Las chatas y los chateros de Membrillar

Antes de que se generalizara el uso de los camiones y la mecanización agrícola en los campos, el traslado de los granos a las estaciones de tren o los centros de acopio se hacían en chatas, que eran grandes acoplados tirados por caballos a cuyo mando solían estar los propios chacareros.
En su libro 'Historias de gente común', Carlos Alberto Berrueta, un exvecino actualmente radicado en La Plata, relata cómo era esta dura tarea que sobrevivió hasta ya bastante entrado el siglo pasado. El autor, que pasó su infancia en la zona de Membrillar, relata en su obra el caso de Juancho Zubillagaga, uno de los últimos chateros que hubo en ese sector del partido de Chacabuco.
Juancho era un hijo de vascos 'bonachón y trabajador', y como el campo de su familia no era muy extenso 'incrementaba sus ingresos' trabajando en el transporte de las cosechas.
'El trabajar realizando fletes con una chata de cuatro ruedas de madera tirada por cinco caballos de mínima, o hasta ocho cuando la carga era importante, debiendo transitar por rastrojos pantanosos, era una tarea que no estaba hecha para improvisados. Había que conocer el tema a fondo, principalmente contar con una tropilla de caballos de primer nivel, tanto en mansedumbre como en cooperación para un trabajo en equipo y, fundamentalmente, en fuerza de tracción. Luego había que tener conocimiento en la tarea de cargar la chata con bolsas, ya sean estas de trigo, girasol o maíz, y, por último, tener el conocimiento suficiente para manejar los caballos, transitar por los lugares adecuados y llegar con la carga a destino sin sobresaltos', relata Berrueta.
'En el barrio había varios vecinos que como extra se dedicaban a esta tarea y, por supuesto, cada uno de ellos mostraba con orgullo los atributos de su equipo de trabajo, ya sea el estado general del vehículo de carga, o sea, la chata, que podríamos decir que era un gran acoplado de cuatro ruedas construidas en madera con una gruesa llanta de hierro, las traseras más grandes, de hasta más de dos metros de diámetro', agrega el autor, y recuerda que las chatas más famosas en la zona eran unas que se fabricaban en la ciudad de San Pedro, por lo que se las conocía como 'sampedrinas'.
La mayoría de los carruajes contaban con un sistema de frenos 'con zapatas de madera que accionaban mediante un sistema de palancas desde el puesto de manejo, que era un asiento o pescante en la parte delantera, sobre las gruesas llantas de hierro de las ruedas'.
Si bien los motivos de orgullo de quienes las poseían comenzaba por las chatas, la mayoría de las cuales se pintaban de un 'llamativo color rojo' -aunque también había algunas celestes-, el principal atributo de un servicio de estas características estaba dado por la tropilla que cada chatero tenía y ataba a su carruaje para realizar la tarea. Los caballos generalmente eran los mismos que también se ataban al arado, rastra o sembradora para realizar el laboreo de la chacra. Por último, la reputación de cada servicio era mayor o menor según la capacidad de carga que cada uno podía acomodar en su chata.
'En verdad -escribe Berrueta-, era placentero ver las siluetas de estas chatas recortadas en el horizonte, transitando a tranco lento por los polvorientos caminos rumbo a los galpones de la estación, y escuchar el ruido de las ruedas contenidas en los ejes por unas importantes cuñas de hierro. Las grandes ruedas se iban moviendo lateralmente sobre los engrasados ejes, mientras se escuchaba la voz del chatero azuzando a sus yeguarizos con gritos, un silbido o nombrándolos a viva voz por sus nombres, además de hacer chasquear la trenza del látigo cadenero'.
Por lo general, las chatas eran arrastradas por entre cinco y ocho caballos, cada uno de los cuales ocupaba distintos lugares en la formación, por lo que, según su función, los equinos eran conocidos como 'tronqueros', otros como 'cadeneros' y también solían agregarse los 'laderos'.
Además, el chatero tenía la precaución de llevar atados a la culata del carro a dos o tres animales de repuesto. También había uno que se utilizaba para tirar el 'aparato' o 'guinche', que era un aparejo que izaba las bolsas desde la estiba hasta el piso de la chata, en la que generalmente se cargaban 100 bolsas, que pesaban entre 60 y 65 kilos cada una, aunque no faltaban quienes se jactaban de poder trasladar hasta 120 bolsas.
Relata Berrueta que, además de Juancho, en el 'barrio' de Membrillar había varios vecinos que se dedicaban al oficio de ser chateros, entre los que menciona a Vicente Farisano, Amadeo De Titto, Isidro Perrone y José 'Pito' Craparo. Además, cuenta como anécdota un episodio de distracción vivido por uno de ellos, que una vuelta se lanzó a cruzar la ruta 7 con su chata sin haber desmontado el guinche, cuya altura era de más de cinco metros. Eso provocó que arrasara con todos los cables telegráficos que había colocados a la vera de la cinta asfáltica.
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