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El viejo Ponce

21/05/2025
El viejo Ponce

Colaboración de Carlos A. Schettino

Don Armando Colicchio, un escritor ameno, simpático e inteligente de nuestra ciudad, en su libro 'COSAS Y GENTE DE MI PUEBLO', que editó en el año 1995, en su página 162 (nota publicada dos años después en el Bisemanario Chacabuco), se refería a 'El viejo Ponce' emblemática figura de nuestras calles.

Decía la nota:

¡Quién no lo recuerda!

Fue una de las figuras características del pueblo viejo que más se destacaba. Es difícil tomarlo por un artista sola. Era un poco indio, un poco gaucho pobrísimo, un poco vagabundo; era agresivo y bueno y tenía una innata picardía. Podía haber sido mucho en su juventud ignorada pero lo conocimos viejo, pobre y solo.

Bastarían el verso colosal que le dedicara don Armando Cernuda y la foto excepcional que le hiciera la Fotografía Marsiletti luciendo en sus vidrieras esa cabeza de criollo impresionante de belleza ruda, para pintar con la mayor elocuencia al Viejo Ponce. A través de ese verso y esa foto, pareciera que el pueblo de Chacabuco consagró el recuerdo de ese hombre anónimo que anduvo por sus calles.

Vestía un chambergo, como diría Cernuda 'del tiempo de Ñaupa'; pantalones y alpargatas deshilachadas y cubría su torso con solamente un saco tan viejo como sus recuerdos. Llevaba en sus manos solamente una bolsa, un tarro que le hacía las veces de vaso para tomar líquidos y un palo. En el tarro llevaba comúnmente lo que él llamaba 'remedio' y era vino. El palo lo usaba para apoyarse a veces y para hacer el clásico 'visteo' criollo como en los tiempos en que había tenido un facón…

No se sabía dónde vivía. Ponce dormía en cualquier calle en que lo tomara la noche, fuera invierno o verano. Sentado en la acera, con la espalda apoyada en la pared. ¡Y recibiendo sobre su pecho desnudo tamañas heladas que a muchos de nosotros nos hubieran resultado mortales…!

El Viejo Ponce no hacía mal a nadie. Por eso todos lo querían. No era un vagabundo cualquiera, como muchos otros que conocimos con el correr del tiempo. Tenía una presencia de algo autóctono que imponía y despertaba simpatías. Era como un gaucho viejo que se hubiera quedado sin caballo y entonces andaba a pie, cada día más pobre, más cansado y más solo, 'vistiando' con su palo como ahuyentando recuerdos, pero cubriendo esa fugaz fiereza con una sonrisa buena y tímida y algún gesto de picardía.

El Viejo Ponce era una pertenencia del Chacabuco de ayer. Por eso él andaba permanentemente en las calles del pueblo y hacía noche en cualquier umbral, como si todas las paredes fueran suyas…

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