Una pedagogía de IA

Por Marcelo Chata García
Mientras las escuelas entran en el receso de invierno, los universitarios estamos en fechas de exámenes final. Los pasillos están menos transitados, pero las emociones son más fuertes. Algunos culminan la preparación de la materia con la satisfacción de 'una más adentro', a veces con lo justo, otras con excelencia. En ambos casos, dadas las exigencias académicas, dan cuenta de una superación, de encontrarse un paso más allá de los que se estaba antes. Otros estudiantes se van cabizbajos, en ocasiones con bronca; el bochazo los obliga a recalibrar esfuerzos y técnicas de estudio, cambiar la organización de los tiempos dedicados al estudio y aprovechar más las clases. Un final desaprobado puede extender la carrera al impedir el cursado de alguna correlativa. No alcanzar la regularidad obliga a recursar la materia. Así es el folklore universitario, el paso en falso enseña a superarse, y eso también marca el carácter del futuro profesional.
Lo nuevo en las universidades son los trabajos rechazados por no poder ser defendidos de manera oral. Más allá de las cualidades oratorias de cada uno, cualquiera puede dar cuenta de una monografía que escribió, pues para hacerla leyó y sintetizó fuentes bibliográficas, recolectó información en el campo, discutió avances con su tutor y reescribió en unas cuantas versiones preliminares el trabajo finalmente presentado. No obstante, transitar ese fastidioso camino hoy puede ser eludido con el uso de la inteligencia artificial.
Lo que se ha dado en llamar inteligencia artificial se presenta como un desafío para la pedagogía. Esta semana comienza la cursada del segundo cuatrimestre y las estrategias áulicas y extraáulicas deben considerar su uso extendido. Hay, al menos, tres aspectos a considerar.
Por un lado, el ejercicio de la mirada crítica. En ese sentido, es preciso conocer cómo funciona la inteligencia artificial, cómo llega a las respuestas que nos da cuando la consultamos y le pedimos que resuelva un problema, y qué la diferencia de las anteriores tecnologías educativas. Para ello hay que comprender la lógica de los algoritmos que organizan la información según nuestros usos y los usos de la web, además de la intervención de las compañías tecnológicas y sus intereses. Eso genera respuestas con sesgos, que pueden conllevar errores u omisiones que requieren señalamiento, y de ideologías que precisan discusión para no pasar como verdades absolutas o como la realidad. Algo que exige en los docentes acompañar la formación en su disciplina, con la formación tecnológica.
Por otro lado, debemos enseñar a utilizarla para ampliar nuestras posibilidades, de una manera colaborativa. Armarse un chatbot y entrenarlo, alimentándolo con fuentes de calidad, tiene muchas ventajas. Permite un intercambio de ideas con un reservorio que podrá aportarnos opciones o puntos de vista que no hemos tenido en cuenta. Puede, además, ser un buen articulador entre la enseñanza propuesta por el docente al grupo y la que precisa cada uno de los estudiantes con su singularidad. Esta complementariedad, esta lluvia de ideas que ofrece, hoy es muy utilizada en el mundo laboral y por lo tanto la educación debe democratizar su apropiación para igualar oportunidades. ¿Estamos listos los docentes para guiar el aprendizaje de estudiantes complementados por inteligencia artificial?
El tercer aspecto a plantear, y quizá el más preocupante, es el de las habilidades cognitivas. Más allá de los contenidos, se espera que un ciudadano formado maneje la lógica matemática y la lecto escritura. Y ello requiere que la mente se entrene en procesos lógicos y analíticos que la inteligencia artificial bien puede suplantar y atrofiar en la inteligencia humana. Las tecnologías pueden hacer cálculos con big-data que nos llevaría mucho tiempo hacerlo con las viejas herramientas. Puede interpretar y cruzar innumerables textos -largos y complejos- para armar cuadros conceptuales, sinópticos o comparativos. Sin embargo, es justamente la actividad de reorganizar un contenido lo que hace al salto cognitivo, y eso hay que trabajarlo en clase, en la complejidad propia a la medida humana, desprovisto de ortopedias tecnológicas.
Sin renegar ni excluir la inteligencia artificial, trabajar sobre ella hará que el estudiante no se convierta en su marioneta. De eso se trata la libertad de pensar por uno mismo.
Relacionadas
