Chacabuco, el pueblo mágico de Haroldo Conti

En mayo de 2016, cuando se cumplían 40 años de la desaparición de Haroldo Conti, la revista 'Haroldo' publicó un artículo del vecino Jorge Barrientos en el que recordaba una entrevista que en agosto de 1971 le realizó al escritor de nuestra ciudad para el bisemanario Chacabuco. En ella, Conti -que acababa de publicar la novela 'En vida'- hablaba de su pueblo natal y evocaba lugares y personajes que todavía no aparecían con fuerza en sus obras, pues aún no había visto la luz el libro de cuentos 'La balada del álamo carolina'.
A continuación, un fragmento de ese reportaje.
-Sólo en un cuento suyo, 'Los novios', se descubre a un Conti chacabuquense. ¿Por qué, aparentemente, Chacabuco no es inspiración para usted?
-Aparentemente sí, es cierto. Pero sin dudas ha ido reviniendo, de manera un poco casi fantasmal, en mi memoria toda la vida en él. Así es que en este último libro ocupó mucho lugar. Es más, lo fui a terminar allí, en julio del año pasado, en la casa de mi abuelo. Pero indirectamente siempre Chacabuco está presente. En todos mis libros hay personajes de allí, con otros nombres, por supuesto. Inclusive el personaje principal de 'En vida' se llama Oreste, refiriéndose a un pariente mío, Oreste Provenzano, un ser un poco incorporado a la mitología de Chacabuco, como el Viejo Nardi y otros seres místicos de allí.
-¿Qué diferencias encuentra entre el Chacabuco de hoy, y el de sus libros, el de su adolescencia?
-Sin dudas, ha cambiado mucho. Pero claro, yo cuando llego allí llevo una carga de pasado e indefectiblemente voy ansioso a buscar el Chacabuco que yo dejé, ese mágico de mi infancia, con personajes como los Cuñarte, los Alori y tantos otros de los que no sé qué será.
-¿En qué año dejó Chacabuco?
-No recuerdo. En realidad lo dejé varias veces. La última fue cuando tenía 20 años. Aunque siempre vuelvo. Necesito volver. Con mi padre nos vemos cada tanto, pero nos hemos separado hace tiempo. A pesar de que hay una gran afección entre ambos, la vida de hechos nos separó. He convivido muy poco con él. Eso tal vez me haya llevado a inventar un poco, en la literatura, a un padre o a un hermano de tamaño fabuloso.
-¿Una alegría de Chacabuco?
-Algo que me alegró mucho fue el haber recibido el primer premio por el cuento 'La causa', en el cual describo a Chacabuco. El personaje principal, Pedro Romita, es mi padre. Este cuento fue editado en Estados Unidos. Chacabuco, se llama Rinconcito, lo ocupa todo, desde el principio. Hablo de esas dos torres de la Iglesia que viniendo del lado del cementerio se ven apuntar sobre los árboles y van creciendo como a los empujoncitos.
-¿Una tristeza?
-Seguramente debe haber sido una muerte. Sí: el día que murió mi abuela Adela Conti. Yo me fui a despedir de ella. Estaba en cama, sí, pero no sabía que iba a morir después. En el momento que extiendo la mano, ella abre los ojos, y en una plena lucidez, alcanza a verme y muere.
-¿Un recuerdo?
-De Chacabuco, miles. Generalmente recuerdo paredes, luces, las afueras, algunas personas, el cine. Recuerdo cuando iba al cine, los miércoles; daban películas de terror que me hacían estremecer hasta los huesos. Siempre juraba que no iba a volver. Y entrando en un plano confesional, todas las noches, invariablemente, recuerdo la Iglesia y dentro de ella la imagen de la Inmaculada que está a un costado, mirando al altar hacia la derecha. Es en cierto modo un resumen iconográfico de todo Chacabuco.
-¿Un hombre?
-Recuerdo muchos. Recién te mencioné a Nardi. Era un hombre fuera de serie. Fue amigo mío, me brindó su amistad. Era un poco retraído. Sin embargo, y tal vez desde entonces, empecé a desarrollar yo esa especie de habilidad. Fui como un cazador oculto, con gran paciencia fui acercándome a esa especie de animalito que era el viejo Nardi, tan aprehensivo para la gente, y me introduje en su mundo, un mundo muy particular. Nos hicimos muy amigos. Ahora, en mi memoria, el viejo Nardi es nada más que esa especie de hombre llama, una cosa adedada, gris, con unos tremendos mostachos y unos ojos cargados de bondad. Debe haber muerto, ¿no? También recuerdo a Peliche, aquel vagabundo que murió al aire libre…, qué linda muerte. Y a Marsiletti, a quien en varios cuentos menciono. Incluso, tengo una novela inédita que se la iba a dedicar al maestro grande: don Bimbo Marsiletti.
-¿Una mujer?
-¿Hablando de mujeres etéreas y mayores? A la vieja Julia. Era medio maga, vivía en las afueras, profetizaba cosas. Vivía en dirección a la Estación. Me acuerdo que una vez le pedí un crucifijo muy antiguo que tenía. Me dijo: 'Mirá, todos los que me lo han pedido han muerto antes que yo'. Así que cuanta carta escribía a Chacabuco preguntaba por la suerte y estado de salud de la vieja Julia. Y siempre, invariablemente, la respuesta era que gozaba de perfecta salud. Eso me traía temor. Un día murió…, no sé si eso me entristeció o me alegró, pero le gané.
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