Antonio Dal Masetto y el arte de narrar

Por Manuel Barrientos
El diario Página/12 acaba de cumplir 37 años. Su irrupción en una Argentina que recién comenzaba a salir de la dictadura representó un soplo de aire fresco y una renovación profunda en el periodismo argentino. Reconocido por la defensa de los derechos humanos y las denuncias contra las políticas neoliberales aplicadas por el gobierno de Carlos Menem, también generó aportes muy significativos en el estilo de narrar las noticias. El uso de la ironía y los giros lúdicos en las tapas y titulares son algunas de las marcas más evidentes, aunque también supo recuperar y potenciar el cruce entre el periodismo y la literatura en sus contratapas (a las que Cuatro Palabras busca rendir homenaje), en las que se destacaron escritores de la talla de Osvaldo Soriano, Osvaldo Bayer, Juan Gelman, Mario Benedetti, María Moreno, Ariel Dorfman, Juan Forn, Rodrigo Fresán, Eva Giberti, entre tantos otros y otros. Allí se leyeron aguafuertes que permiten rastrear -desde una perspectiva profunda y sensible que la información no puede alcanzar- las transformaciones que vivió nuestro país y el mundo en estas cuatro décadas.
Con la adolescencia y la juventud vividas en la vecina ciudad de Salto, Antonio Dal Masetto supo brillar en esa última página con sus textos que describieron con precisión, ironía y belleza la política, la economía, la sociedad y la cultura argentina entre finales de la década de 1980 y 2003. Sus contratapas semanales eran microficciones que muchas veces tenían como punto de partida las charlas de bar o diálogos ocasionales entre vecinos. Si el periodismo muchas veces se piensa como el oficio de lo efímero, esos textos supieron traspasar el tiempo.
Nacido en febrero de 1938 en un pueblo a orillas del Lago Maggiore, en el norte de Italia, a los doce años, en plena depresión de la posguerra, su familia se trasladó a nuestra próspera pampa húmeda. El destino elegido fue Salto. Todos venían en ayunas con respecto al idioma, sin conocer una palabra del castellano. El aprendizaje se daba en la calle, por la necesidad de conseguir clientes. Su padre y su tío se habían asociado para tener una carnicería. El pequeño Antonio se subía a una bici y repartía los pedidos. Para envolver la mercadería, usaba diarios y revistas, que traían los propios clientes. Entre todo ese material, siempre separaba alguna revista de historietas para leer, y esa fue su primera aproximación al idioma, porque los dibujos le facilitaban la comprensión de los textos.
Con los pibes del pueblo, sin embargo, las cosas no eran fáciles. Había que defenderse de las burlas, porque hablaba mal esa lengua que después fue su pan, porque era un extraño, un intruso. La biblioteca del pueblo fue su refugio. Ahí se encontró con libros que mucho más tarde se enteró de quiénes eran, porque los seleccionaba por sus títulos e ilustraciones. Uno de los primeros que leyó fue Del amor, de Stendhal. Tenía doce años y no entendió nada, pero se abrió un camino.
En 2002 pude entrevistar a Antonio en su departamento de Recoleta (después también dialogamos cuando publicó Tres genias en la magnolia en 2005). Hablamos de su infancia en Salto, sus obras, las contratapas en Página/12. Las veía como una carga: 'Si pudiera evitarlo, no lo haría, pero uno tiene que vivir de algo'. Trataba de escribir esas columnas como si fueran cuentos. 'Lo que hago es mirar alrededor y reflejar lo que hay con un poco de ironía. No pretendo más que lanzar un guiño a algún lector que coincida conmigo', matizaba.
La solapa de su libro Bosque señalaba sobre su mudanza desde Italia a la llanura pampeana: 'Sufrió mucho con ese traslado, en sus propias palabras «me sentía un marciano en el mundo»'. Le pregunté y se rió. '¡Nooo! Esas son cosas que se inventan. Hicieron el libro en España y alguien escribió eso, yo nunca lo dije. Además, a esa edad siempre se sufre mucho. Son sufrimientos exagerados, excesivos, que uno hasta se inventa'.
Muchas de sus obras tienen como geografía narrativa la ciudad de Salto. Antonio decía que no hubiese podido escribir libros como Bosque o Siempre es difícil volver a casa, sino hubiese vivido en un pueblo, no tanto por la falta de conocimiento de un paisaje determinado, sino por la posibilidad de captar la idiosincrasia de un pueblo. 'Cuando voy a Salto me preguntan si es este pueblo el que cuento. ¿Somos nosotros?, me dicen. Yo les digo que no, que en un libro se generaliza. Pero la geografía es exacta y uno habla de lo que conoce. Están las calles, las plazas y el río de Salto. Para alguien trasplantado como yo, que desde los doce años atrás tiene una nebulosa de nostalgias, el punto de referencia, ese lugar para tomar de distancia del mundo, es Salto', decía en aquel departamento de Recoleta, entre tantas otras cosas, de las que hablaremos en la próxima contratapa.
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