Hasta mañana

Por Martina Dentella.
Hace diez días mi hija se quemó las manos con la tapa del horno cerrado. Desde ese momento voy cada día a que la curen a la Guardia Pediátrica del Hospital Municipal. Con el pasar de los días, la cara de la secretaria, las enfermeras, las y los médicos, se volvieron familiares. También las caras de las decenas de madres que esperan con desasosiego cargando a sus hijos a upa, sentados, abrazados, conteniendo el dolor.
Sé quien llega con lo justo, adivino quién viene de pasar una noche entera de guardia, quién está sin dormir. Cuento cada día cuántos son los padres. En ese universo en el que la mayoría son mujeres, adquiero un nuevo lenguaje: ungüento, tejido, regeneración, edema. Paciencia. Paciencia. Paciencia. Dentro del dolor tengo un privilegio, la cura no espera. Como sea, mi hija se la banca.
Recuerdo todas las veces que me quemé en mi vida, y la angustia que me generaba. Pienso en cómo resiste con sus manos pequeñas y vendadas. Desde el primer día aplaude, agarra objetos, me señala, me mira.
Insisten en que no es de gravedad, pero va a ser lento, sin fechas, sin día d. Entonces empiezo a decir hasta mañana, y habituarme a los mismos actos: llegar, llorar, descubrir, limpiar, untar, vendar. A veces es más rápido, otras más lento. A veces viene el médico experto en quemaduras e indica.
'Sabés', me dice, 'acá nadie sabe más que las chicas (las enfermeras), estás en las mejores manos, saben lo que tienen que hacer, y lo hacen bien'. Me garantiza, me da señales de que las cosas progresan. Es sobrio, mesurado, pero le da a mi hija dos globos para que deje de llorar.
En el tercer o cuarto día la piel empieza a cicatrizar. Analizo a las madres y a sus hijos. Caigo en la miseria de pensar que no estamos tan mal cuando escucho a niños que esperan el resultado de un rayo x porque se tragaron una pila, o una cadenita, o tienen trancado un plástico en la nariz. Veo las horas de sueño postergado en las gestualidades, la ansiedad por encontrar rápido una solución. Veo madres mecanizadas en el rito de la espera continua, madres con carpetas y media docena de turnos con profesionales que atenderán a sus hijos. Hay, en otras puertas, psicólogas, psicopedagogas, terapistas.
Hay también rotación de pediatras que atienden con dulzura.
Todos los días, antes de irme, estoy por preguntar cuánto debo. Y aunque no me olvido nunca de agradecer, la lógica de la gratuidad me hace reflexionar sobre los días, las cosas, la política y lo que puede y debe.
La salud pública es nuestra mejor conquista. Que el Estado cure. Puede mejorar lo edilicio, los recursos, y deben mejorar los salarios, pero es de calidad y funciona.
Quienes pretenden un mercado de órganos o niños no conocen ese valor. En este universo pequeño de algunas salas, los disparates se enfrentan poniendo el cuerpo. Con el correr de los días confío en la voluntad de hombres y (sobre todo) mujeres que trabajan para que las cosas funcionen. Y siento que pesa más que tres tristes tigres sin rayas. La comunidad reconoce sus derechos y el derecho a no perderlos. El derecho a decir hasta mañana.
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