La dimensión de una mirada

Por Martina Dentella
El 25 de marzo, en este medio, publicamos una edición especial por la Memoria. En esas páginas, confesaba un hastío, la necesidad y el deseo de vivir sin sobresaltos. Decía, que la vida que muchos añoramos no es solo la que asegura la memoria, los números, el consenso de los treinta mí, sino una vida simple, que nos permita vivir seguros, en nuestras casas, con la comida caliente, una sonrisa, un poco de música, la fatiga del trabajo. Decía, que no es más ni menos que la vieja promesa de la democracia.
Ayer, los hastiados debimos sentir pudor. Lo que pasó en el Concejo Deliberante fue histórico, y nos exige revisar nuestro lugar de resistencia.
La integrante de la Comisión Memoria y Justicia, Ana Maria Pregal -hermana de Maria del Carmen, desaparecida en junio de 1978, víctima del terrorismo de estado- se acercó a una sesión especial por la Memoria, con vértigo. A su lado, Liliana Carnaghi, hermana de Roberto, desaparecido también en junio de 1978 con solo 24 años. Ella padecía una fuerte contractura. Movilizar, peregrinar, relatar para los que vienen, implica poner el cuerpo. Algo que vienen haciendo y sosteniendo desde hace largos años.
Como si fuera poco padecer que las máximas autoridades estatales mientan, nieguen y sean cómplices de los responsbales del terrorismo de estado, debieron escuchar en palabras de un concejal, vecino, trabajador, abonar la teoría de los dos demonios, insinuando que 'fueron años de dolor para varias familias de ambos lados de esa grieta sangrienta' y convocando a 'dar vuelta la página'.
Con una ternura auténtica, Ana Maria pidió al concejal que la mirara a la cara. Que no insinuara, que no le diera la espalda, que no se escondiera: que lo mirara a la cara. En ese momento lo invitó a debatir. No lo chicaneó, no lo provocó, no lo humilló (o al menos no fue su cometido). Le pidió reflexión. Aunque el cuerpo se rinda, aunque se retroceda, aunque viva en sobresaltos, aunque los cimientos tiemblen, aunque insista el hartazgo, aunque todo esté vedado. Pidió reflexión. Y habló.
'En cuanto a lo que dice sobre voltear la página, es tremendo, no se puede voltear la página cuando todavía hay 300 pibes que viven y tienen sus hijos heredando la falta de identidad, es muy cruel; y cuando todavía faltan más de veinte años de juicio por crímenes de lesa humanidad, y cuando todavía los responsables del genocidio y de toda la tragedia que vivimos en la Argentina, no digan por qué lo hicieron, dónde están nuestros muertos, y por qué los mataron, que arguementen, o los mecanismos de la justicia no eran tales para iniciarles un juicio si habían cometido crímenes como dicen', dijo a su interlocutor que la miraba fijo. Habría que dejar escrito en algún sitio la dimensión de esa mirada. Nadie más hablaba. Hubo un silencio de película antes del sonido de los aplausos. Como si esa conversación estuviera encapsulada. Brava. Valiente.
El concejal se levantó de su silla y se acercó. Le dijo algo al oído. Hubo aplausos. El presidente del cuerpo deliberativo agradeció el respeto.
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Abruma, sería mejor vivir sin sobresaltos. Sería grandioso que poner blanco sobre negro no sea casi un deber. Una regla no una virtud. Andar más livianos. Que lo que construído ya está. Que la memoria, solo florezca. Que la abracen las nuevas generaciones, que se construya sobre los sólidos cimientos.
Da hastío explicar, argumentar contra los agazapados que tejieron sombras en años. Explicar a los inconscientes. Discutir la verdad.
Quisiera no mirarnos las caras cómplices de hartazgo, de asco. No prender durante un día la radio. No retroceder, retroceder, retroceder, retroceder, retroceder, retroceder, retroceder a diario. Eso decía algunos días atrás.
Pero no hay derecho. Hay que atravesar este presente, con la fuerza de esa mirada, para trazar un futuro que nos convoque con las viejas promesas de la democracia.
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