La restricción externa
Por Marcelo Chata García
Una definición simple del problema sería: es la escasez de divisas internacionales que necesita la economía argentina para funcionar. Digo divisas internacionales porque no siempre fue el dólar, y quizá no siempre lo sea. La restricción externa ya se evidenciaba a fines del siglo XIX, en pleno Modelo Agroexportador. Entonces no era el dólar sino las libras esterlinas, pues la hegemonía internacional la tenía Gran Bretaña. Quizá en algunos años sea el yuan.
En aquellos años de organización nacional y gobierno oligárquico, la restricción externa ya dejaba al descubierto los pies de barro del modelo. La abundancia, mal repartida en la escala social y territorialmente, dependía de la llegada de inversiones, el volumen de ventas de materias primas y el precio internacional que ellas tenían. Cuando las tres variables funcionaban positivamente, Argentina podía comprar todos los bienes industriales e intermedios, ampliar las bases del Estado y satisfacer la acumulación y las largas estadías en el extranjero de su clase dominante. En cambio, cuando los precios internacionales de nuestros productos iban a la baja, el proteccionismo disminuía las exportaciones, una sequía traía malas cosechas o los capitales internacionales retornaban a sus países de origen, el ajuste era inevitable para frenar la inflación y liberar los fondos reclamados por los acreedores.
El Modelo de Industrialización Sustitutiva de Importaciones, después de la crisis del '30, no logró desvanecer el problema. Sí tomó algunas características propias. Cuando el modelo se basó en el mercado interno, el crecimiento industrial exigió más importación de tecnologías. Además, la mejora distributiva permitió que la población consumiera más alimentos, reduciendo los saldos exportables. El Estado desviaba recursos obtenidos por el sector agropecuario en beneficio del desarrollo industrial, manejando una cotización diferenciada para la divisa extranjera. Eso terminó desalentando la inversión en el agro y limitando las exportaciones. La restricción externa seguía ahí.
Con el desarrollismo, la idea de una industrialización para la exportación parecía superadora. Pero las industrias más dinámicas dependían de inversiones extranjeras a las que les convenía dólares altos para exportar, y luego dólares baratos para comprar y enviar sus remesas a los accionistas. Gran parte de la tecnología seguía comprándose en el exterior, a veces de segunda mano. Para no tener lastre, se sacrificó a las pequeñas industrias nacionales -salvo con Íllia, y se la cobraron-. La crisis del petróleo a comienzos de los '70, y la pérdida de la soberanía energética volvieron a presionar por más divisas extranjeras. Efecto que también experimentó el kirchnerismo cuando intentó volver sobre un Modelo ISI, los precios de los commodities bajaron al tiempo que el consumo de energía de la población y de la industria reclamaba más dólares para importar combustible.
La restricción externa genera inflación. Al haber menos dólares de los requeridos en la economía doméstica, el precio por unidad sube para que los compre quien mejor pague. Todos los agentes económicos se pelean por hacerse de la moneda extranjera que precisan. Y si el dólar sube, también los precios, sea porque tienen en su estructura de costos algún bien dolarizado, o para no quedar rezagado en la pelea por comprar dólares.
Desde el Rodrigazo, la Acumulación Financiera empeoró las cosas. Para que la economía funcione libremente se le inyecta una buena dosis de deuda externa, y ese flujo de dólares baratos termina acostumbrando a las clases medias a viajar por el mundo, a comprar importado, al deme dos y la plata dulce. Vuelta al paraíso. A eso se suma que nos acostumbramos a ahorrar en dólares. Lo que no sería tan terrible si no fuera porque la repetida incautación de los depósitos de los ahorristas hizo que la gente no coloque ese dinero en el banco. Antes preferían el colchón, pero con la inseguridad, mejor tenerla afuera del país.
Si mejorara la productividad y creciera la economía, podrían aumentarse y diversificarse las exportaciones. Pero para bajar el gasto, se destruyen universidades, programas de desarrollo, instituciones científicas y tecnológicas, infraestructura. La posibilidad de estirar el dólar barato queda reducida a ajustar más y más hasta que estalla todo por el aire. Y parece que hacia allí vamos de nuevo.
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