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Qué nos pasó

12/12/2024
 Qué nos pasó

Por Martina Dentella 

 

El otro día hablaba con una amiga chilena que vive en Buenos Aires hace más de una década y me decía que le cuesta pasar los diciembres acá, en Argentina. Que el ambiente está eléctrico. Que todos nos volvemos irascibles e impacientes, que en Chile (hacía un gesto con las manos evocando lucecitas) se viven las celebraciones a lo gringo. 

Acá diciembre se vive acompasado del calor. La temperatura social se eleva, y el recuerdo vívido de los estallidos se hace carne en cada uno de nosotros. 'Son como un tango', agregaba la chilena.

Pero este diciembre tiene algunas contradicciones, que la teoría y los intelectuales no pueden explicar. Un cincuenta por ciento de pobres y un año de medidas antipopulares no hacen mella. Ni la quita de medicamentos para los jubilados, ni la pérdida del poder adquisitivo, ni el aumento del impuesto a los combustibles, la eliminación de programas oncológicos, ni la quita de alimentos a comedores populares, solo por nombrar algunas medidas, alteran el orden ni la sensibilidad social. 

Pregunto y comento con otros cómo vivieron ese tiempo bisagra en el epicentro del conflicto, donde opera el Ejecutivo Nacional.  

Mónica vivía en ese entonces en Congreso, su casa familiar. Recuerda que el 19 de diciembre era un miércoles caluroso, que más allá del clima político, era otra jornada de trabajo. Es psicóloga. Cada paciente que llegaba traía una novedad. Se insistía que habían empezado los saqueos. En el teléfono fijo se acumulaban los mensajes de la familia con preocupación, el pedido era que volviera a casa. Se repetía por mensaje de texto. De regreso, ya se había declarado el estado de sitio. Dice, 'ese era el límite, no dudamos, solo quedaba cambiarme los zapatos por otros cómodos, buscar limones y pañuelos para protegernos de los gases y salir a la calle'. Cientos de personas golpeando cacerolas se iban uniendo. 'Era más fuerte el sentimiento de solidaridad de tanta gente anónima compartiendo la decisión de un 'basta, hasta aquí llegaron' que el miedo', dice. Los gases no dejaban respirar, las miradas cómplices y  los pañuelos fueron los aliados. 

A Marcelo le costó narrarlo. Pasaron más de dos décadas desde que dejó de ser un adolescente que se quemaba las pestañas y las suelas de los zapatos estudiando y trabajando como cadete en Capital Federal. Su jefe, un contador, les dijo a él y sus compañeros que se fueran a casa, que no era seguro que anduvieran por la calle. 'Supongo que me hablaba especialmente a mí, me parece que intuía que no le iba a decir caso', asegura. Él iba llevando papeles de un lugar a otro, escuchando la radio. Las noticias de las últimas horas y finalmente el decreto de estado de sitio lo empujaban a la Plaza del Congreso. 'Estaba seguro de que me iba a encontrar a algún amigo de la murga, un compañero de la facultad', dice. Se sumó a los primeros grupos de manifestantes, no llegó a Plaza de Mayo, llegaban historias de heridos de bala de goma, chicos en moto que hacían retroceder a la policía o usaban pirotecnia para devolver la agresión policial, y finalmente la confirmación de los primeros muertos. Encontró un teléfono público pinchado y llamó a un amigo que tenía el departamento cerca, se enteró que había ido a la plaza bien temprano y no había llegado. Se fue para su casa. Ahí supo que su amigo había sido cazado por la policía. Salieron a recorrer comisarías y dieron con él en una de la calle Lavalle. Recuerda con angustia que el tiempo se hizo eterno. Sufrieron un psicopateo de las fuerzas de seguridad, que prometían todo tipo de tormentos. Volvió a la plaza el 20 de diciembre, vio el helicóptero que se llevaba al presidente y cantó el himno con toda esa multitud de una manera y con una emoción que nunca antes había sentido. Hasta las lágrimas. 

Sebastián trabajaba en una empresa que hacía doblaje de series y películas, en Tacuarí entre Belgrano y Venezuela. El 19 cuando dictó el Estado de sitio empezaron a entrar en la oficina los gases lacrimógenos, escucharon estruendos. No sintió extrañamiento, se fue al Congreso y se encontró con sus hermanos. Nunca pensó que la represión sería tan brutal y tan innecesaria. 

Buscando similitudes y diferencias con ese diciembre, encuentro que mientras en ese entonces imperó lo comunitario, los lazos vecinales, la solidaridad, el cara a cara, hoy -y quizás apalancado por las redes sociales- gobiernan los bajos instintos, la violencia y el aislamiento. Y no romantizo, releo. Lo que queda en la historia es irreversible. La crisis del 2001 erosionó la confianza en las instituciones políticas y sociales y por eso una de las consignas de ese movimiento gestado en la penuria tenía que ver con el encuentro con el otro: 'Piquete y cacerola la lucha es una sola'. También las asambleas transversales de cada barrio y ciudad post 19 y 20 de diciembre creaban un lugar común, un sentido de pertenencia. Incluso la organización de los saqueos. Una de las cosas más significativas de ese tiempo fue la posibilidad de pensar que contra todas las peripecias, se podía pensar en un horizonte, una salida comunitaria. Eso es lo que se perdió. Hoy, los espacios de discurso son las redes, y el mensaje es el odio. 

En ese ambiente eléctrico de diciembre que suena a bandoneón y que percibe la chilena quizás esté la pista para saber qué nos pasó y cómo podemos redirigir la mirada. 

 

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