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Viaje al principio de una familia

28/09/2025
Viaje al principio de una familia

POR MANUEL BARRIENTOS

Mirar viejas fotos, dialogar con parientes. El pasado no fue mejor, ni peor. Sólo se trata de reinsertar el presente en las huellas de la historia.

La Nona llega con una caja grande y pesada. La abre con rapidez, un gesto que revela la urgencia de quien ha guardado un tesoro y ahora decide liberarlo. Empieza a mostrar viejas fotografías, una tras otra. Cada imagen revela personas y hechos que ella guarda en un rincón de su memoria. 

Mientras la abuela cuenta, las fotos no sólo muestran; también interrogan. La historia, en estos casos, no se lee en los libros. Se escucha en la voz de la abuela, se siente en la textura de la cartulina envejecida. Se construye a partir de los silencios, de las palabras que faltan, de lo que se intuye en una mirada. La fotografía es el anclaje físico de un tiempo que ya no es. Pero la abuela, con su relato, lo devuelve al presente.

 

Tres para un carro. Así escribió una de las hijas al dorso de la fotografía. Ahí están, Luis, Poncio y José, haciendo un alto en sus frenéticas vidas. Sonríen a la cámara, ese artefacto gigante y novedoso no parece avasallarlos. Nada en sus vidas parece ya hacerlo. En un día festivo, siempre lo es cuando se vive en el campo y se visita la ciudad, deciden entrar a una casa fotográfica para dejar retratado ese presente de prosperidad que han logrado construir. Con sus mejores trajes y elegantes bombines, posan ante el fotógrafo.

La Europa que habían dejado atrás era pequeña y asfixiante. Buscando una tierra mejor que la de sus padres, Luis llegó a una Argentina que se promocionaba fértil y pujante. El camino fue la siembra de una vida nueva en suelo desconocido. Cuando logró dar los primeros pasos, llamó a sus hermanos. Ellos llegaron con la misma ambición, la misma esperanza. La foto es el registro de ese crecimiento. Ahí están. Con el hermano mayor sentado en el centro, ocupando el rol del padre que quedó en Italia. Todo es luz en la imagen. Brillan las cadenas doradas que cuelgan de los chalecos y los ojos de los tres hermanos, que no miran al fotógrafo, sino al porvenir. 

 

La fotografía de la familia en la casa del campo. La ciudad crece a pasos agigantados. Su población se duplica cada diez años. El progreso se abre camino. En el centro de la imagen, los padres, sentados, dominan la composición. Todos están vestidos para el acto solemne del retrato. Bañados, peinados, vestidos. Un fotógrafo ha sido contratado. Los hijos mayores, parados, con las manos apoyadas en los hombros de sus progenitores en gesto de apoyo, de respaldo silencioso. Serios, miran a cámara, conscientes del papel que cumplen. El mayor, con traje sobrio, luce un bigote que busca destacar la virilidad, como la de su padre. La madre parece distante, o atenta a algo que ocurre fuera de cuadro. Su mirada evade la lente, como si su mundo estuviera más allá del encuadre. Los dos hijos más pequeños, con sus vestiditos, aparecen sentados en el suelo. Sus caras están borradas. El movimiento ha difuminado sus rasgos. ¿Tienen caras? ¿O aún la están formando? La identidad se difuma en el registro.

 

'Los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor'. Al ver la foto, se comprende la dolorosa esencia de la canción infantil. Tal vez era domingo. Horas antes, o después, de ir a misa. Les han puesto, de forma armoniosa y homogénea, trajes de terciopelo con cuellos de broderie y botitas negras bien lustradas. Los vestidos son una armadura que los protege y los encorseta.

Posan siguiendo las sugerencias del fotógrafo, que se transforman en órdenes de madre. Miran a cámara extrañados pero desafiantes. La nena, mayor, revalida su rol. Pone cara de haber pasado otras veces por esa situación. Sostiene un libro que demuestra su alfabetismo. Cruza, perfecta, los pies. Su pose es un acto de voluntad, un intento de controlar la escena. En cambio, el más pequeño, asustado, parece pedir ayuda a su hermana. Todos, incómodos con los vestidos nuevos y los zapatos apretados, esperan que termine el trabajo del fotógrafo para correr hacia la plaza, para liberar sus cuerpos. La imagen los detiene en el tiempo, pero la canción recuerda el deseo de escapar.

 

Con solo revisar algunos cajones de las piezas del fondo, podemos viajar al principio del mundo. De nuestro mundo. No es una evasión del presente. Es un acto de memoria que nos permite entender de dónde venimos y, en ese proceso, saber quiénes somos.

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