Viaje al principio de un pueblo

CONTRATAPA | Por Manuel Barrientos
Una serie de fotografías eternamente bellas, que dejan entrever ese optimismo de los primeros años del novecientos, tan avasallante como ingenuo. Un pueblo que crece a pasos agigantados. Familias que, con esfuerzo, van sentando las bases de nuestro presente.
Observen esa imagen, probablemente de 1915. Perspectiva perfecta. Adelante, la urbanidad pujante. El punto de fuga, el campo. Todo parece venir de allí: las carretas y los modernos automóviles. ¿También la prosperidad? La calle aún es de tierra. En la tardecita, seguro pasará el camión regador, con varios niños persiguiéndolo, mojando sus piernas en los charcos que se van formando. Los talones sucios y polvorientos. Volvamos a esa mañana. Nadie parece prestar atención a la persona que toma la imagen. ¿La cámara fotográfica ya forma parte del paisaje urbano? ¿Es un elemento que se ha naturalizado? Tal vez, la vida no puede detenerse. Los edificios ganan metros al cielo. La gente visita las tiendas para comprar su ropa de trabajo o los trajes elegantes que lucirán el domingo en la misa, o en la plaza. Un farol domina la escena, se impone en el centro de la calle, pensada no sólo para los conductores.
Otra fotografía, de 1912. El ángulo contrapicado aumenta la altura del presuntuoso Palacio Municipal, lo separa aún más de esas calles de tierra que lo circundan y del carruaje que pasea por ellas. Inspira temor y reverencia por el edificio inmaculado y de estilo francés; también por las autoridades que lo habitan. Construido entre 1907 y 1911, fue uno de los emprendimientos más importantes realizados por la comunidad chacabuquense. Blanco y gobernante, encerrado entre rejas, ¿para que no se escape? ¿para que no se acerque al pueblo?
'El sentido centralista de la urbanización hispánica va a palidecer comparado con el que impondrá la República y que se reflejará en el espíritu y las formas de las ciudades, especialmente en las de la llanura', sentenció un cartógrafo a fines del siglo XIX. Ahí está, la plaza, centro de esa cuadrícula precisa, rodeada por los edificios públicos más importantes: la Iglesia, la Municipalidad, el Banco Nación, la Escuela Número Uno Juan de Estrugamou, el Cine Teatro Español. Manifestaciones de la fe religiosa, desfiles escolares, festejos cívicos, festivales musicales, ferias, vueltas al perro tienen lugar en ese territorio. Algunos, esos que creen que madrugar los ayuda, salieron a caminar. Pero la plaza aguarda a las multitudes que la habitarán para la celebración de la fiesta patronal, ese 15 de mayo de 1909. Guillermo Carr toma la imagen, congela ese instante para siempre. En horas, estará inundada de niñas, niños, vendedores ambulantes, fuegos artificiales y bandas de música. San Isidro Labrador, patrono de los agricultores, de los campesinos, de los jornaleros. Patrono de las manos que se vuelven negras para conseguir pan blanco. Todo pasa en esa Plaza, tan cerca y tan lejos de la de nuestros días, con sus fuentes, sin la imponente estatua en homenaje al general don José de San Martín y su ejército para la liberación. 'Corazón de la ciudad, centro tradicional de todos los tiempos, escenario de los acontecimientos más trascendentes de nuestra agitada vida comunal, es un bello y espacio paseo, adornado por soberbios ejemplares de añosos árboles', escribió Oscar Melli en sus libros que son memoria viva de esta comunidad.
Ya también lo dijo Haroldo Conti: 'Este pueblo no fue así desde el comienzo, como uno imagina. En su momento fue pueblo niño. Esto es, hay otro pueblo por debajo de este, y otro y otro más con tapialitos amarillos de sol y callecitas de tierra'. Que tengan una perfumada noche.
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