La trampa de la productividad: sentir que nunca es suficiente

Mariano Rato
Vivimos en un tiempo en el que la productividad se ha transformado en una meta inalcanzable. Nunca antes tuvimos tantas herramientas ni tantas opciones para optimizar el tiempo, pero tampoco tanta presión para hacer más, aprender más y ser mejores. Sin embargo, paradójicamente, es también la época en la que más personas sienten que no hacen lo suficiente.
Este fenómeno no surge porque nos faltan tareas o responsabilidades; al contrario, la mayoría de nosotros vivimos días cargados de actividades. Pero la sensación de improductividad parece no tener tanto que ver con lo que hacemos como con lo que creemos que deberíamos estar haciendo.
Siempre hay algo pendiente: un curso más por tomar, un proyecto más por completar, un hábito más por adquirir. Esa lista interminable no solo genera estrés, sino también una especie de vacío, como si cada esfuerzo fuera insuficiente. Es la era de la productividad, pero también la de la insatisfacción.
Parte de esta desconexión entre lo que logramos y lo que sentimos se alimenta de las comparaciones constantes. Redes sociales, foros de internet y conversaciones casuales parecen estar llenos de gente alcanzando metas extraordinarias, viajando, creando, triunfando. Cuando medimos nuestras vidas contra esos estándares editados y parciales, es fácil sentir que quedamos rezagados.
También nos enfrentamos a un exceso de información y estímulos. Con un flujo constante de noticias, notificaciones y tareas, es común perderse en la multitarea y no terminar nada. La sobrecarga digital no solo afecta nuestra capacidad de concentración, sino que refuerza la idea de que deberíamos estar haciendo más, siempre más.
Además, el perfeccionismo, disfrazado de virtud, puede convertirse en una trampa. Las personas perfeccionistas rara vez sienten que algo está "suficientemente bien". Su mirada siempre encuentra algo que mejorar, lo que genera una sensación de insatisfacción constante, incluso frente a logros objetivos.
Por otro lado, muchos caemos en lo que algunos llaman dismorfia de productividad . Es esa desconexión entre lo que objetivamente logramos y lo que sentimos al respecto. Aunque hayamos trabajado arduamente y cumplido con nuestras responsabilidades, un malestar interno nos hace creer que no fue suficiente o que podríamos haber hecho más.
¿Qué podemos hacer frente a esto?
Primero, reconozca lo que ya hemos logrado. A veces, estamos tan enfocados en lo que falta que olvidamos lo que hemos avanzado. Hacer una pausa para reflexionar sobre nuestras metas alcanzadas, por pequeñas que sean, puede ser un alivio en medio de la presión diaria.
También es importante ajustar nuestras expectativas. No necesitamos ser los mejores en todo ni mantener estándares imposibles. Aprender a disfrutar del proceso, en lugar de centrarnos únicamente en el resultado, es clave.
Por último, dejar de depender exclusivamente de la validación externa. Los aplausos ajenos pueden ser efímeros, y las críticas, a veces injustas. Lo más importante es encontrar satisfacción en nuestros propios esfuerzos y permitirnos descansar sin culpa.
La productividad no debería ser un castigo ni una competencia constante. Quizás sea hora de replantearnos qué significa ser productivos. Después de todo, la vida no se trata solo de hacer más, sino de aprender a estar satisfechos con lo que hacemos.
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