Reflexiones a 40 años de democracia

Opinión / Por Sandra Raggio
Este 10 de diciembre se cumplen 40 años de democracia ininterrumpida en nuestro país, lo cual significó dejar atrás un largo período de sucesivos golpes de estado y proscripciones.
Hace 40 años se pensaba a la democracia como un conjunto de procedimientos normativos que garantizaban el pleno acceso a los derechos de la ciudadanía. El desafío era superar el pasado dictatorial, marcado por la feroz represión planificada y desplegada por las fuerzas armadas y de seguridad, desde el control del estado.
Frente a esta concepción de la democracia desde su contenido formal, la fuerte movilización de aquellos años expresaba demandas más profundas, para también superar la brecha social de aquella 'miseria planificada' de la que hablaba Rodolfo Walsh en su carta abierta a la Junta Militar en 1977.
Muchas eran las expectativas en esos tiempos donde la antinomia se presentaba en términos de dictadura o democracia.
Sin embargo, en estos 40 años, la democracia dejó ver muchas de sus sombras. Pues que se pueda votar periódicamente y que se garanticen los derechos civiles y políticos de la ciudadanía no basta para garantizar el pleno acceso a los derechos de todes.
En democracia, durante gobiernos constitucionales, se han sufrido procesos de altísima regresión en materia de derechos. La pobreza alcanza hoy más del 44 %, que asciende a más de 60% si consideramos solo a niñes y adolescentes. La violencia de las policías y de las fuerzas de custodia sigue produciendo muertes y torturas. La precarización del empleo es una realidad padecida sobre todo por les jóvenes. Y así podríamos seguir enumerando las realidades que dan cuenta de que grandes sectores de la sociedad no acceden a sus derechos básicos.
El neoliberalismo entendido como una etapa del capitalismo, ha amañado a las democracias no solo en la dimensión económica y social sino también cultural y en el plano de las subjetividades.
La gran brecha de la desigualdad social y económica ensancha las brechas sociales y activa el desencuentro con el otro. La falta de oportunidades colectivas promueve el individualismo de unos contra otros, y el mercado es presentado como la panacea a alcanzar.
El estado, lo público y lo común pierde consistencia frente a la inmediatez de las vidas precarizadas y la obscenidad de la desigualdad, donde el privilegio de unes desamparan a otres.
Este desasosiego colectivo y la falta de proyectos claros de garantía de derechos de las grandes mayorías, lleva al descontento y al resentimiento con la propia democracia. Son el caldo de cultivo de la emergencia de expresiones políticas autoritarias, que pretenden tirar por la borda los avances que sí se han logrado en estos 40 años.
Este 10 de diciembre asumirá una fórmula presidencial que en gran medida expresa un discurso anti estado, anti derechos, anti feminista y negacionista. La promesa es que cada uno pueda alcanzar su bienestar accediendo al mercado según lo determinen sus propios méritos. No importa el origen, no importan las desigualdades, se trata de la gran carrera por sobrevivir.
La antinomia de hoy no es entre dictadura y democracia. Lo que se revela hoy es la fuerte disputa por la democracia, por su sentido.
Recuperar su significado más profundo es la tarea del momento, escuchando las demandas del pueblo, de las múltiples insatisfacciones frente a la experiencia de vivir precarizados y vulnerados, rescatando la política como la herramienta para transformar la sociedad y puesta al servicio de los que padecen no acceder a los derechos básicos y la resignación de no vislumbrar un futuro mejor.
Rescatar algo de aquello que circulaba entre todes hace 40 años, esa ilusión de avanzar derrotando las sombras, de demandar, de construir, de desear, de celebrar lo colectivo.
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