POLÍTICAMENTE CORRECTOS

contratapa / Por Juliana Chacón
La escritora argentina Ana María Shua, en una entrevista de hace un tiempo atrás, relataba cómo en Estados Unidos se censuraba cada vez más a la literatura infantil. Recordaba entonces que alguien le había cuestionado que usara la expresión 'el arroyito engordaba' porque esto podía afectar a los lectores que eran criticados por sus cuerpos.
Suena ridículo y exagerado. Pero estos cuestionamientos moralizantes sobre la literatura siguen vigentes, como si la literatura debiera responder a las demandas morales de una época que propaga cancelaciones, bloqueos y eliminaciones que van desde las redes sociales a la vida cotidiana. Esto o aquello no debe decirse. El discurso sesgado que da como resultado fortalece cristalizaciones espeluznantes.
Dice la misma autora en otra entrevista dada a elDiarioAr: 'Disfrazada de mil maneras, la antigua moralina intenta una vez más imponerle su censura a la literatura. Peor todavía, lo hace con cosas como esa simpática novedad de la cancelación, que no da espacio a la polémica, a la discusión, a la confrontación, a la defensa. La buena literatura no es, por definición, políticamente correcta. Es ambigua, perturbadora, es el lugar de los malos pensamientos, de los sentimientos que a veces la propia ética del autor aborrece, de los que sin embargo se ve obligado a hacerse cargo. No, no hay ningún mensaje optimista, simple, progre, en la buena literatura, ningún chocolate para el alma. Y, sin embargo, ahí está, para recordarnos que ninguna historia humana termina bien y que sin embargo vale la pena vivirla'.
Hace unos días atrás censuraron al narrador argentino Orlando Van Bredam por un relato llamado '¿Qué es una prostituta, abuelo?'. Tal fue la cancelación que el autor quitó el texto de sus redes y pidió disculpas, incluso dudó acerca de si seguir escribiendo. Después de que otros escritores salieran en su defensa, evocando textos de Abelardo Castillo, Dostoievsky, Borges, por nombrar sólo algunos, Van Bredam comenzó a reflexionar, en sus redes sociales, acerca de la literatura y sus temas: 'Sigo pensando que la literatura puede abordar todos los temas pero que el mérito de una obra no reside en esto sino en la forma. La literatura es el triunfo de la forma discursiva sobre el contenido'.
'Lo que me seduce en un libro es la escritura', admite María Negroni en una entrevista radial. Y agrega: 'La escritura es una especie de corrimiento de la anécdota o del tema o de la trama a una especie de incursión al instrumento mismo que es el lenguaje'. Y finaliza: 'En algunos libros hay escritura, en otros no'.
Raúl Ayala, en defensa de Van Bredam, escribe: 'cuando el miedo a los inquisidores digitales silencia la voz del creador, el arte se marchita y con él la sociedad que debería resguardarlo'. Asegura a su vez que: 'La literatura, que siempre incomodó porque nos obligó a mirar lo que no queremos ver, es hoy sometida a un moralismo asfixiante'.
De la misma manera en que algunos juzgan los tangos del 30 de machistas, sin considerar el contexto de inserción de la obra en el entramado que la contiene, pareciera plausible leer a un autor delimitando el texto por fuera de su obra total. '¿Cómo pensar a Dostoievsky sin el crimen?', escribe Ayala, '¿Cómo entender a Tolstói sin la decadencia moral de su tiempo?'. Y refuerza: 'El arte no tiene la obligación de ser complaciente: tiene la misión de interpelar'.
Contra toda censura, la verdadera literatura se escribe sin doblegarse a las inquisiciones digitales. En todo caso, interpela y augura el debate. Pero no contamos con debate. De hecho, los gobiernos que asientan sus modos discursivos en censurar los debates democráticos son la resultante de una sociedad que se mueve de este modo.
Basta recordar a algunos escritores incómodos como Shakespeare, Heminway, Margarite Duras, Hernán Ronsino, Samantha Sweblin, Mariana Enriquez, Agustina Bazterrica.
'Hay dos maneras de matar a un escritor', escribe Van Bredam, 'con la censura o también cuando se le pide que escriba sobre un determinado tema'.
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