"Me sentía culpable por no aceptar al otro tal como quería ser"

Daniel Muchiut es fotógrafo y cineasta, uno de los artistas más destacados de la región, premiado internacionalmente. El resto del tiempo, trabaja en una imprenta de su ciudad, Chivilcoy, y vive entre la gente. Comparte su vida con los personajes que retrata a quienes considera una parte constitutiva de su ser. Intenta contrarrestar la angustia que le genera esta era vertiginosa trabajando con proyectos que duran años y una mirada social de todo lo que lo rodea. Hoy, domingo, presentará su última película documental en el Cine Teatro Italiano, y expondrá una serie de fotografías vinculadas a ella: Pamela. 'En estos momentos donde aparece un gobierno con fuertes rasgos de derecha y discriminatorios, es necesario hacer un laburo de ese tipo', asegura en diálogo con Cuatro Palabras.
Por Martina Dentella
Pamela es un documental que nació durante la pandemia. Daniel Muchiut venía de trabajar con el colectivo LGTB de Chivilcoy. Ahí la conoció, y ella lo sorprendió con su historia: por cómo la narraba, por su simpatía, su desparpajo. Contaba su vida sin la angustia y tristeza que todos los demás integrantes traían consigo, por las peripecias vividas a lo largo de sus vidas. Ella había tenido en su transición mucha contención de parte de su familia. Eso, en los años ochenta, y con un padre policía -otro montón de cosas que condicionaban su historia- era algo especial. Mientras empezaban a trabajar en el largo, Daniel descubre 'un tesoro': Pamela tenía documentado en álbumes fotográficos todo su proceso de transformación físico, que hoy es parte de la muestra que se exhibe en la Galería Meridiano 0 a partir de las 19:00.
Con este trabajo intenta remediar ese juzgamiento que hay de parte de la sociedad, 'sobre todo los hombres con respecto al tema'. 'Es como subsanar algo que a mí me hacía sentir culpable, de no ver al otro como quiere ser en la vida. Al mostrar esa realidad, también estoy de alguna forma creciendo como persona e instalando un tema', dice.
-¿Qué te despertó el interés por retratar el mundo trans?
-Creo que mis trabajos tienen que leerse en perspectiva con la época política, entonces quizás era un tiempo en el que se habían ganado derechos, que había más visibilidad. Me parecía que era el momento de mostrar esa realidad y no otro. Yo cuando era más joven traté de hacer un trabajo y no lo pude concretar porque no tenía la adultez para resolverlo. De grande me pareció que estaba preparado para hacer el laburo y lo encaré después de muchos años de hacer distintos ensayos con varias personas. Y también, lo digo con un poco de vergüenza, de remediar ese juzgamiento que hay de parte de la sociedad y más de los hombres con respecto al tema. Me acuerdo mucho de muy pibe de haber una comparsa que ensayaban en la cuadra de mi casa y ahí estaban las 'mariquitas', como les decían, bailando y también veía al barrio mirándolo, prejuzgando.
Es como subsanar algo que a mí me hacía sentir culpable de no ver al otro como quiere ser en la vida. Al mostrar esa realidad, también estoy de alguna forma creciendo como persona e instalando un tema. Más en estos momentos donde aparece un gobierno con fuertes rasgos de derecha y discriminatorios es necesario hacer un laburo de ese tipo.
-Te vinculás de una manera muy íntima con las personas que retratás y vivís a trasmano de una sociedad que va demasiado rápido, ¿cómo vas construyendo esa relación?
-No tengo ninguna fórmula. Trato de retratar una parte de la sociedad a la que pertenezco. No me siento alguien que viene a mirar a esta persona desde arriba, sino desde el mismo llano por donde caminamos juntos. Y después de los tiempos quisiera estirarlos aún más, porque también cuando inicio un trabajo nunca sé cuándo termino, si son dos años, si son tres años, si son cuatro años, si son dieciocho años como la vida de Oscar. Es un delirio. Estuve dieciocho años siguiendo al pobre Oscar. Se encontró con la familia y ese fue un regalo. Me parece que el tiempo siempre juega a favor de las historias, y lo vertiginoso de cómo se vive hoy, me produce mucha angustia. Con mi trabajo, contrarresto un poco ese dilema.
-¿Continuás el vínculo con las personas que retratás?
-Sí, porque yo sigo siendo una persona que trabaja en una imprenta, como toda la vida.
Y voy caminando por la calle y me encuentro con las personas que retraté. Y el vínculo sigue intacto o mejor. Porque una vez que pudimos ya cerrar el trabajo, nace la amistad.
El fin de semana pasado fui a visitar a Oscar para mandarle fotos a sus hermanos que viven en el Gran Buenos Aires. O fui a visitar al Topo, que es otro personaje que retraté. Evidentemente ya forman parte de mi propia historia.
-Son tus personajes.
-Claro, sí. En definitiva, el personaje debo ser yo más que ellos. Son parte ya constitutiva de mi ser.
-Ganaste un premio de la Fundación Michael Horbach con la vida de Oscar, ¿qué significó esa obra en tu vida?¿Por qué nunca le terminás de dar un cierre?
-No tengo respuesta cerrada. Es como si un impulso se hubiera apoderado de mí, un grado de locura y de inconsciencia, y lo sigo adelante. En realidad el trabajo lo empiezo en el 98, y en el 2001 o 2002 lo expongo en el Teatro San Martín. Y bien podía haber terminado ahí, porque en realidad narraba la historia de una persona que vivía en las márgenes de la sociedad, como tantos otros encontrás en Capital, de gente viviendo en la calle. Y quería un poco entender por qué alguien llegaba ahí. Pero la vida en los pueblos es distinta, entonces vos a esa persona la seguís viendo, y Oscar pasó a estar en una pensión, y la vida la había cambiado, después vuelve a irse y se va a una tapera y yo lo sigo. Pero nunca entendí por qué. Hasta que después cae enfermo Oscar y va al geriátrico, y yo cómo iba a abandonar a una persona que había estado tanto tiempo en mi vida. Seguí fotografiándolo, y ahí empieza el documental, cuando Oscar se encuentra con la familia, después de 58 años. Es un milagro que sucedió del cual fui partícipe, y agradezco a la vida que me haya dado esta oportunidad.
Lo del premio en Alemania para mí fue muy importante por esas razones, porque desde otro lado del planeta alguien se conmueve con la historia y creía que podía ser merecedor de un premio. Para mí fue y es demasiado emotivo haberlo recibido.
-¿Cómo es trabajar en este país y en este contexto siendo fotógrafo?
-Por el momento estoy muy desanimado porque la lucha es desigual y es una lucha en la que siempre perdemos los mismos, quedamos por fuera. Y hablando del arte, también es como una pelea que nunca sabes si el esfuerzo que hacés es retribuido, yo creo que no. Estar trabajando tanto tiempo, no solamente invirtiendo tiempo, sino dinero, dejando a la familia de lado para hacer un gesto artístico que después no sabés si alguien va a valorar.
Hoy el INCAA no da ningún tipo de apoyo al cine nacional sino es exitoso, entre comillas, y todos sabemos que el cine independiente no está hecho para eso, sino para dar visibilidad a otras realidades, y el público es distinto. En ese sentido me sentí muchas veces muy ninguneado. No solo con eso, sino con todo lo que uno emprenda y también por esta tristeza que produce ver minorías que tengan que estar padeciendo lo que vemos hoy, como la discapacidad, nuestros abuelos. Mi mirada tiene que ver con ese objetivo, darle visibilidad a sectores que no tienen voz y que a través de alguna película o de alguna muestra pueden llegar a tenerlo.
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