La política que se viste: cuando la moda se convierte en mensaje de poder
Doctora Susana Manzi
La política dejó hace tiempo de hablar solo con palabras. Mientras muchos se empeñan en reducir la moda a un capricho superficial, un nuevo libro de Michelle Obama demuestra que el vestuario puede ser una de las herramientas más finas —y más poderosas— del poder contemporáneo. The Look expone cómo la ropa, lejos de ser banalidad, se convirtió en dispositivo diplomático, escudo identitario y estrategia de comunicación estatal. Negarlo ya no es inocencia: es no querer ver cómo se ejerce el poder en el siglo XXI.
Cuando la ropa dejó de ser ropa
Hay libros que se disfrazan de objetos bellos y terminan revelando verdades incómodas. The Look, la nueva publicación de Michelle Obama, es exactamente eso: un volumen que parece un mero álbum de moda… pero que en realidad desnuda el costado más silencioso —y más eficaz— de la comunicación política contemporánea. Y lo hace al contar cómo el vestuario de una primera dama dejó de ser accesorio para transformarse en herramienta estratégica.
Quien crea que se trata de frivolidades ignora un dato elemental del poder: todo comunica, incluso aquello que se supone superficial. Y cuando las cámaras globales giran como satélites alrededor de una figura pública, cada tela, cada color y cada diseñador se convierten en un mensaje cifrado.
El punto de quiebre
Hasta la llegada de la administración Obama, la moda en la Casa Blanca funcionaba bajo un pacto no escrito: elegancia ceremonial, diseñadores tradicionales y algún gesto diplomático ocasional. Pero The Look documenta algo distinto: el salto cualitativo hacia un modelo profesionalizado donde el guardarropa dejó de ser ornamento y pasó a ser política exterior, narrativa racial, identidad institucional y estrategia de comunicación.
Por primera vez, una primera dama contó con una estilista en plantilla, maquilladores, peinadores y un equipo destinado a construir un lenguaje visual pensado para cada escena. No era coquetería: era trabajo. Y era una manera de ocupar un rol históricamente observado por todos, pero pocas veces administrado con la precisión de una política pública.
A tal punto llegó la estandarización que, después de ella, tanto la administración siguiente como la actual replicaron el esquema: asesoramiento integral, múltiples diseñadores y decisiones sartoriales alineadas con prioridades diplomáticas o mensajes internos. Lo que antes era cortesía se convirtió en estructura.
La niebla del prejuicio
Obama también reconoce lo obvio: como primera mujer negra en ese rol, su imagen estaba doblemente vigilada. Cada color, cada manga, cada estampado corría el riesgo de transformarse en un juicio social. El racismo estético —esa forma silenciosa y persistente de disciplinar cuerpos— aparecía en críticas tan triviales como agresivas, incluso por mostrar brazos descubiertos.
Frente a ese escrutinio, su equipo construyó un lenguaje que equilibrara autenticidad, respeto cultural, diversidad y expectativa pública. La ropa como escudo, pero también como plataforma.
Eso sí: The Look esquiva un costado todavía incómodo. Vestir políticamente cuesta, y mucho. Y aunque existan prácticas institucionales para reducir ese impacto —como donar prendas emblemáticas a los archivos nacionales— el esfuerzo económico recae siempre en la familia presidencial. Un debate pendiente cuando la transparencia patrimonial es un valor exigido a todos los funcionarios.
Lo que el libro revela -y lo que desnuda-
En definitiva, lo que este libro exhibe es la consolidación de un rol que ya no puede entenderse como acompañamiento. La primera dama, en Estados Unidos, dirige un ministerio simbólico en permanente exposición global. Su trabajo no es accesorio: es diplomacia cultural, branding nacional, moderación política y contención emocional de un país que la mira como espejo.
Y The Look muestra que nada de eso ocurre por casualidad. Que el vestuario es un territorio político donde se negocian identidades, se envían señales y se marcan fronteras. Que la moda, lejos de ser un tema menor, puede convertirse en un indicador de época.
Nuestro espejo latinoamericano
En Argentina —y en gran parte de Latinoamérica— seguimos subestimando el lenguaje visual de la política. Exigimos transparencia, eficiencia y modernización institucional, pero continuamos creyendo que la comunicación se limita a discursos y conferencias. No vemos la potencia de lo simbólico ni la responsabilidad de administrarlo. Y sin embargo, cada foto presidencial, cada vestuario, cada gesto público compone un mensaje que influye sobre la percepción social, la empatía ciudadana y la legitimidad democrática.
Tal vez ha llegado el momento de admitir que llamarle 'banal' a la moda es, en realidad, otra forma de desentenderse de la política. Porque lo simbólico gobierna incluso cuando decidimos ignorarlo. The Look demuestra que un gesto estético puede contener una ideología, que un diseñador puede convertirse en puente diplomático y que un vestido puede contar más sobre un país que un discurso entero.
Si todavía creemos que la ropa no importa, el problema no es la ropa: es nuestro atraso para leer los lenguajes del poder. Y la política —esa que se juega en parlamentos, pero también en imágenes— no espera a quien no sabe interpretarla.
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