Bienvenido míster president

CONTRATAPA | Por Manuel Barrientos
Así como le digo una cosa, le digo la otra. En las calles de Chacabuco anduvo de visita un presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, señor. Y no cualquier presidente, como ese de pelo amarillo batido, o este burócrata medio gagá que se anda tropezando con los atriles. No, señor, le estoy hablando del mismísimo Dwight Eisenhower. Ike, para los amigos. General de cinco estrellas del Ejército yanqui, comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa Occidental en la II Guerra Mundial, dos veces primer mandatario norteamericano entre 1953 y 1961. Ese hombre estuvo acá.
Más o menos por estos días de febrero, pero de 1960, Eisenhower llegó a estas tierras del Sur para reunirse con el presidente Arturo Frondizi, en el marco de una gira por Argentina, Chile, Brasil y Uruguay. Participó en el acto de inauguración de la ciudad de Brasilia y luego, acá, fue recibido a pura pompa, como un héroe de la liberación, como el paladín de la victoria contra los nazis. Metió un millón de personas en Buenos Aires, visitó Bariloche, metió medio millón en Mar del Plata. Y otro tanto de centenares de miles de personas, acá, en Chacabuco.
¿Otra vez pone en dudas mi buen nombre, negando la veracidad de mis historias? Déjeme que le cuente.
Tiaco Sosa, ¿le suena? En el Chacabuco de los 40, los 50, los 60, fue uno de los grandes personajes. Campeón con el club Huracán en 1945, hábil con su boina blanca en el terreno de juego, después se transformó en mozo de casaca marrón con botones dorados en la fonda de Castro, ahí en la calle Primera Junta, frente al Mercado Central, que luego fue la estación de ómnibus y ahora es la plaza del Correo. Un hombre que se destacaba por su ingenio y su buen humor, capaz de sacar milanesas del bolsillo para conseguir una sonrisa. Un hacedor de anécdotas que se van perdiendo y que acá intentamos rescatar antes de que se pierdan en el olvido.
Lo que armó en febrero del 60 fue grandioso, deslumbrante, apoteótico, apoteósico, o como se diga. La fonda de Castro también era hospedaje y lugar de encuentro. Allí fue donde tramó todo Tiaco con los suyos .
Como le contaba, el presidente Eisenhower visitó la Argentina, gobernada en esos años por Arturo Frondizi. Tiaco movilizó a las fuerzas vivas para preparar la recepción de los dos mandatarios a nuestra ciudad. Los juntó a todos: a la banda de músicos de Marsiletti, con Nano y Tito, con Natelli, Pichón Etcheverry, Carlos Arias, Derosa y varios más. Le pidió también a González que se sume a la gesta.
Partieron rumbo a la estación de Cucha Cucha, donde no paraba usualmente el tren, aunque mi padre dice que fue en la estación de Rawson, así que ahora me hace dudar. Lo que le puedo asegurar es que hicieron parar el tren y se subieron todos con destino a Chacabuco. Mire la foto, qué genialidad, el Tiaco de levita y flor en el ojal, más parecido a Groucho Marx que a Eisenhower, con Frondizi a su lado, esos anteojos tan característicos del líder desarrollista.
Hicieron parar el tren en Cucha Cucha, o tal vez en Rawson, y Eisenhower y Frondizi partieron rumbo a Chacabuco. Acá lo esperaba una multitud, centenares de miles de personas, como en la Capital o en Mar del Plata. En la estación estaba Grossi, el dueño de la cochería, esperando con los caballos a los dos visitantes ilustres. Y la banda de músicos, con Nano y Tito Marsiletti, Natelli, Pichón Etcheverry y muchos más. ¿Qué le dije que se habían subido antes? Puede ser, puede ser, traiciones de la memoria. Pero acá, en la estación, dé por seguro que estaban todos.
Y los pasajeros del Buenos Aires al Pacífico con destino a Mendoza se bajaron en la estación Chacabuco. Los guardias tuvieron que esperar como una hora, porque la gente no quería volver a subir, si tenían frente a sus ojos a los presidentes de la Argentina y los Estados Unidos ahí en el andén.
Estaba lleno de gente, la ciudad se había congregado, porque habían esparcido antes el rumor de la visita. La máquina que iba a Mendoza empezó a tocar pito, pero los pasajeros no querían volver a subir. Lluvias de papel picado, niños con banderitas. Y Tiaco y los demás haciendo chistes desde el estribo. Cuando por fin partió el tren, nos vinimos a la plaza San Martín para seguir con la fiesta, yo era chico pero me acuerdo bien. Entre el público, recaudaron plata y después la donaron a instituciones como el Asilo de Ancianos, o similares. Era lo que siempre hacían, en especial en los carnavales. No se quedaban con un peso. Pequeño gesto ácrata, dinero repartido entre la comunidad.
¿Que al final no fue Eisenhower el que vino? Y qué importa, si en estas tierras Tiaco repartió sonrisas y sacó milanesas de sus bolsillos. Tiaco Sosa, el hombre que fue presidente de los Estados Unidos por un día.
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