Fiestas de campo, payadores y la llegada de la radio

Como sucedió en todas las épocas, en el Chacabuco de la década del '30 no todo era trabajo. Por el contrario, también existía la diversión y, dentro de eso, las reuniones sociales y los espectáculos artísticos eran un punto de encuentro de aquellos habitantes de las primeras décadas, tanto en el campo como en la ciudad.
'Los bailes tradicionales, como el gato o el pericón, o aún aquellos de salón, como el vals, eran improvisados en patios de amplias casas de chacareros, donde además de los propietarios concurrían los habitantes de la vecindad con los cuales se tejían sólidas relaciones de amicalidad', escribió el profesor Rodolfo Rodríguez en su obra 'Chacabuco en los años '30', y agregó que, al calor de esas fiestas, solían fraguarse relaciones sentimentales que unían a los 'modestos peones de los chacareros o arrendatarios' con 'las hijas de los señores del lugar', las cuales, luego de 'largos noviazgos', a veces terminaban en el altar 'por imposición del padre de la novia'.
El libro incluye un fragmento de un artículo publicado en el bisemanario Chacabuco en el que se describe una fiesta campera de ese entonces, realizada en un patio 'de cuya parra cuelgan unos farolitos con velas adentro'. La nota prosigue: '¿Alfombras? Las baldosas rojas reluciendo como nunca gracias al trapo de piso. ¿Toldo? El entoldado de una parra cordial. De la batea de las empanadas, colocada a la puerta de la cocina, viene un olorcillo que marea. Las muchachas se han vestido ya con el mejor percal. Están sentadas en el patio y vienen los muchachos conocidos'.
Otro punto de reunión en la zona rural, en este caso fijo, eran las pulperías, así como los almacenes en los centros poblados. En ambos casos, escribió Rodríguez, 'eran el sitio preferido para apurar bebidas, cantar, jugar a las cartas y entreverarse en cuestiones de politiquería local'. En algunos casos, sus dueños eran hijos de los propietarios originales, lo que aseguraba un conocimiento profundo de los clientes y favorecía las ventas 'al fiado' anotando las deudas en libretas.
Los almacenes de campo, así como los bares de la ciudad -como el de Sixto Sosa, ubicado a comienzos del siglo en la zona céntrica-, recibían de tanto a payadores, quienes hacían gala de un arte que poco a poco se fue diezmando.
Un exponente nacional del género de la payada fue Gabino Sosa, que anduvo por Chacabuco en la última década del siglo 19. Su llegada fue en enero de 1899 y el 29 de ese mes se presentó en Rawson, como parte de una velada en la que también hubo un número de prestidigitación. Una semana después, el 6 de febrero, Gabino llegó a Chacabuco para brindar un espectáculo en el Centro Español. Un dato de color que dejó ese recital fue que Ezeiza le dedicó una de sus canciones al comisario de Policía del pueblo, de apellido Elormendi, con quien compartía simpatías políticas por el radicalismo.
Volviendo a los años '30 y a la zona rural, las reuniones sociales también se producían en días de yerra o carneada, lo que daba lugar a encuentros gastronómicos en los que, señaló Rodríguez, 'se unían las tradiciones culinarias italianas o españolas con las de la comunidad receptora, motivando en determinadas épocas del año, cuando llegaban los primeros fríos, cálidos encuentros de vecinos rurales'.
Por esa década comenzaron a surgir nuevas alternativas de entretenimiento a las casas de los propietarios rurales, pues se hizo más fácil el acceso a aparatos como el fonógrafo o el gramófono, a través de los cuales podían acercarse a algunos de los artistas del momento, como Carlos Gardel, Agustín Magaldi y Francisco Canaro, o a las voces de Ada Falcón o Azucena Maizani.
'Tangos, chacareras rumbas o foxtrot permitían el solaz de las mujeres de los ámbitos rurales, las cuales, aunque alejadas de la urbe, recibían con ávido interés las últimas novedades del 'sello del perrito' que adquirían en sus mensuales viajes a la ciudad', escribió el historiador.
A esto hay que sumarle que comenzaba a expandirse el acceso a los aparatos para escuchar radio, cuyas primeras transmisiones experimentales en la Argentina habían sido en agosto de 1920.
'La radio, con sus emisiones musicales desde los modernos salones que comenzaron a destacarse en la época o los radioteatros como 'Chispazos de tradición', convocaban a las mujeres que desde unas chacras a otras se unían para 'pegarse' a la 'radio capilla' y seguir los enredos amorosos o las angustias de tiernas heroínas que sabían a compasión', señala el libro. También a través de los aparatos de radio que había en los campos y los centros poblados de Chacabuco en aquella década del '30 pudieron escucharse las humoradas de Niní Marshall, así como las primeras intervenciones ante un micrófono de Eva Duarte, que poco tiempo antes había llegado a Buenos Aires desde Los Toldos.
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