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La Marcha del Orgullo: autenticidad en estado puro

06/11/2025
La Marcha del Orgullo: autenticidad en estado puro

Por Mariano Rato

En un mundo que todavía premia lo correcto antes que lo genuino, la Marcha del Orgullo se convierte cada año en una de las expresiones más poderosas de libertad y pertenencia. La autenticidad, ahí, deja de ser un riesgo para convertirse en celebración.

Hay quienes todavía creen que la Marcha del Orgullo es una exageración, una provocación o una fiesta que se fue de tema. Y en parte, sí: es una fiesta. Pero es una fiesta profundamente política. Porque lo que se celebra no es solo una orientación sexual o una identidad de género, sino algo mucho más universal: el derecho a ser uno mismo sin pedir disculpas.

Durante siglos, las personas del colectivo LGBTIQ+ tuvieron que esconderse, mentir, disimular, adaptarse a lo que se esperaba de ellas. Lo hicieron para sobrevivir en una sociedad que no solo las señalaba, sino que las castigaba. Por eso la marcha no es un desfile sin sentido. Es la contracara del silencio, el cuerpo puesto en la calle como acto de memoria y de reparación. Cuando un grupo fue obligado a vivir oculto, salir y mostrarse deja de ser un gesto narcisista para convertirse en un gesto histórico.

Los derechos conquistados en los últimos años —el matrimonio igualitario, la identidad de género, las políticas de inclusión— son avances enormes, pero todavía se paga un costo alto por ser distinto. Las violencias no siempre son explícitas: a veces se esconden en un chiste, en una mirada, en un 'no tengo problema con los gays mientras no se note'. Esa discriminación encubierta, que se disfraza de tolerancia, sigue generando el mismo estrés que antes provocaba el miedo directo al castigo. Vivir en modo vigilancia, cuidando cada gesto, cada palabra o cada forma de vestir, sigue siendo una carga que las minorías llevan todos los días.

También persiste un prejuicio sobre quienes se muestran: 'los que exageran', 'los que buscan llamar la atención', 'los que se disfrazan'. Pero en una sociedad que durante siglos obligó a esconderse, mostrar el cuerpo, el color, la identidad o el deseo no es una excentricidad: es una respuesta política. La marcha es el lugar donde lo visible deja de ser peligroso, donde la diferencia se vuelve belleza y donde la alegría, después de tanta historia de miedo, se convierte en una forma de resistencia.

Y lo más hermoso de la Marcha del Orgullo es que no es exclusiva. No hay invitaciones personalizadas, ni requisitos, ni credenciales. No hay 'nosotros' y 'ellos'. Cualquiera puede ir. Ir como quiera. Estar como quiera. Porque el sentido de esta fiesta no es la pertenencia, sino la libertad. La libertad de moverse, de amar, de expresarse sin que eso implique miedo o vergüenza. La libertad de mostrar todo lo que antes fue motivo de castigo.

Por eso el orgullo no se trata solo de las personas LGBTIQ+. Nos interpela a todos. Porque todos —de una forma u otra— tuvimos que esconder algo para ser aceptados. Todos sabemos lo que se siente disfrazarse un poco para encajar. Y todos, también, sabemos lo que se siente cuando uno, por fin, se anima a mostrarse como es.

La Marcha del Orgullo es eso: el recordatorio de que la libertad no se agradece, se ejerce. Y que esa libertad no termina en las leyes, ni en los slogans, ni en los gestos simbólicos: empieza en la vida cotidiana. En la casa, en la escuela, en la oficina, en las familias que todavía corrigen, en las instituciones que todavía juzgan, y en los silencios que siguen doliendo.

Por eso, cuando veas pasar la marcha, no la mires como algo ajeno. Pensá que lo que ves ahí no es exceso: es historia. Es reparación. Es la celebración de todos los que pudieron salir del escondite, y también de los que todavía no se animan. Es la fiesta más libre del año, porque en ella cada cuerpo, cada voz y cada color tiene lugar.

La Marcha del Orgullo es una invitación abierta. Una que dice, sin necesidad de palabras: 'Vení como sos. Acá, así, está bien.'


*Psicólogo Clínico Cognitivo
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