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Homo volans

05/05/2024
Homo volans

Por Manuel Barrientos


Una escultura de hierro asoma en lo alto de la biblioteca, allá donde están los libros de literatura argentina, Las alas se extienden por todo el estante, el hombrecito toca con su cuerpo  algunos ejemplares. Parece hamacarse, parece estar siempre a punto de saltar. 

Es uno de los regalos más bellos y conmovedores que recibí en mi vida. Me lo dieron mis viejos cuando cumplí 40 años, salió del taller metalúrgico de Gabriel Albamonte en Chacabuco hasta posarse allá arriba, en este departamento de la ciudad que Conti definía como la capital de la soledad.

Gabriel Albamonte arrancó con un retrato en lápiz de Haroldo y dice que cuando Pocha Conti -la hermana del escritor- lo vio, exclamó: 'Con esa mirada hasta parece que está vivo'. Ahí no paró, hizo una escultura sobre el tío Agustín que está en el Club Social y distintos ejemplares de ese homo viator. 

Basilio Argimón es uno de los personajes emblemáticos de la obra de Conti. Mezcla de Leonardo Da Vinci, William Faulkner y la mecánica artesanal aprendida en revistas populares a lo Roberto Arlt, atraviesa toda su obra. El cuento 'Ad Astra' integra su primer libro de cuentos (Todos los veranos, 1964) y el último (La balada del álamo carolina, 1975), también es un personaje de la novela final, Mascaró, el cazador americano (1975).

Este Ícaro chacabuquense arma en su tallercito una especie de coraza de aluminio, cuero, hebillas, correas y telas enceradas. Su meta son las estrellas (¿o no hay meta y sólo se trata de vivir el proyecto del viaje?). Salta y se va, salta y se queda. En el Bar del Japonés, la comunidad se divide entre quienes lo apoyan y quienes refutan su capacidad de volar. El maestro Marsiletti y Plunkett se convierten en los voceros de cada grupo.

En un galpón, bajo la mirada de dos jóvenes, Argimón urde su plan de vuelo, ajusta el andamiaje, espera la corriente de viento que empuje su trayectoria. Hasta que un día camina por el centro de Chacabuco y va hasta el molino cercano al Hotel Unión, dispuesto a dar el gran salto.

Aníbal Ford fue uno de los teóricos de la comunicación más importantes que dio la Argentina. En 1994 publicó uno de los ensayos más influyentes de esa década, Navegaciones: comunicación, cultura y crisis. Para quienes estudiábamos en Sociales de la UBA por aquellos años, era un hombre imponente, por su físico rotundo a lo Hemingway, por su voz potente, por su vida legendaria. Había sido jefe de redacción de la revista Crisis, bajo la dirección de Eduardo Galeano. Era amigo de Haroldo y en ese libro, Navegaciones, dedica uno de los capítulos a su literatura. Allí describe a Conti como un 'homo viator': fue camionero, piloto civil, nadador de aguas abiertas, tripulante, náufrago, lector. Quiero citar el libro de Ford, pero no lo encuentro. Recuerdo su solapa verde, pero no está. Fui ayudante de Aníbal en su cátedra de Teorías sobre el Periodismo, nunca le pregunté por Conti. Absurda timidez.

Hoy se cumplen 48 años del secuestro y la desaparición de Haroldo. El 5 de mayo de 1976, una patota de la dictadura ingresó en su casa de la calle Fitz Roy, en Villa Crespo. Ahí comenzó su calvario por distintos centros clandestinos. Pienso en Conti, en su paso por El Vesubio, ¿habrá cumplido allí sus 50 años? ¿Qué personajes de su obra se habrán aferrado a su memoria en esos días? ¿Habrá pensado en sus amigos de esa mesa del Bar del Japonés? Surge, entonces, la pregunta inversa: ¿Habrán hablado en esos años los amigos y los vecinos acerca de aquel hombre que se había convertido en la figura más importante de la cultura chacabuquense? ¿Se habrá apoderado el silencio de esos personajes que Conti había inmortalizado en su literatura?

Miro hacia arriba buscando respuestas y aparece otra vez la escultura de Argimón, siempre dispuesto a saltar a la libertad. Recuerdo, entonces, que el capítulo de Ford está también en el libro Haroldo Conti, alias Máscaró, alias la vida, que compiló Eduardo Romano en 2008, cuando otro Eduardo, Jozami, dirigía el Centro Cultural Haroldo Conti. Busco en sus páginas, Ford siente la necesidad de salir del texto que escribe sobre Sudeste y sale en remo en busca del Anguilas, el arroyo en el que empieza en vagabundeo del Boga en la novela de Conti. Aníbal destaca la necesidad de Conti de aferrarse a lo micro, al hombre concreto, a la cotidianeidad. 

Ford cierra su texto con la imagen de Conti, en la cocina de su casa de la calle Fitz Roy, desgravando sus cintas de la isla Paulino y disfrutando y riendo al escuchar una y otra vez al Taño que cantaba el tango Galleguita. Mientras, la muerte estaba ahí nomás, del otro lado de la puerta. Ahí, un 5 de mayo de 1976, a 48 años de su desaparición. O 48 años desde su desaparición. Que no es lo mismo, para ser precisos.

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