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Hacia dónde nos arrastran

23/09/2025
Hacia dónde nos arrastran

Por Marcelo Chata García 

La historia política y militar de la fundación de los Estados Nacionales -como la de nuestro país- suele encubrir que su formación obedece a los intereses de la burguesía.  No es que la burguesía haya independizado los países; las batallas -salvo algunas excepciones- las libran los pueblos, y la sociedad construye todos los días la nación con su trabajo.  Pero bajo los ideales independentistas y patrióticos del mito histórico están los intereses burgueses por controlar un territorio y organizarlo jurídicamente de manera de estabilizar las reglas de juego que precisan para producir y comerciar, para garantizar la propiedad privada y la acumulación de capital.  

Los Estados nacen como estrategia de negocios, ligados a las posibilidades que genera el intercambio con otros Estados y la ampliación del mercado interno.  Lo novedoso del momento actual es que las altas burguesías globales y locales, ese 1% de la población parecen ver hoy, en los Estados, un obstáculo a sus ambiciones, y a las sociedades como una carga de la cual no son responsables.

Por eso siempre es importante comprender cuáles son los proyectos que los altos sectores empresarios y financieros tienen como modelo de desarrollo para su país.  Lo que requiere enfocarse en las acciones y discursos de esas clases dominantes -tenedoras del capital-, y la relación que entablan con las clases dirigentes -poseedoras del poder político-.  En Argentina existe una extensa bibliografía en las Ciencias Sociales que ha tomado como objeto de estudio la conformación de estos sectores.  Clásicos como La clase terrateniente en la Argentina moderna, de Jorge Sábato, o Los que mandan, de José Luis de Imaz, renovaron la perspectiva sobre los dueños de la tierra que desde fines del siglo XIX promovieron el modelo agroexportador, y el surgimiento, durante el siglo XX, del empresariado industrial.

En esa tradición se inscribe El país que quieren los dueños, de Alejandro Bercovich y colaboradores.  Porque Milei puede acaparar la escena, son su histrionismo, su lenguaje vulgar y sus medidas de ajuste.  Sin embargo, el problema más profundo está en los planes que la burguesía nacional tiene para Argentina y hacia donde nos arrastra a todos nosotros.  

El libro es provocador, incluso en un clima tan anti-zurdos, no se priva de citar el Manifiesto de 1848 de Marx y Engels.  Pero más inquietante es la afirmación de partida: 'Los dueños de la Argentina tomaron una decisión histórica: renunciaron a encabezar un proceso de desarrollo autónomo del país donde nacieron, que casi todos siguen habitando y en el que amasaron sus fortunas.  Su apuesta política por el anarcocapitalismo de Javier Milei es el reflejo de su resignación a que el país termine de desmantelar su entramado industrial, abandone sus ambiciones científico-tecnológicas, contraiga su mercado interno y se limite a proveer energía, minerales y proteína vegetal a las grandes potencias.' (p.19)

No es extraño esa nostalgia sobre la Argentina oligárquica, cuando el gobierno era elegido por una élite exclusiva.  Ni que molesten las elecciones de medio término.  La democracia de masas amplía las bases sociales que ejercen presión sobre las decisiones políticas, y fuerza a negociar esos anhelos con los que tenemos el resto de la sociedad.  Porque si hay algo que ha demostrado el argentino, es que no se resigna a ser un sujeto pasivo de estrategias elaboradas en las reuniones del Foro de Llao Llao.  En el cuarto oscuro y en la calle puede surgir una resistencia.  Negociar el modelo de desarrollo futuro, requiere no obstante un plan alternativo que recién empieza a construirse.


 

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