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Maquinaria Conti: subversiones del tiempo

15/05/2025
Maquinaria Conti: subversiones del tiempo

Por Juliana Chacón 

 

'Yo era pibe entonces y veía al tío, joven, como desde una enorme distancia a través de nieblas y velos, porque yo estaba por ser, no tenía sombra ni casi historia, era tan sólo presente, pequeño, mero estar y ver y sentir a la sombra de los grandes…' dice el narrador de 'Las doce a Bragado'. La infancia es ese mero estar, esa carencia de forma, el no ser aún, un presente sin historia, sin pasado y sin futuro aún. En el otro extremo de la experiencia vital se ubica la vejez, como el punto final, al que llegará el cuento más adelante: '…vi emerger por detrás de la mesa la blanca cabeza del tío que estaba sentado en un banquito […] El tío se caló los anteojos que extrajo lentamente de su estuche a presión y me observó en silencio con sus ojos legañosos, como de vidrio mellado'. 

No hay revolución que no empiece con una revolución en nuestra concepción del tiempo, dice Agamben en Infancia e Historia. 

Algo del orden naturalizado, es decir de la concepción del tiempo, se desquicia en los textos de Conti: 'Días después, al cruzar la plaza, le dio un salto el corazón. Debajo de la pérgola que había sido echada abajo en tiempos de Fresco vio y hasta escuchó a la banda del maestro Marsiletti. […] hacia el lado del Palacio Municipal vio brillar entre los oscuros árboles el lago artificial que mandó rellenar el intendente Barcán…'. Las capas superpuestas del Chacabuco ficcional se entremezclan y superponen, se subvierten las cronologías, y el espacio fantasmagórico aparece: 'Siempre tiene algún muertito con el que charlar y por detrás de las barras de bronce ve cosas de hermosa extravagancia, como el corso del año 23 o el Circo Sarrasani, e inclusive el día en que el loco Garbarino ganó de tarro La Fondo de las 12 a Bragado'.

Es que la muerte se vuelve materia en los relatos de Conti: 'La muerte es según, como la vida. Es otra vida, justo, otra forma de consistir, no un per saecula definitivo, nada absoluto, ninguna cosa extravagante porque también es de ser, aunque en articulo mortis. […] La muerte, ya que viene al caso, es suceso chiquito, desdibujo, entreluces' dice el narrador a propósito de la historia que contará en 'Perfumada noche'. Un relato en el que los peces muertos, las figuras fantasmagóricas de los protagonistas, el Chacabuco ya sido y el del progreso van encontrando intersticios por los que la concepción del tiempo se vuelve otra. 

El tiempo, en el que nos vemos subsumidos y arrojados (éste, el del mundo del trabajo y de la productividad) se distiende en la maquinaria Conti, se arrojan formas de su acaecimiento, se inutilizan los relojes, aunque sigan pulsando. Lo que pulsa el tiempo otro es la naturaleza, el paso de la luz y de las sombras, el tiempo escindido de la enajenación que nos lleva puestos. El relato concientiza, para esto, el acaecimiento temporal. El reconocimiento de un tiempo no unívoco (pese a su marcación en horas y minutos, su calendarización y su cronología) presenta otras dimensiones y es ahí donde algo de la revolución empieza a diseminarse.

Es en la muerte donde se presenta la experiencia viva de comprender el tiempo (no entenderlo porque eso implicaría hacer uso de la racionalidad). Así vemos, por ejemplo, en 'La balada del álamo carolina' el ciclo de la naturaleza y, con él, el de los hombres, en tornasoles de luces y sombras, en sus espacios de reposo y en la imposibilidad de eterización o en su intento a través de los brotes.

Se anula el tiempo del reloj para comprender otras lógicas de aquellas que tenemos impregnadas como únicas y verdaderas. Suponemos que poseemos tiempo, pero es un tiempo enajenado, sumido a la productividad y al mundo del trabajo y al de las tareas cotidianas. Las experiencias del tiempo narradas en los relatos de Conti rompen con la homogeneidad. El tiempo no es, acaece, sucede. Sobre las cosas y sobre nuestra existencia: 'El álamo tiene algunas ramas secas y otras quebradas, y no creo que ya estire más. Ha envejecido con el tío, y conmigo también, por supuesto', leemos en 'A la diestra', el último de los cuentos escritos por Conti.

La memoria, ese recordar (re, de nuevo; cordar, corazón) la infancia (el pasado), traerla hacia el presente (que es en definitiva desde el único lugar donde es posible recordar) es un puro constructo que permite recuperar el pasado, su forma utópica, para incorporarlo al ahora y hacer del mundo un espacio posible para que, en el futuro, el pasado se materialice de la mejor manera.

Pero la memoria tiene sus límites y, tarde o temprano, ustedes y yo, este mismo texto, quedarán recubiertos por el olvido. 

'Oreste levanta la copa y brinda. Se nace. Mañana un barco lo llevará lejos de allí, no sabe dónde, pero no hay peso ni tristeza, porque no hay historia ni pasado, sólo la noche, esa plenitud del tiempo donde el hombre recobra su centro' leemos en Mascaró, el cazador americano. 

La maquinaria Conti mueve sus engranajes, subvierte el tiempo y el espacio, cartografía lo que está fuera del centro, libera, erra, vagabundea, revoluciona.

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