Despertar a lo real

contratapa / Por Juliana Chacón
'¿Amamos suficientemente el mundo como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina inevitable si no lo entregamos a los nuevos? ¿Amamos suficientemente a nuestros hijos como para no arrojarlos de nuestro mundo, abandonarlos a sus propios recursos y prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo común?', se pregunta el filósofo Jorge Larrosa, parafraseando a Hannah Arendt, en la conferencia Defensa de la Belleza. Parecieran ser las preguntas más oportunas en este contexto, en el que asistimos a una apuesta contra el amor como forma de vida.
¿Será por eso que quienes no lo toleramos tendemos a resguardarnos entre las cuatro paredes de nuestra casa? ¿Será? ¿O será la repetición de un modo de defensa que aprendimos durante la última pandemia? ¿Será que algo afuera se volvió enfermizo? ¿Y qué hacemos con eso?
Tenemos miles de posibilidades. Podemos resguardarnos aún mejor: poner alarmas y rejas, contratar cámaras de seguridad, instalar asistentes virtuales como Alexa que nos permitan vincular los dispositivos con los que contamos para prender y apagar las luces, cuando salimos a la intemperie, simulando que hay gente dentro. De paso le pedimos que seleccione una de las listas de Spotify y la haga sonar para que el simulacro se vuelva más real. O que ponga a funcionar un video cualquiera de una de las tantas plataformas que ya contratamos. Poder podemos. Y la casa funcionará inclusive sin nosotros, como en el cuento de Ray Bradbury 'Vendrán lluvias suaves':
'Las diez y cuarto. Los surtidores del jardín giraron en fuentes doradas llenando el aire de la mañana con rocíos de luz. El agua golpeó las ventanas de vidrio y descendió por las paredes carbonizadas del oeste, donde un fuego había quitado la pintura blanca. La fachada del oeste era negra, salvo en cinco sitios. Aquí la silueta pintada de blanco de un hombre que regaba el césped. Allí, como en una fotografía, una mujer agachada recogía unas flores. Un poco más lejos -las imágenes grabadas en la madera en un instante titánico-, un niño con las manos levantadas; más arriba, la imagen de una pelota en el aire, y frente al niño, una niña, con las manos en alto, preparada para atrapar una pelota que nunca acabó de caer. Quedaban esas cinco manchas de pintura: el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El resto era una fina capa de carbón. La lluvia suave de los surtidores cubrió el jardín con una luz en cascadas.'
En este cuento 'apocalíptico', como les gusta decir a muchos (y tanto les gusta decirlo que casi todo es apocalíptico), Bradbury expone algo que ya se nos hizo costumbre: ver el avance alucinante de la tecnología y su contracara, la destrucción. En las películas, pueden irse a vivir a Marte, pero nosotros no. No por ahora al menos. ¿Cuál es la carnada para que nos quedemos tan alucinados con el avance tecnológico? ¿Con qué cosas alucinábamos antes? Y digo alucinábamos no en el sentido de seducidos o engañados sino en el de sorprendidos, asombrados, deslumbrados.
La belleza, contra la concepción de nuestro tiempo, dice Larrosa, no es histórica ni cultural. Porque hay en ella algo parecido al amor: nos descentra, nos saca del narcisismo. Algo existe fuera de nosotros mismos y no es mera proyección. Y si eso que existe es bello es porque tiene en sí mismo la belleza, es. Retoma entonces a los griegos para quienes la belleza no era una cualidad, sino que se vinculaba con lo que se es, con la propia vitalidad de lo bello, con su propio movimiento vital.
¿Y entonces qué hacemos nosotros con la belleza en pleno auge del narcisismo? Nos descentramos. Nos salimos de nosotros mismos. Y despertamos a lo real, siguiendo a Simone Weil. El amor y la belleza son los que nos sacan del narcisismo y nos despiertan. La belleza y el amor nos vuelven atentos. Y será por eso que, cuando vemos algo realmente bello, tendemos a querer compartirlo, a decirle a otro que no se lo pierda. En esto está la verdadera finalidad de la vida, dice Weil.
'La brujería de vivir/ es toda mi conversación/ con ustedes, mis queridos./ Todo lo que puedo decirles es lo que sé.// Mira, y mira otra vez./ Este mundo no es solo una alegría para los ojos.
Es más que huesos.// Es más que la muñeca delicada con su pulso personal./ Es más que el latir de un único corazón./ Es alabanza./ Es dar hasta que el dar se siente como recibir./ Tienes una vida – ¡imagínate!/ Tienes este día, y quizás otro, y quizás/ otro aún', escribió Mary Oliver. Y también 'Instrucciones para vivir': 'Presta atención./ Asómbrate./ Cuéntalo.' Y además: '¿Me arriesgo a decirte esto, que es todo lo que sé?/ Ámate a ti mismo. Luego olvídalo. Luego, ama al mundo.'
Foto: Ramón Gaya, Los baños del Tevere (1971)
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