Los sinsentidos del secundario

contratapa / Por Marcelo Chata García
Hace algo más de medio siglo atrás, acceder a la escuela secundaria era común en las clases medias y una estrategia de ascenso social que asumían algunas familias de los sectores más bajos. Los colegios industriales o agrónomos otorgaban un valorado título de técnico, los normales abrían el camino a la docencia, el comercial brindaba aptitudes para quienes aspiraban a su negocio y los bachilleratos eran un escalón a los estudios universitarios. No había mucha dispersión o diversidad, los objetivos estaban claros.
En la medida que el mundo se fue haciendo más complejo y entramos en la sociedad del conocimiento, los años de escolaridad para acceder a mejores trabajos se fue estirando. Surgieron los profesorados y los terciarios que otorgaban títulos de técnicos superiores. Pero además, los trabajos mismos cambiaron, los saberes necesarios y la forma de acceder a ellos. Los bachilleratos han intentado abrirse a esa diversidad quizá al precio de perder unicidad.
Desde la Ley de Educación Nacional (26.206) del 2006, la educación secundaria se volvió obligatoria, y tuvo que enfrentar los desafíos que implicaba la nueva población que incluía, y superar el desguace institucional que fue el polimodal de los '90. La financiación tuvo altibajos, y los salarios de los profesores más aún; los cambios organizacionales bruscos, y las problemáticas sociales concentradas en las aulas poco ayudaron a una institución que debe brindarse a un grupo etario que tiene sus propias particularidades.
La encuesta del Observatorios de Datos Locales de la UTN muestra que alcanzar mayor nivel educativo está asociado a una mejor inserción laboral. El 71% de los encuestados con estudios secundarios trabaja, 16 puntos porcentuales más que aquellos que cuentan solo con el primario completo (55%). Aun así, muestran menor satisfacción con las oportunidades laborales que hay en la ciudad. Son los jóvenes entre 16 y 34 los que encuentran más dificultades para acceder al trabajo y tienen mayor insatisfacción con las oportunidades de inserción que encuentran; es decir, a los adultos que cursaron el viejo secundario les ha servido para su proyecto de vida, pero los que han salido en los últimos 20 años, encuentran ciertas limitaciones.
El secundario aparece como el nivel educativo que tiene una percepción más negativa en la comunidad. Sólo 4 de cada 10 encuestados tiene una percepción positiva. La primaria sube 8 puntos, del 39% al 47%. Y el nivel superior, no sólo tiene un 64% de imagen positiva, sino que tiene sólo 2 % de negativa, frente al 24% de la escuela media. En conversaciones con estudiantes del último año surge el reclamo de la poca preparación que da para la universidad. De hecho, en la encuesta, sólo al 32% de los que declararon tener educación superior les ha quedado una imagen positiva del secundario, mientras que el 70% valora positivo su paso por la universidad y ninguno la consideró negativa.
Las Pruebas Aprender del año pasado muestran que todavía no se han recuperado los niveles previos a la pandemia. En 2017, el 62,5% de los estudiantes mostraban un nivel entre Satisfactorio y Avanzado en Lengua, frente a un 57% del 2024. En tanto que en Matemática, se pasa del 31,2% al 14,2% empeorando incluso con las mediciones del 2022.
Los reclamos que los adolescentes le hacen se centran en la baja exigencia y la demasiada flexibilidad, no aportar técnicas de estudio y dedicarle poco tiempo a la lectura y las matemáticas, tener demasiadas horas libres y poco compromiso de algunos docentes. Sin embargo, también marcan fortalezas: hacen amigos, viven buenos momentos, van descubriendo sus intereses, aprenden a cumplir horarios, a organizarse y a respetar a los docentes. Ese centro en la socialización es un buen fundamento para trabajar sobre otros aspectos, en la medida que el secundario pueda resolver sus sinsentidos y establecerse objetivos claros.
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