Las siembras de antes

Hacia finales de la década del 50 y comienzos de los 60 del siglo pasado la agricultura argentina vivió un proceso de cambios marcado por el avance de la mecanización. En su libro 'historias de gente común', Carlos Alberto Berrueta, un exvecino que se crió en la zona de Membrillar relató cómo eran antiguamente las cosas y cómo se hacían las labores agrícolas, en especial en el momento de la siembra.
Por aquellos tiempos, señala Berrueta, los cultivos predominantes por estas pampas eran el trigo y el maíz, aunque podían verse a las perdidas algunos lotes de girasol. Décadas antes también había tenido presencia el lino. Durante la siembra, agrega, 'se trataba a la tierra con mucho cariño y esmero'.
'Todo el proceso comenzaba con un arado, cuyo medio de tracción eran los caballos, invalorables colaboradores del chacarero por esa época. Los arados eran en su mayoría 'dobles', o sea, de dos rejas, los había también 'sencillos', de una, y excepcionalmente de tres rejas, poco usados porque hacían falta más caballos para traccionarlos', escribe el autor, que creció en un sector del partido de Chacabuco en el que las unidades productivas no superaban las 80 hectáreas. Los arados de una reja requerían de tres caballos, mientras que los dobles necesitaban de seis. Por ese tiempo, cuenta, en esa zona aún no se veían mucho los tractores.
'Con un arado doble de doce pulgadas se trabajaba un espacio de 60 centímetros por vuelta y poco más de 70 centímetros en el caso del de catorce. En el caso del arado 'sencillo', estos valores eran la mitad, por lo que cubrir una extensión de 30, 40 o 50 hectáreas no era una tarea fácil, rápida o sencilla. Había que ponerle horas al cometido, y en esto jugaba también un papel fundamental la caballada con la que se contaba. Debían ser caballos de 'tiro' o 'pecho' de buena contextura física y bien alimentados', escribe Berrueta, y acota que aquel agricultor que contaba con una tropilla numerosa podía utilizar 'dos mudas' de caballo, lo que reducía los tiempos de manera considerable.
Luego de la etapa de 'la arada' del suelo, que algunas veces eran dos, venía la de rastrear la tierra para romper los terrones y emparejar. El autor explica que para esta tarea se usaban rastras de cuatro o cinco cuerpos que consistían en 'una parrilla o reticulado formado por planchuelas de hierro que en sus puntos de intersección tenían montados unos dientes metálicos de 20 a 25 centímetros, que eran los encargados de realizar el trabajo'. Para estas labores también se recibía la imprescindible ayuda de los caballos, que podían ser tres o cuatro, de acuerdo al tamaño del implemento.
'En este caso, al contrario de lo que pasaba con el arado, en el que el encargado de manejar y conducir los caballos lo hacía sentado en un asiento metálico, la persona debía transitar por detrás de la rastra, ya sea a pie o montado sobre otro caballo', señala el escritor.
En ese entonces, cuenta Berrueta, la selección de la semilla que se iba a sembrar se hacía en la propia chacra, pues aún no estaban muy difundidas las semillas de criaderos. Acerca de esto, recuerda que en el caso del trigo, las semillas comerciales más conocidas en esa época eran las líneas Petiso y Rendidor del criadero Klein, que funciona en Alberti desde 1919.
'Tengo presente que, en el caso del maíz, durante muchos años observé a mis tíos ir seleccionando en el momento de la junta o el almacenaje las espigas que ellos consideraban de buena calidad, bien formadas y sin defectos, que iban separando en lugar aparte para ser desgranadas, seleccionando, clasificando y limpiando su fruto, que quedaba a buen resguardo para sembrar en la próxima campaña'.
Antes de la siembra, a las semillas de trigo se les hacía un proceso curativo en base a un producto que contenía sulfato de cobre, para protegerlas de los hongos. Luego, hacia finales de junio, comenzaba la implantación en sí, que se hacía con una sembradora de semilla fina que era tirada por tres caballos, los cuales, cuenta Berrueta, debían ser de los 'más mansos y de buena boca'. La mayoría de las sembradoras eran de origen estadounidense y canadiense. Una marca muy utilizada en la zona era Massey Harris. Las sembradoras tenían un ancho de labor que solía ser de 18 o 20 surcos.
'El trigo se sembraba de la misma manera que actualmente, circunvalando el lote desde afuera hacia el centro. Luego se terminaban las esquinas, donde la siembra era irregular, recorriendo con dos o tres pasadas el lote en diagonal, de vértice a vértice del mismo', escribe el autor, que también recuerda que existía otro modelo de sembradoras, más antiguas, llamadas 'de siembra al vuelo', que esparcían las semillas de manera desordenada, no en surcos, y luego había que cubrirlas para que germinasen mediante una pasada de rastra.
Hasta ahí llegaba la siembra. 'De ahí en más -dice el autor de 'Historias de gente común'-, venía un tiempo de tensa espera y vigilia hasta la cosecha, que en condiciones normales llegaba a fines de diciembre o principios de enero. Luego de la siembra sólo era vigilancia y ruegos para que el clima acompañe lloviendo en el momento del macollaje, que no haya heladas durante la fructificación y que no llueva al momento de la maduración, para que los granos no se laven, perdiendo calidad. Por entonces no se utilizaban herbicidas o fumigantes químicos, ni pre ni post emergentes, para ningún cultivo. Podemos afirmar que en ese tiempo se realizaba una 'agricultura orgánica', tan mentada como novedad, a la que queremos volver en nuestro tiempo'.
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