La última curda

CONTRATAPA | Por Manuel Barrientos
En aquella madrugada calurosa y húmeda, leyó una y otra vez la partitura que le había pasado Aníbal Troilo. Unas horas antes, bajo los perfumes de la noche, Pichuco le había insistido para que le pusiera, de una vez por todas, una letra a esa música. Así que Cátulo Castillo se concentró y tipeó en la Olivetti: 'No ves que vengo de un país / Que está de olvido, siempre gris, tras el alcohol'.
Corría 1956, la dictadura del general Pedro Aramburu y el almirante Isaac Rojas fusilaba en José León Suárez y en el Parque Las Heras. El nombre de Cátulo integraba las listas negras de la Revolución Libertadora, ya lo habían echado de las cátedras y de los cargos por su militancia peronista. Pero aquella madrugada de verano, Cátulo hizo bailar sus dedos en la máquina de escribir y creó 'La última curda', uno de sus tangos más excelsos.
Hasta 1955 había liderado la Sociedad Argentina de Autores y Compositores y fue el director del Conservatorio Municipal Manuel de Falla. Desde la presidencia de la Comisión Nacional de Cultura de la Nación, había cometido el gesto intrépido de llevar el tango al Teatro Colón con la orquesta de Troilo y el sainete 'El conventillo de la Paloma'. También había compuesto la letra de la Marcha del Gremio de Luz y Fuerza, en la que se escuchaba: 'Derrocada será la oligarquía y los hombres felices vivirán'.
Con el golpe de Estado de Aramburu, la persecución sobre Cátulo fue implacable. Prohibieron que sus temas se pasaran en las radios. Ni siquiera le permitían cobrar los derechos de autor en SADAIC, que estaba intervenido. Tuvo que vender todo y recluirse. Conservó la Olivetti y componía tangos. Descubrió el amor por los animales. Cuenta su esposa Amanda que llegaron a tener 95 perros, 19 gatos y dos corderitos: Juan y Domingo. También pintaba obras con un estilo similar al de Benito Quinquela Martín.
Ese exilio, en este caso interno, no era el primero que había sufrido. Su padre, José González Castillo, era anarquista, y quiso inscribirlo en el Registro Civil con el nombre de 'Descanso Dominical González Castillo'. Ante la negativa del empleado público, decidió darle el nombre de Ovidio Cátulo González Castillo.
En los primeros años del siglo XX las ideas libertarias eran perseguidas en la Argentina y la familia debió irse a Chile. Del otro lado de los Andes tampoco fueron bienvenidos y en 1913 se vieron obligados a regresar a la Argentina.
Cátulo Castillo fue boxeador y llegó a ser campeón argentino de peso pluma, hasta lo preseleccionaron para los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928. Poeta mayor del tango, entre sus grandes obras se destacan 'Tinta roja', 'Caserón de tejas', 'María', 'El último café' y 'Una canción'.
Haroldo Conti decía en una entrevista que le realizaron en los años setenta: 'Creo, con Galeano, que nuestra suprema obligación es hacer las cosas bellas, sobre todo más bellas de lo que las puede hacer el adversario. Pero aun haciendo belleza creo que podemos hacer una literatura política'.
Y en aquella madrugada de 1956, Cátulo Castillo supo hacer las cosas más bellas, la poesía más precisa. Sus dedos bailaban en la Olivetti y escribían: 'Cerrame el ventanal / Que arrastra el sol / Su lento caracol de sueño, / ¿No ves que vengo de un país / Que está de olvido, siempre gris, / Tras el alcohol?...'
Ansioso, Pichuco quiso estrenar el tango en su departamento, en un segundo piso de la calle Paraná al 400. Era una noche calurosa y húmeda, como las que acostumbra a ofrecer la Ciudad de Buenos Aires, y abrieron las ventanas que daban al balcón. Los noctámbulos que salían del cabaret Chantecler se quedaron deslumbrados con esa letra y esa música que se escuchaba por primera vez. El grupo de oyentes fue creciendo, hasta que Troilo y Castillo debieron interrumpir los ensayos por la ovación que subía desde las calles.
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