Soñé que volaba

contratapa / Por Manuel Barrientos
Los hacedores de estadísticas, los categorizadores de todo aquello que sucede en la Vía Láctea, los amantes de ordenar y clasificar cualquier tipo de información, aseguran que el sueño de volar es uno de los cien más frecuentes entre los seres humanos. Sea despierto, amodorrado o directamente dormido, se sueña con la posibilidad de volar. Allí está el mito griego de Ícaro para corroborar que esa ansía proviene de tiempos antiguos.
Despegar del suelo, levitar, planear por el cielo azul con los brazos estirados, con el viento fresco del invierno rozando la cara, representa el ansía de salirse de lo cotidiano y de vivir en libertad. Los psicólogos lo asocian también a la idea del crecimiento personal o de la liberación emocional de problemas y obstáculos que nos atan en nuestras vidas sencillas, grises, rutinarias.
El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, relacionaba el sueño de volar con la sensación de ruptura de la ley de la gravedad que se logra en el orgasmo. En su poema 'Espantapájaros', Oliverio Girondo afirmaba que no le importaba el cutis, el aliento o el tamaño de la nariz de una mujer, pero que no perdonaba, bajo ningún pretexto, que no supieran volar. 'Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!', declamaba muy desligado de la economía de los cuidados y las tareas del hogar.
Dicen que la teoría freudiana también proponía que el sueño del vuelo es la recuperación de las memorias de la infancia, que brota del recuerdo de aquellos juegos de ser lanzados al aire o hamacados en una plaza. Desde el Instituto Central de Salud Mental de la Universidad de Manheim, el alemán Michael Schredl se puso a investigar la relación entre los rasgos de personalidad y este tipo de ensoñaciones, y sostuvo que suele ser más frecuente entre los artistas. Un estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts (popularmente, el MIT) aseguró que la frecuencia de sueños de vuelo se incrementó de forma notable desde la década de 1950, cuando la tecnología de aviación y la carrera astronómica revolucionaron el mundo.
Precisamente por esos años, los italianos Domenico Modugno y Franco Migliacci compusieron 'Nel blu, dipinto di blu', una de las canciones más populares del siglo XX. Dicen que se inspiraron en dos pinturas de Marc Chagall. Una en la que aparecía un hombre suspendido en el aire, otra en la que la mitad del rostro del pintor estaba coloreado de azul. Así compusieron la canción sobre un hombre se pintaba las manos y la cara de azul hasta que, de improviso el viento rápido se lo llevaba y lo hacía volar en el cielo infinito. También conocida como 'Volare', ganó la edición del Festival de San Remo y se llevó el Grammy a grabación y canción del año. Cuentan que cuando Modugno murió y era trasladado al cementerio comunal de Roma, desde las ventanas iban saludando su paso fúnebre con la canción, emitida en simultáneo por todas las emisoras italianas. Y volando, volando feliz, me encuentro más alto, más alto que el sol.
Piloto civil, entre otros oficios terrestres, en esa época también Haroldo Conti comenzó a escribir 'Ad Astra', que formó parte de su primer libro de cuentos, Todos los veranos, en 1964; y también integró su último libro de relatos, La balada del álamo carolina en 1975. El protagonista es Basilio Argimón, integrante de esa raza de soñadores que son la sal del mundo, que inventa distintos dispositivos para volar.
Desde esta semana, quienes visiten la ciudad podrán ver la imagen de Argimón, realizada por el escultor Gabriel Albamonte, junto al arco de entrada de Chacabuco, en Ruta 7 y el acceso Hipólito Yrigoyen. La abuela de Gabriel le contaba la historia de un hombre que quería volar y construía distintos adminículos para hacerlo. Gabriel nunca supo si esa historia era la misma que inspiró a Haroldo para crear a Argimón, si era otra, o si su tía se refería al cuento de Conti. Sí sabe que ese personaje lo atrapó desde su juventud. Desde hace un tiempo, viene haciendo esculturas de ese homo viator en distintos tamaños.
El renacer de Argimón también ha despertado a los seguidores de Plunkett, refutador de leyendas que desafiaba a Basilio y negaba la posibilidad del vuelo humano. Ahí andan, pálidos de ira, ante la reivindicación del homo volans en plena entrada a la ciudad. Albamonte pide que no se queden en la crítica y en el bardeo que no aporta nada y que hagan las esculturas que quieran. Que él va a ser el primero en admirarlos. Como escribió Séneca: «Non est ad astra mollis e terris via». Es cierto, no hay camino fácil de la Tierra a las estrellas.
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