La tormenta y la pantalla: posverdad, redes y el vacío de contenido (parte II)

Por Susana Manzi
Esta es una especie de segunda parte de lo que hablábamos antes sobre los celulares, las redes y cómo están cambiando nuestra forma de leer y prestar atención. Pero esta vez queremos mirar más allá: ¿qué pasa cuando esa forma rápida, emocional y superficial de comunicar también se mete en la política? ¿Y qué consecuencias tiene en cómo entendemos la verdad y participamos como sociedad?
Muchos creen que los problemas de concentración de los jóvenes solo pasan en la escuela, pero en realidad son parte de algo más grande. Vivimos en la era de la "posverdad", un tiempo en el que los sentimientos importan más que los hechos reales. En este mundo, un meme puede influir más que un argumento serio, y las redes sociales están diseñadas para mostrarnos lo que nos hace enojar o emocionar, no lo que nos hace pensar.
La política se ha contagiado de esto. No es casualidad que líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni o Javier Milei usen las redes sociales como su principal medio de comunicación. Con mensajes cortos, frases provocadoras y videos impactantes, logran captar la atención de millones de personas, en especial de quienes ya no confían en los medios tradicionales.
En este contexto, la política muchas veces pierde profundidad. Ya no se trata de explicar ideas complejas o debatir propuestas, sino de hacer ruido y volverse viral. Como dicen algunos estudios, en la posverdad no importa tanto si algo es cierto o no, sino si logra generar una reacción fuerte en la gente.
Por eso los discursos más extremos o "rebeldes" suelen tener tanto éxito. Hoy, la atención es un recurso escaso: todos compiten por unos segundos de mirada, y muchos políticos lo saben. Entonces simplifican, provocan y buscan likes más que argumentos.
Pero no todo se explica por las redes o por estrategias de comunicación. Esta forma de hacer política también crece porque hay muchas personas que están desilusionadas, con poca confianza en las instituciones, y que viven en contextos económicos y sociales muy difíciles. Cuando leer un texto largo se hace cada vez más raro y pensar con profundidad se vuelve más difícil, los mensajes simples y emocionales tienen terreno fértil para crecer.
Si en la primera parte hablamos de la importancia de enseñar a los jóvenes a usar la tecnología con cuidado, también es clave ayudarlos a ser ciudadanos digitales críticos. Esto significa no solo saber usar el celular, sino también poder diferenciar entre información y manipulación, entre un dato real y una mentira disfrazada de verdad, entre un show político y un proyecto serio.
La llamada "tormenta digital" no afecta solo a la escuela, sino también a la democracia. Y si no aprendemos a movernos dentro de ella con inteligencia, las nuevas derechas seguirán creciendo gracias a la desinformación y a un uso irresponsable de las redes.
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