Miguitas
Contratapa / Por Juliana Chacón
A los ocho o nueve años jugábamos en la vereda casi toda la tarde con mi vecinita. Un día, escuchamos el maullido de un gato. Pero no se veía por ningún lado. Seguimos el sonido, hasta que descubrimos el hueco en la vereda al que le faltaba la rejilla. Teníamos que rescatar al gato y sacarlo de ahí. Después de llamarlo infructuosamente, pergeñamos el plan: atar un trozo de carne a un hilo, tirarlo adentro del hueco del caño e ir moviéndolo lentamente hasta atraer al animal a nosotras. El gatito, que tendría apenas unas semanas, salió. Habíamos hecho el bien.
La táctica era parecida a la que usó Hansel para salvar su vida y la de su hermana Gretel cuando fueron abandonados en el bosque por su padre y su madrastra. Hansel dejó un camino de migas de pan, que esperaba seguir para regresar a su hogar. Pero los pájaros devoraron las migas y nada pudieron hacer.
Aquel gatito, encerrado en el laberíntico mundo de cañerías, tampoco podía regresar al 'afuera' desde donde probablemente había caído. La carne funcionó como cebo, valiéndose de su hambre. Dibujó el camino de salida. 'Hansel y Gretel' o el resabio que ese cuento nos había dejado, pienso ahora, nos fue útil para urdir su rescate.
Lo olvidé después. Y hubo días en que seguí el caminito de migas arrojados por otros, frente al hambre de saber, de informarme, de querer opinar, de construir un pensamiento que, erróneamente, a veces pienso propio. Hoy escaneo portales de noticias, scroleo en el celular durante horas inútiles, voy juntando miguitas que otros arrojan pensando que de este modo podré encontrar el camino verdadero. Pero, así como Hansel y Gretel pierden el retorno por la voracidad de los pájaros, yo también, perturbada en un bosque inhóspito que podría devorarme, busco la salida. Voy, pulsada por el hambre de la comprensión, persiguiendo el rumbo. Temo encontrar una ' hermosa casita', con 'paredes de pan', 'tejado de galletas' y 'ventanas de azúcar'. Si el hambre pulsa, no sería capaz de distinguir que ahí habita la bruja y que ella será quien quiera devorarme.
Quizás, como aquella anciana maléfica, alguien quiera encerrarme o esclavizarme o engordarme para ser su alimento. O tal vez, como Gretel, ayude a mi hermano a liberarse y logre matar a la bruja. Podríamos entre los dos encontrar el cofre de oro y perlas que esconde en la casa, podríamos llenarnos los bolsillos y regresar a nuestro hogar, que ya no será el mismo. En busca del camino tal vez reconozcamos el paisaje y se nos vuelva familiar.
Pero no estoy ni en 'aquel país lejano' ni 'hace mucho tiempo'. Esta historia, la mía, no empieza con 'Érase una vez…'. En este país y ahora, nos arrojan miguitas que vamos devorando como los pájaros, nos arman casitas que también devoramos. Porque el hambre es mucha. Y estamos enojados y tristes porque sabemos adentro de la casa está la bruja, afuera el bosque y sus fieras y más lejos la casa de la que nos han expulsado.
Pensándolo bien quizás nosotras, mi vecinita y yo, fuimos la bruja malévola porque el gatito rescatado murió apenas unas horas después debajo de un auto. Pero ¿quién podría juzgarnos? Sólo alguien que entendiera que los seres humanos somos impolutos, inocentes, buenos de principio a fin, sin oscuridades, sin malas intenciones, sin crueldad, seres no precavidos porque jamás haríamos daño.
Lo que los cuentos de hadas proponen, el bien y el mal, el tabú, los temores, el desafío, la fortaleza, estos cuentos que venimos narrando desde hace años, tal vez expongan algo de lo humano que todos tenemos. Ni gente de bien ni gente de mal. Somos ambas cosas y por eso, pienso ahora, tanto nos impulsa el hambre de la condena. Condenamos todo o casi cualquier cosa que no seamos nosotros mismos. Todo se vuelve moralizable, todos nos volvemos jueces y damos veredicto sobre el bien y el mal. Claro, distingamos: una cosa es matar a seres humanos de hambre y otra bien distinta es salvar a un gatito muerto de hambre y que finalmente muera. Pero ¿acaso ninguno de nosotros lleva en sí el mal?
Claudia Masin, en 'La helada' escribió: 'Quien fue dañado lleva consigo ese daño,/ como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar/ sobre aquel que se acerque demasiado. Somos/ inocentes ante esto, como es inocente una helada/ cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,/ su necesidad de caer, había esperado/ -formándose lentamente en el cielo,/ en el centro de un silencio que no podemos concebir-/ su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías/ vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,/ aunque en ese rapto destroces la tierra,/ las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,/ en el trabajo de mantener el mundo a salvo,/ durante largas estaciones en las que el tiempo se divide/ entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza/ que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces/ que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,/ porque lo que nos damos los unos a los otros,/ aún en el terror o la tristeza,/ viene del mismo deseo: curar y ser curados'.
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