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Una fe acarajada

12/08/2025
Una fe acarajada

Por Marcelo Chata García

 

El insulto en Argentina, es sabido, se usa, incluso, para halagar.  También para ser despectivo y asumir superioridad con alguien.  'Ahí lo tenés a ese boludo', decía el personaje de Esperando la Carroza.  Tan efectivo, que se reproduce en muchas circunstancias, aún cuando a veces sólo lo pensamos, sin decirlo.  El argentino es creativo para insultar.  Tenemos insultos con una sonoridad irremplazable, como observó Fontanarrosa.  El insulto es también un descargo de tensiones, una válvula necesaria para nuestra salud mental.  Exabrupto.  Un último recurso ante una injusticia sentida.  Somos malhablados.

Tal como han ido escalando los insultos en los entornos virtuales -y, cada vez más, mediáticos-reproducen el griterío al que llega una discusión cuando ya no hay ni argumentos que sostener, ni ánimos de buscarlos.  Cuando en una disputa una parte comienza a insultar a los gritos lo que busca no es sólo ofender, sino acallar al otro.  Si el otro toma la misma postura, todo es un bullicio sin sentido.  No hay posibilidad de llegar a acuerdos y ya a nadie le importa hacerlo.  Un estado de permanente enfrentamiento donde gana quien grita más fuerte.  Un clima eternamente crispado, desgastante, confuso.

En circunstancias así, entonces, el insulto no es sólo una cuestión de formas.  Es un acto perlocutivo, una acción sobre el mundo que busca efectos concretos.  Va más allá de ofender, de herir al otro.  Lo que busca es callarlo, anularlo.  En las redes, los heaters mediante el acoso echan a sus víctimas del entorno virtual.

En las pantallas, captar la atención es lo importante.  Las publicaciones se miden por reacciones, comentarios y reproducciones, independientemente de cualquier discusión moral sobre su contenido.  La política de quitar filtros y sanciones a las provocaciones que tuvo Elon Musk al comprar Twitter, ya dejaba en claro cuál iba a ser la estrategia de la extrema derecha para imponerse en el nuevo entorno, y de ahí actuar sobre el clima político.  Ha quedado demostrado que es más fácil atraer la atención e influir en las personas a través de sus pasiones negativas: la indignación, el resentimiento, la bronca… Si están justificadas, bien; si hay que crearlas, mejor.

Un informe de la Consultora Ad Hoc, 'La Provocación Permanente', presenta datos sobre los usuarios argentinos más insultadores de los últimos 2 años.  Los que ocupan los primeros lugares son los Trolls, cuentas anónimas -aunque en algunos casos es posible rastrear quién la maneja-, que se caracterizan por ser intensos -muchas publicaciones diarias- y estar continuamente tomando como foco de su menosprecio a personas públicas o grupos minoritarios.  Quienes gustan identificarse con la violencia de los heaters, reaccionan o reproducen esas publicaciones generando una activación en cascada al expandir esas publicaciones por los muros de todos sus contactos.

Lo que no llama la atención -síntoma de época- es que el sexto lugar de esa lista lo ocupa el presidente de la nación, Javier Milei.  Ad Hoc llama 'provocadores' a las cuentas de personas reconocidas por fuera de la red, ya sean políticos, empresarios o figuras mediáticas, que se suman a los ataques de los Trolls en aquellas ocasiones que suma a sus intereses.  Al ser personajes públicos, con muchos más seguidores, generan, al reproducir noticias falsas e insultos, un aumento de la burbuja en la red contra los objetos del ataque.  Al involucrar personajes públicos -atacantes o atacados-, se vuelven un hecho noticioso y eso mismo genera que la violencia en las redes y los medios sea omnipresente.

La extrema derecha está decidida a dar su batalla cultural.  No obstante, para sostener su perspectiva debe echar mano a ataques de odio en las redes, fake news, presiones al periodismo, destrucción de las instituciones culturales, universitarias, científicas y tecnológicas, y a la represión de las manifestaciones callejeras.  No lo sé, Rick, parece falso.

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