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Las pulperías fueron centros de reuniones sociales en el medio del campo

03/04/2024
Las pulperías fueron centros de reuniones sociales en el medio del campo

Cuenta José Tomás Cappucci, historiador de la zona de Suipacha, que en la la llanura bonaerense las pulperías fueron puntos obligados de reuniones, lugar de payadas y narraciones, sitio de borrachos y truqueros mentirosos, y escenario de disputas a cuchillo entre parroquianos. También fueron centro de noticias sobre animales extraviados, trazando en el suelo las marcas del ganado, así como de otros hechos sucedidos en los alrededores.

'Los caminos reales de la provincia de Buenos Aires estaban llenos de estos locales, típicos de la región rural', dice Cappucci, y agrega que en las pulperías también se vendían artículos de primera necesidad. Para poder funcionar, los boliches debían contar con la autorización de las autoridades competentes. Asimismo, sus dueños debían tramitar las correspondientes licencias para poder tener sables o tercerolas, que eran una especie de carabina que utilizaban para guardar la seguridad de los locales en caso de alguna trifulca.

Eran boliches angostos y oscuros, tradicionalmente con techo de paja o juncos sujetados a un armazón de troncos y paredes de adobe con piso de tierra. 'El mostrador estaba protegido con una reja de hierro, detrás de la cual despachaba el pulpero, al reparo de las arremetidas de los borrachos y de sujetos propensos a las riñas', escribe Cappucci, y agrega que un pedazo de trapo colocado en la punta de una alta caña de bambú, flameando al frente del rústico edificio, significaba, según su color, 'si se vendían servicios o vicios'.

'Fue el lugar de encuentro de los paisanos de los alrededores. En dichos sitios se jugaba a los naipes, a las bochas y a las tabas', y en ocasiones especiales en derredor de las pulperías se organizaban cuadreras que concitaban la presencia de paisanos de toda la zona.

El profesor Oscar Melli comenta en una de sus obras que entre los años 1871 y 1875 en el partido de Chacabuco funcionaban las pulperías La Pichincha, de Chaves y Domínguez, en el cuarto IV; la de don Manuel Villa, ubicada en el Cuartel IX; y la de don Paulino Toyos, situada en el Cuartel VI. También estaba la pulpería de Atencio, cuya ubicación se desconoce. Además, en 1873, en el Cuartel IX, funcionaba un boliche de Bonifacio García y, en el Cuartel II se hallaban las pulperías de Juan Pelliza y Juan Calp, esta última instalada en un campo de don Miguel Insiarte.

Cappucci, en tanto, da detalles de una pulpería que en la segunda mitad del siglo XIX funcionó en el Cuartel VII del partido de Suipacha, sobre el arroyo Los Leones, a  dos leguas de la confluencia con los arroyos del Durazno y el Cardoso, donde nace el río Luján. Según se cuenta, el boliche -en el que, entre otras cosas, podía adquirirse charque, harina, ginebra, velas, yerba y vino- era propiedad de Julián Luengo y solía ser visitado por Juan Moreira y su amigo Julián Andrade, quienes solían andar por esa zona.

'La pulpería  abastecía a las familias que residían en las estancias de la zona y a los ocasionales viajeros para que pudieran continuar con el viaje. El 28 de  enero de 1852 acampó en sus proximidades el Ejército Grande en su marcha hacia Caseros. Con seguridad los soldados compraron vituallas, yerba, sal y vinos', escribió el historiador, que también menciona otros boliches históricos de ese partido, como uno que estuvo en proximidades de la estación Román Báez, por donde pasaba el Ferrocarril Sarmiento, que  funcionaba como despacho de bebidas y negocio de ramos generales y acopio de frutos del país.

'A principios del año 1900 van desapareciendo las pulperías que habían  caracterizado al ámbito rural. Algunos de sus propietarios, generalmente de origen europeo, que mayormente residían en las ciudades, de esta modesta forma amasaron fortunas que les permitieron comprar campos y ocupar cargos públicos. Los almacenes de las estancias y de ramos generales de la campaña, fueron reemplazando a las pulperías, aceptando bonos, latas de esquilas y billetes emitidos por las compañías con los que pagaban a los peones que contrataban, con la intención de retenerlos', finaliza Cappucci en su descripción de estos establecimientos tan característicos de nuestra llanura.

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