No se detenga buen hombre

CONTRATAPA / Por Manuel Barrientos
Conoció la desesperanza, el hambre, el exilio. Estaba a doce mil kilómetros de distancia cuando la nación que representaba dejó de existir. Tuvo que comenzar de cero y aprender una nueva lengua. ¿Qué lo mantuvo a flote? El amor por el ajedrez.
Ji?í Pelikán nació el 23 de abril de 1906 en Castolvice, un pueblo de poco más de mil habitantes, ubicado a 140 kilómetros de Praga. En el siglo XIII, ahí se erigió una fortaleza en medio de los pantanos, que luego se convirtió en un castillo renacentista. A finales del siglo XIX, el padre de Ji?í supo tener una hostería con restaurante y, según cuentan las leyendas que circulan por los bares chacabuquenses, le brindó sus platos al compositor alemán Richard Wagner.
El pequeño Ji?í aprendió el arte del ajedrez y pronto sobresalió en los tableros. En 1935, ganó el Abierto de Praga y pasó a integrar el equipo de Checoslovaquia. En las Olimpíadas que se disputaron ese año en Varsovia obtuvo la medalla de plata individual como primer jugador de reserva, con siete partidas ganadas y una sola derrota. En 1936, triunfó en el XIII Memorial a Kautsky de Praga. En 1937, quedó quinto en Bad Elster y fue parte de su seleccionado en las Olimpíadas de Estocolmo.
Todo cambió en 1939. Por primera vez se disputaba una olimpíada de ajedrez fuera de Europa y Pelikán viajó a la Argentina como tercer tablero de su equipo. Se quedó sin patria: la invasión de la Alemania nazi partió el territorio checoslovaco en dos. La Segunda Guerra Mundial estaba por estallar.
En Buenos Aires, les permitieron participar bajo el nombre de Protectorado de Bohemia y Moravia. Lograron el sexto puesto y Pelikán tuvo un gran desempeño, con ocho partidas ganadas, cinco tablas y dos derrotas.
Sin posibilidades de volver a Europa, decidió quedarse en nuestro país. Se convirtió en uno de los principales maestros del ajedrez argentino entre las décadas del 40 y 70. Tenía un estilo ofensivo e intrépido, que muchas veces le impidió una mejor ubicación en los torneos. Especialista en aperturas, es el creador de la 'variante Pelikan' de la Defensa Siciliana, uno de sus grandes legados para la historia del ajedrez.
Fue subcampeón mundial en la primera Olimpíada por Correspondencia por Equipos que se realizó entre 1949 y 1952; ganó el primer Campeonato Argentino de Ajedrez por Correspondencia en 1957. El ajedrez, sin embargo, no le permitía parar la olla. Vivía en el barrio Jacarandá de Ezpeleta y trabajaba como obrero en la Cristalería Rigolleau de Berazategui, que tenía como principales clientes a la Cervecería Quilmes y elaboraba los productos Pyrex.
Recién en 1965 logró que el ajedrez se transformara en una fuente de ingresos. La Federación de Ajedrez de Chacabuco (FACH) buscaba un profesor que le permitiera formar un equipo competitivo. El anterior maestro, Bernardo Wexler, les recomendó a Pelikan. Le ofrecieron alojamiento, comida y unos viáticos para cigarrillos y otros pequeños enseres. Pelikán aceptó la oferta, aunque pidió algo más. La comisión directiva temió alguna exigencia excéntrica que hiciera caer el acuerdo. El ajedrecista bohemio dijo: 'Me gusta mucho el cine y quisiera ir dos veces por semana'.
En nuestra ciudad, Ji?í Pelikán se transformó en Jorge Pelikan. Aunque todos lo conocían y lo llamaban 'Maestro'. No era sólo un reconocimiento a su capacidad de enseñanza. Ese era el título que había logrado. 'Maestro Internacional' reconocido por la Federación Internacional de Ajedrez en ese mismo año 1965.
Chacabuco fue uno de los equipos más fuertes del ajedrez argentino, compitiendo palmo a palmo con los grandes clubes porteños y contra provincias enteras. La partida de Pelikan contra Samuel Schweber de 1968 es reconocida como de las más brillantes de la historia, nombrada en los libros especializados como "La Inmortal de Chacabuco".
En el club Los Marinos, todos los días completaba crucigramas, iba armando su boleta del PRODE y tomaba café. Era culto, hablaba ocho idiomas, pero hacía un ejercicio cotidiano de humildad. Por momentos no parecía estar presente en el lugar, hasta que de repente se destacaba por sus respuestas rápidas y punzantes. Interesado por el fútbol, era hincha de San Lorenzo, porque lo habían invitado a presenciar un partido del Ciclón ni bien pisó suelo porteño en 1939. Le gustaban las películas acerca de la nobleza y la aristocracia, tal vez nostálgico de su infancia cercana a aquel castillo de Castolvice. Tal vez, por el contraste con su vida austera. Vivía en la Pensión Gallina de la calle Belgrano al 100. Sus únicas oportunidades para darse un banquete eran los torneos de ajedrez y las fiestas en el club, en las que forjó dos frases legendarias. Ante cualquier disyuntiva que le planteaban los camareros, ¿chorizo o morcilla? ¿vacío o costilla? ¿flan o budín de pan?, Pelikan respondía: 'En ese orden'. Luego, cuando comenzaban a servirle la comida, decía: 'No se detenga, buen hombre'.
Recibió una oferta mejor de un club de Tandil y hacia allí fue. Al poco tiempo, volvió a nuestra ciudad. Chacabuco se había convertido en su lugar en el mundo.
El Maestro Pelikan murió en julio de 1984 y sus restos están enterrados en el cementerio local. Un pasaje de la Plaza San Martín lleva su nombre. Es esa línea recta que permite acercarse desde la avenida Alsina hasta el Club Los Marinos, ese lugar que aquel hombre que se había quedado sin nación transformó en su verdadera patria. Después de todo, ¿qué es una patria sino una conjunción de amistades y afectos por las personas y las cosas?
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