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La pedagogía del simulacro

09/09/2025
La pedagogía del simulacro

CONTRATAPA / Por Marcelo Chata García 

Frente a mí, dos trabajos prácticos.  Uno muestra a un estudiante que ha procurado responder las consignas arriesgando articulaciones de textos, tratando de explicar sus ideas, argumentando lógicamente.  Se nota que aún no domina del todo los temas ni tampoco la técnica de la escritura académica.  El trabajo está bien, va a aprobar, pero no alcanza a promocionar.  El otro trabajo es correcto; ni brillante, ni arriesgado, ni interesante, ni original… correcto.  Los autores de la bibliografía están relacionados, se marcan las distintas perspectivas y se llega a una conclusión.  Esa conclusión es típica de las respuestas con Inteligencia Artificial (IA).  La impecable gramática y la precisa ortografía, también.  Este trabajo está para promocionar.  Suena a injusticia, pero esa no es la cuestión.

Ambos estudiantes resolvieron las consignas, uno de forma 'artesanal', otro 'artificial'.  Está claro que el segundo ha sido más eficiente: consumió menos tiempo y consiguió un producto más elaborado.  Eso es en términos del producto: las respuestas del parcial.  Pero la educación no se reduce a parciales producidos.  La IA puede producir poesía, incluso los más bellos poemas.  Sin embargo, no suplanta la profunda experiencia humana del poeta que trabaja con el lenguaje para hacerlo tintinear de una manera que dé nuevo sentido a nuestra experiencia en el mundo.

El primer parcial evidencia el proceso cognitivo del estudiante: sus esfuerzos por comprender a los autores, su búsqueda de los matices y contradicciones, su naciente posicionamiento.  Se nota que hay ideas que todavía deben asentarse, le falta atar cabos -lo va a lograr no tengo dudas-, todo eso queda en evidencia ante mí cuando leo.  También se nota el esfuerzo por ordenar las ideas en la linealidad de la escritura.  Poner en orden la cadena causal, avanzar en el razonamiento sin saltearse pasos, incluso, encontrar su estilo, agregarle alguna pincelada de belleza.  Todo eso que, para ser sincero, todavía no logra, queda expuesto en su trabajo.  En unos años, irá superando esas dificultades y observará esos primeros exámenes con extrañeza.  Habrá desarrollado habilidades cognitivas que aprovechará para responder a los problemas profesionales que se le presenten.

El segundo estudiante apeló a la cognición distribuida, concepto que refiere a la posibilidad de ampliar nuestras capacidades apoyándonos en otras personas o tecnologías.  El día de mañana, frente a un problema profesional, seguramente tendrá el mismo gesto, apoyarse en las tecnologías que tenga a mano para resolverlo.  Sería muy apresurado dar por hecho que apelar a la IA no le ha permitido crecer cognitivamente, hace un proceso al del primer estudiante y eso alguna diferencia genera.

Los docentes podemos utilizarla para crear actividades, diagramar los parciales e incluso corregir.  Eso nos ahorra trabajo y tiempo, nos vuelve más eficiente porque podemos dedicar ese tiempo para capacitarnos, tomar más horas de clase o dedicarlo al ocio.  Aquí también pasa algo, no necesariamente evidente.  ¿Se trata sólo de generar actividades educativas por las cuales nos pagan, o buscar en nuestra ocurrencia y ver de crear algo nuevo e interesante por nuestra cuenta tiene algún valor personal?  Ni hablar de corregir, la IA puede darle a cada uno una devolución justa y motivadora.  Sospecho que hay más.  Cuando leo a mis estudiantes hay un diálogo movilizante: encuentro cosas que me sorprenden, me desilusionan, me cuestionan, me divierten, me aburren.

Un docente hace como que diagrama la clase, pero en realidad la diagrama la IA; hace como que elabora exámenes, pero en realidad los diseña la IA; hace como que corrige, pero las devoluciones las escribió la IA para un estudiante que hace como que lee la bibliografía, pero en realidad la pasó por la IA; hace como que asocia los textos, pero en realidad los cruza la IA; hace como que escribe la monografía, pero en realidad la hace la IA.  Todo es un simulacro.  Jean Baudrillard observaba esta característica de nuestra civilización: la distinción entre lo real y lo artificial se diluye.

Estoy colocando dos casos extremos: el estudiante o el docente artesanales vs. el estudiante o el docente programados.  Hay puntos intermedios que, no cabe duda, serán muy provechosos.  Eso no desplaza el cuestionamiento, hay algo en toda esta pedagogía del simulacro que se pierde, una idea de formación que queda reducida a la eficiencia y el resultado, nuestra identificación con el producido propio, con el proceso personal y social que lo hace surgir se evanece.  El reconocimiento, esa necesidad de tener un valor para el otro, se traslada a nuestro uso de la IA; el costo cognitivo y subjetivo de eso por ahora se nos escapa.

 

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