Entre pulperías, buhoneros y almacenes de ramos generales

Las primeras actividades de comercio minorista que se desarrollaron en Chacabuco tuvieron como protagonistas a las pulperías -situadas en el pueblo y en la zona rural- y a los vendedores ambulantes, a los que se conocía como buhoneros. La mayoría de las pulperías estaban situadas en cruces de caminos y se dedicaban a la venta de variados artículos de uso y consumo. Eso las diferenciaba de lo que luego serían las tabernas o bodegones, que se dedicaban casi con exclusividad a la venta de bebidas alcohólicas, aunque a veces también servían algunas comidas.
Cuenta el profesor Oscar Melli que hacia la década del 80 del siglo 19 estaban desperdigadas por la zona rural de Chacabuco unas treinta pulperías. Una de ellas se llamaba La Pichincha y se hallaba en el cuarto IV. También estaban la de don Manuel Villa, situada en el Cuartel IX; la de don Paulino Toyos, en el Cuartel VI, y la de la familia Atencio. Podrían sumarse, en el Cuartel IX, el boliche de Bonifacio García y las pulperías de Juan Pelliza y Juan Calp, esta última instalada en un campo de don Miguel Insiarte.
Otra rama del comercio minorista, en este caso ambulante, fue la de los mercachifles o buhoneros, los cuales, señala el historiador, 'con carros y carretas repletas de mercancías recorrían los caminos de la campaña distribuyendo en poblados, estancias y puestos variados artículos comestibles, géneros, ropa o calzado, que entregaban a cambio de su valor en moneda corriente o su equivalente en frutos del país, como lana, cueros o sebo'.
La actividad de los buhoneros estaba reglamentada por el Municipio, y los jueces de Paz eran los encargados de verificar que cumplieran con las disposiciones vigentes. Entre los vendedores ambulantes que figuraban en un registro de extranjeros del año 1914 había inmigrantes de apellidos como Sffeir, Salomón, Ayluk, Antonio y Elías.
Con el correr del tiempo, la figura del mercachifle fue reemplazada por la del gallinero. Quien se dedicaba a esta labor recorría los caminos con una jardinera cargada de mercancías variadas, las cuales intercambiaba en chacras y quintas por aves de corral, huevos o lechones.
Volviendo hacia atrás, puede verse que la llegada del ferrocarril le dio un impulso a las actividades comerciales, pues el nuevo medio de transporte facilitaba la recepción de mercadería. Esto se tradujo en la apertura de numerosos almacenes de ramos generales, que concentraban en un solo local -generalmente de grandes dimensiones- distintos rubros y servicios. Así, en un mismo establecimiento podían funcionar un expendio de bebidas y comestibles, un sector de venta de indumentaria, otro de bazar, una parte de ferretería, y corralones de maderas y materiales para la construcción. También ofrecían maquinaria y herramientas agrícolas y hasta un servicio de giros de dinero al extranjero.
'Muchos de estos negocios se ocuparon del acopio de cereales y, mediante créditos muy liberales, ayudaron a organizar y levantar un gran número de pequeñas y medianas explotaciones agrícolo-ganaderas', escribió Melli. Entre los almacenes de ramos generales que funcionaron en esa época se cuentan los de Gregorio Villafañe y Álvarez Hnos.
Por esos tiempos, el pueblo de Chacabuco crecía con vigor, lo que se traducía en un incremento notorio en la cantidad de establecimientos comerciales. Tan así es que un relevamiento de la época arrojaba la existencia de unos 300 comercios. De esa cantidad, 49 de los negocios eran almacenes de dos, tres o cuatro rubros; 59 estaban dedicados al expendio de comestibles y bebidas; 46 eran exclusivamente despachos de bebidas, y 57 eran hoteles, fondas y bodegones. También había doce carnicerías, diez negocios de frutas y verduras, nueve tiendas, ocho cocherías, cinco boticas y droguerías, tres roperías, dos bazares, dos mueblerías, dos mercerías, dos ferreterías y dos librerías.
Los nombres que tenían los comercios solían denotar la procedencia de sus dueños, que en su mayoría eran inmigrantes. Así encontramos la fonda y posada La Estrella de Italia; la fonda y almacén La Bella Italia; el almacén, tienda y ferretería Iberia; la fonda Española, y el almacén, tienda y zapatería Ciudad de Londres. Años después, hacia 1910, también se encontraban el almacén El Italiano, la panadería La Franco Americana, las lecherías y queserías La Helvecia y Francesa, la fonda Suiza y El Almacén Inglés.
Además de la existencia de unos 300 comercios establecidos, el relevamiento mencionado también indicaba la existencia de 135 negocios ambulantes, cuyos responsables se dedicaban principalmente al acopio de cereales y otros frutos del país y a la distribución de mercaderías varias.
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