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Lacrónica, Nélida y Caparrós

05/12/2024
Lacrónica, Nélida y Caparrós

Por Martina Dentella 

 

Martín Caparrós se va a morir. Todos y todas vamos a morir, pero él está tocado por la desgracia de tener su fecha de vencimiento, una idea aproximada de su destino final. Es que le diagnosticaron Esclerosis Lateral Amiotrófica, una enfermedad neurodegenerativa que afecta a las neuronas motoras del cerebro, tronco cerebral y médula espinal, las que controlan los músculos voluntarios, como los de los brazos y las piernas. De hecho, hace algunos meses empezó a sentir algunos dolores en las piernas y hoy ya no camina. 

Soy periodista y Martín Caparrós es uno de los mejores de mi especie. Aunque se haya deslomado con una cantidad de ficciones publicadas, su hija prodigia siempre fue Lacrónica: maestro de maestros, con un lenguaje llano y denso, soberbio y seductor. 

En el año 2017, en uno de sus viajes a Argentina, dio una charla abierta junto a la periodista Sonia Budassi en la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez, a quien admiraba profundamente. 

Era una charla sobre el rol de Lacrónica, y aunque no recuerdo exactamente su tesis -que se conoce a través de sus libros y publicaciones- sí recuerdo su hostilidad frente a las preguntas de Budassi y el público. Salí de esa sala pensando en la dicotomía entre el maestro y su obra, preguntándome si se puede ser buen periodista sin ser buena persona; si ser tan bueno en tu oficio te habilita a ser un déspota y tal vez un maleducado. 

Me fui sin respuestas, pero nunca dejé de leer a Caparrós. 

Despojada de una visión esotérica, ayer abrí el libro que estoy leyendo: página 189 de La comuna de Buenos Aires, a apropósito del 19 y 20 de diciembre del 2001. Maria Moreno entrevista a Caparrós. Él dice: 'Con respecto a 'que se vayan todos', es la mejor consigna que se inventó nunca porque permite absolutamente a todo el mundo escuchar 'que se vayan todos', siempre que sean los demás. Es como morirse, eso es algo que le sucede a los otros. Que se vayan todos es exactamente así, esa forma de muerte civil retoma discursivamente el mismo modelo de la muerte física. Les pasa a los otros'. Y más adelante dice: 'Me interesó mucho algo que dijo José Nun del efecto Primo Levi: el sufrimiento no mejora a quienes lo padecen'. Dice que el dolor 'rebaja' a las víctimas del menemismo, no las vuelve mejores. 

Cinco o seis horas después de leer esa entrevista, a través del canal de Cenital de Youtube,  la periodista María O'donnell y su par, Ernesto Tenembaum, dialogan con Caparrós. Durante esos cuarenta minutos algo cambia. Sigue siendo cínico, provocador, es cierto, pero corrido el velo de la muerte, se permite dudar. Hay algo de vértigo y humanidad en sus respuestas. Quizás sí el sufrimiento lo haya vuelto mejor. No lo sé. 

Quería hablar de la muerte y de Caparrós porque murió mi amiga Nélida. La mujer con el mismo nombre de mi abuela. Me alentó -en un momento de inflexión- a buscar mi evolución. Antes de citarme a tomar el té, me mandó algunas cartas en las que buscaba debatir sobre mi escritura. Y luego, una bolsa de cartón llena de libros imprescindibles: Eloy Martínez, Borges, Beatriz Sarlo, García Linera, y también Caparrós, entre otros. 

Después vinieron un par de encuentros en la casa de Carla, su sobrina. Los preparaba con una semana de anticipación, tomábamos té en un juego de plata, charlábamos sobre su historia y su vínculo con la literatura, con la ciudad, con el psicoanálisis y con su vejez. Era fascinante: era una de las primeras egresadas de la universidad de Buenos Aires, de los debates de cafés porteños, que por un viaje de aventuras fuera de su tiempo terminó en las calles de París y vivió el Mayo francés. Hablábamos también de plantas, árboles, pájaros, libros y perros. Me decía: tenés que leer esto y aquello. Eric Hobsbawm y Primo Levi. Tenés que leer más historia, Martina. Y me mandaba recortes de diarios.

Y una vez me dijo: 'Me encargué uno de estos libros de taquilla que tanto leen algunas mujeres, ya entendí, leen eso porque hay mucho desengaño y sexo, no hay nada más'. Nos reímos. 

Yo solo aportaba unos sanguchitos de miga, que por favor de Carla sé que le gustaban. Y la escuchaba. Intervenía con pudor y pensaba en el próximo encuentro. 

Siempre se escribe pensando en alguien. Durante todos estos años, escribí pensando en que ella me leía. Eso me obligó a esforzarme algunas veces, o dejar de publicar si el texto no venía bueno. Voy a seguir pensando en ella. La voy a recordar en su sillón, rodeada de sus libros, pulcrísima y tan generosa. 

 

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