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Noche de paz

31/01/2025
Noche de paz

UN CUENTO - NOCHE DE PAZ

Por Luis Salvarani 

 

Cuando le dieron el alta, tres días después, caminó por el eterno pasillo hasta la salida sintiendo que sus pies no tocaban el suelo -efecto de la medicación-, pensó. Su madre iba a su lado, el entrecejo fruncido y los ojos hacia el piso. Inconfundible mezcla de enojo y vergüenza.

Al cruzar la gran puerta despintada, la esperaba un radiante día de sol. Ella los odiaba y ese día el odio se multiplicó. La luz la enceguecía, y el calor asfixiante parecía arrancarle pedazos de piel. 

Nuevamente se acercaba diciembre, otra vez empieza a notar cómo se repetían aquellos rituales superficiales y carentes de alma, los cuales pudo ver casi dieciséis veces.

Los días se le volaban, las ideas también, la mente la traicionaba, el abismo era más profundo, pero lo sentía más cercano, casi familiar, con algo de alivio, con algo de paz.

Sentía aromas, esos que te llevan de viaje, esos que te devuelven a alegrías transitadas. La carne hervida destacaba, se hacían presentes las frutas abrillantadas que ella tanto detestaba, y los maníes con caramelo que tanto adoraba. Una sensación u otra le generaba indiferencia, nada llenaba ese hueco, mucho menos, aquellos pilares que en el acto de centrarse en su alegría fingida y preocupados por cotillones, olvidaron el mandato más importante.

Diciembre otra vez ¡Qué fastidio! Ya se ven los fantasmas hipócritas de sonrisa ridícula, creyéndose felices, empastillados hasta las orejas y sacando a pasear su impulso consumista por las dos patéticas cuadras del centro. Tan estupidizados que nunca se van a dar cuenta que nada de esto tiene sentido 

Así se agolpaban sus pensamientos mientras se dirigían al auto. Tres pasos más adelante las interceptó una vecina, que ralentizó su andar cuando las vio venir. Aunque ya sabía todo, no resistió la oportunidad de husmear de primera mano e incomodar a sus interlocutoras. Era de esas que se alimentan de su propia ponzoña y se regodea con las desdichas ajenas, como si eso las salvara de sus miserables vidas.

-Hola, Anita. ¿Qué hacen por acá? ¿Le pasó algo a la nena?

-Hola, Marta. Todo bien. Ya nos vamos a casa. Una pavada de estos adolescentes de ahora. Esta moda que sacaron de andar cortándose. Cuando era chica, para esta época la veíamos haciendo la cartita para Papá Noel. Ese era todo el problema. Uno les da todo pero ellos no agradecen nada. ¿¡Vio cómo es!? Además, estuvo tres días internada, por lo visto no era tan grave, solo llamaba la atención.

Cuando escuchó las palabras de su madre, no supo a qué atribuir aquella falta de empatía: ¿Sería desamor?, ¿Ignorancia?, ¿Un severo caso de estupidez?

Sólo tres días.

Esas palabras resonaron especialmente ¿Es tiempo suficiente para desvanecer los demonios? ¿Para curar estas heridas tan profundas? ¿Para terminar con el infierno interno? ¡Vamos! Hasta los perros tardan más en lamerse sus heridas. Solo tres días… Pensándolo bien, Quizás si, es tiempo suficiente.

Se subieron al auto y empezaron su trayecto de vuelta a casa, la ciudad se veía más gris de lo normal, y en todo ese ajetreo de gente que hacía sus compras de último momento, un golden de pelo muy largo y dorado como el oro comenzó a seguir su auto, parecía sonreír mientras la observaba. Ese momento se vio opacado cuando su madre realizó una brusca maniobra hacia la dirección de aquel perro y en tono burlón bromeó sobre arrollar al indefenso animal si este no se apartaba.

Las cuadras pasaban y eventualmente llegaron a destino. El auto de su padre ya se encontraba mal estacionado sobre la vereda de su hogar, que había sido recientemente pintado. La apariencia del lugar disfrazaba muy bien los hechos que en su interior ocurrían.

No bien traspasaron la puerta principal, se escucharon las quejas sobre cómo se había acumulado la mugre en la casa por el tiempo 'perdido' en el hospital: 'ya estamos a veintidós y todavía no hay nada preparado para navidad', vociferó su padre sin despegar la vista de la pantalla.

Intentó en vano que aquellas palabras no le afectaran, en silencio se dirigió a su cuarto y ensordeció sus oídos llevando al máximo sus auriculares. Su estruendosa oscuridad continuaba atormentándola, tan profunda que se le colaba en los ojos. Si tan sólo se hubieran detenido a mirar esos hermosos ojos marrones, tal vez lo habrían notado. 

 

'Habrá que revisar los hechos

Lo inevitable está al acecho

¿Será real esa paz 

En el lugar al que voy?'

 

El cielo se iluminó mientras reinaba la luna. Colores bellos y bravos ruidos fueron los encargados de alegrar a millones. Esa alegría quedó sofocada cuando los pilares se quebraron, las lágrimas cayeron como escombros, y los gritos sonaron más fuerte cada segundo.

La sombra de aquella soga fue tan fuerte que los destruyó, y en su imponente presencia les mostró cómo el fruto de su extinto amor finalmente tomó aquella decisión. Abrumada por el dolor, eligió abandonar este mundo indiferente y carente de comprensión. Paz, pensó.

 

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