Jueves . 16 Octubre . 2025

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Toda madre lleva a otra madre colgada

16/10/2025
Toda madre lleva a otra madre colgada

CONTRATAPA  / Por Juliana Chacón 

Parafraseo mal los versos de Sharon Olds: 'toda madre lleva una mujer/ colgada al cuello'. Toda madre lleva a otra madre. El próximo domingo es el Día de la Madre en nuestro país, aunque hayan querido reemplazar ese nombre e imponerle otro sigue siendo así. Uno de los regalos habituales es el dije de niños para que la madre los lleve colgados al cuello. 

Hace diecisiete años que soy madre. Un embarazo perdido antes. Por ese entonces ya no dejaba de observar a mi madre. Ella había pasado tantas veces por lo mismo. Cinco hijos. Cinco no.

Mi maternidad fue un regreso hacia mi propia madre, hacia lo que no quería reproducir de ella, hacia lo que sí y hacia el inevitable reflejo.

A mi hijo mayor le aseguro que él me enseñó a ser madre, aunque no sea tan cierto. El menor me enseña de modo diferente. Y mi propia madre, claro está. Siempre dudo de estar haciendo las cosas bien. Una y otra vez, cada cierto tiempo, les pregunto a mis hijos cómo lo estoy haciendo. Ellos me reconfortan. Responden con amor. 

No todas las maternidades son iguales. Para que existamos nosotras, hubo otras antes que también hicieron lo que pudieron. Pienso en mis tías, en mis abuelas, en mis bisabuelas y sus madres. ¿Se habrán preguntado si estaban siendo buenas madres? ¿Habrá sido esa una de sus dudas? ¿Se habrán siquiera preguntado si querían ser madres?

Las maternidades se ejercen de modos diferentes según el concepto de amor y de cuidado de cada una. O quizás sin estos conceptos. Ser madre no implica ser buena. A veces somos malas. A veces es lo que podemos.

'Yo soy mala madre', digo cada vez que me recitan reglas y recetas acerca de cómo serlo. Confieso en esos casos que nunca me gustó llevar a mis hijos a la plaza. Demanda demasiada atención, además de ineludibles congregaciones con otras madres. Tampoco invité a malones de amiguitos a mi casa. Me gustan el silencio y la intimidad. Olvido enseñarles cosas. Se me quema la comida dos por tres. No sé coser. Tampoco me paso horas sacándoles las manchas que se reproducen por microsegundos a la ropa. No me senté demasiadas horas a ayudarlos a hacer los deberes. Tampoco les patée la pelota más de quince minutos en un ida y vuelta. No me senté en más de dos o tres partidos de fútbol o de basquet a verlos jugar. Sí, les cociné tortas, aunque las decoré muy precariamente, para sus cumpleaños. Los sigo despertando ese día con una bandeja de desayuno en la cama. Les pregunto cómo les fue en su día, si están bien, si necesitan algo. Los cuido cuando se enferman, lo que sigue atormentándome como cuando tenían meses de vida. A veces olvido sus edades y los trato como si pudiera acostarlos sobre mi pecho otra vez. Les inventé cuentos y canciones. Nos divertimos con juegos ideados por nosotros. Me olvidé la cartulina, la brillantina, las fotocopias. Y más.

Ellos siguen creciendo y en poco tiempo se irán de casa. Entonces tendré que aprender a ser madre de otras maneras. Le cuento esto a mi madre. Le leo en voz alta el poema de Carla Olivera:  'Mirá mamá/ voy a cumplir cuarenta/ puede ser el cenit o una curva/ nomás y andá a saber/ lo que nos pasa a la vuelta de los años./ Mirá/ voy a cumplir cuarenta y todavía/ paso tiempo pensando en quién seré/ cuando crezca y dejen/ de preocuparme los ojos de los otros/ y me ocupen/ solamente los ojos de los míos./ Mirá/ tengo hijos adolescentes/ no sé cómo pasaron atropellando/ los años y sucede que sigo/ siendo la misma gurisa a pesar/ de esta señora que también soy/ mirá/ mamá/ tu hija es una señora/ cómo es posible este desparpajo/ cómo se divierte el tiempo/ y nos entretiene/ y pasa como una tropilla y cuando baja/ la polvareda/ cuando querés acordar/ sos una gurisa que ya es señora/ y cuyo cuerpo se le enajena de a ratos/ se le revira se empaca/ es increíble/ cómo se transforma/ ya no con la urgencia de las últimas transformaciones/ sino/ con una paciencia y una lentitud/ como si tuviera que trabajar en/ una arcilla demasiado frágil/ arenosa/ que ha perdido su elasticidad por/ estar al aire tormentoso/ y soleado de los días./ Mirá mamá/ voy a cumplir cuarenta/ pero todavía me gusta/ que me cortes el pelo/ y voy a tu casa igual que los/ gurises buscando/ algo rico para comer/ y vos estás ahí toda dueña de la casa/ más preciosa del mundo/ y tu pelo largo y grueso es un río marrón/ turbulento que refleja el sol./ Entonces má/ qué son estas décadas que vienen/ con la vejez enancada/ y de repente/ somos dos señoras tomando vino/ y planeando/ maravillas para el porvenir?'.

En el velatorio de Juana, la abuela de mi compañero, que murió casi a los noventa, el cura dijo que en su vida tan larga seguramente nos había enseñado a amar. Y es cierto. Juana, abuela y madre de todos, nos enseñó a amar. Lo mismo hace mi propia madre y espero enseñárselo a mis hijos. ¿Qué otra cosa podría dejarles?

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