exagerar ni intentar convencer, Moody describió lo que esas personas contaban: que primero sintieron separación del cuerpo, que pudieron ver la escena desde arriba, que escucharon a médicos y familiares sin poder ser vistos. Que se movieron a través de un túnel hacia una luz cálida, que los invadió una paz inmensa, una tranquilidad absoluta. Que el dolor desaparecía y el tiempo dejaba de importar. Y casi todos mencionaban lo mismo: un momento en el que revivían su vida entera, no como una película cualquiera, sino como un repaso emocional de lo importante y lo pendiente. Allí no había preguntas sobre dinero, fama o éxito. Había otra clase de evaluación: ¿Qué hiciste con tu vida? ¿A quién amaste de verdad?
Más allá de lo misterioso del fenómeno, el dato clave es lo que sucede después. Quienes regresan no vuelven iguales. Perder el miedo a morir los lleva a valorar más la vida. Se enojan menos, agradecen más, cuidan lo esencial. Algunos cambian rumbos enteros; otros simplemente cambian la forma de mirar. Lo que vivieron no los hace querer irse, sino quedarse mejor.
Es importante hacer una aclaración ética que el propio Moody destacó: estas experiencias no aparecen en personas que intentaron quitarse la vida con ese fin. En esos casos, los relatos suelen ser muy distintos: angustiantes, oscuros, a veces traumáticos. Hablar de experiencias cercanas a la muerte no es romantizar la muerte ni presentar un destino atractivo. Al contrario: estos testimonios vienen de personas que no buscaban morir y que, tras rozar la muerte por accidente, enfermedad o paro cardíaco, regresaron con un mensaje a favor de cuidar la vida.
Por estas fechas, en la que el recuerdo de quienes ya se fueron se vuelve más presente, vale la pena escuchar esta enseñanza que llega desde ese límite donde casi nadie estuvo: no hace falta morir para empezar a vivir de verdad. Y quizá el mejor homenaje que podemos hacerles a nuestros muertos sea reflexionar sobre nuestra propia vida antes de que sea demasiado tarde.
¿Qué estoy haciendo con mi vida?
¿A quién estoy amando realmente?
*Psicólogo Clínico Cognitivo
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